Claudio Nazoa
Con todo lo que ha pasado, está pasando y seguirá pasando, a la gente le ha costado decir: ¡Feliz Año! Pero hay que decirlo, ya que, gracias a que seguimos vivos, podemos continuar defendiéndonos de este gobierno. Por eso, el 31 de diciembre grité durísimo: ¡Feliz Año 2017!... a pesar de que ese día, en el ámbito familiar, a mí no me fue bien.
Vivo en un pequeño apartamento con cinco hijos: dos del primer matrimonio de mi esposa, dos del anterior mío y el que tuve con ella que creo que es mío también.
A mi esposa se le ocurrió la brillante idea de invitar a toda su familia a pasar el Año Nuevo en casa. Aquello parecía una combinación del terminal de La Bandera en Semana Santa con la peregrinación a La Meca. No se podía caminar en el apartamento. El baño siempre estaba ocupado, al extremo que tuve que ir a casa del vecino para hacer pipí. Craso error, porque él estaba fastidiado y que celebrando con su hijo evangélico y los dos terminaron coleándose en mi fiesta.
A las 8:00 de la noche mis siete cuñados ya se habían comido los dos panes de jamón que pude hacer con los pocos ingredientes que conseguí. Entre todos, trajeron doce cervezas, vino tinto La Sagrada Familia y dos botellas de un whisky que fabrican en Carora a base de papelón y ñame. Ellos tomaron mi escocés y yo terminé bebiéndome el veneno.
Como si fuera poco, en mi casa estaban ¡cuatro suegras! La mamá de mi primera esposa, la mamá del primer esposo de mi esposa, la mamá de mi segunda esposa y la mamá de la actual. ¡Qué pesadilla! Aquel pocotón de suegras bravas entre sí compitiendo por quién hacía la mejor hallaca.
También nos visitó un tío de los hijos de mi esposa a quien, no sé por qué, le falta un pie. En su lugar tiene un cuero que le cubre el tocón. Este señor se emborrachó con el primer trago y a manera de gracia, comenzó a tocarlo a uno con el muñón. ¡Aquello era insoportable!
Para completar, el abuelo de mi esposa trajo un saco de mamones de Guanare porque las uvas estaban muy caras. A las once y media, el viejito loco nos dio a todos doce mamones. De fondo sonaban “Las uvas del tiempo” y “Faltan cinco pa’ las doce” en una cinta repetitiva.
¡Qué horrible!, aquella gentará a media noche abrazándose y comiendo mamón. Cada campanada un mamón y a escupir la pepa.
Estoy harto de ser tan feliz en familia. El próximo año para estas fiestas, me iré al bar Las Lobitas en la avenida Baralt de Caracas. Después de todo, nada puede ser tan malo como este gobierno de 2016.
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