SAÚL GODOY GÓMEZ | EL UNIVERSAL
martes 23 de agosto de 2011 11:35 AM
El uso que le da Chávez a la soberanía es como el chicle, la puede estirar o encoger a voluntad, nunca es el mismo concepto dependiendo del público y la ocasión, como sucede con mucho de su lenguaje es multívoco y maleable, jamás exacto y claro, lo que le vale que sus discursos tengan interpretaciones: "quiso decir esto y no lo otro", "fue mal entendido", "lo sacaron fuera de contexto", "lo dijo pero con otro sentido...". Esta opacidad en el lenguaje ha sido característico de este régimen que se ha distinguido por una gestión administrativa que tiene más que ocultar que mostrar, todo lo que hace lo convierte en una caja negra, donde los ciudadanos y la opinión pública están siempre vedados, donde la información que suministra el gobierno jamás es confiable.
Esta ambigüedad llevada al extremo, se puede notar en los usos que le da a la palabra soberanía, que de una manera extensiva e intensiva aparecen en sus discursos, es una de esas palabras arcaicas cargada de poder, que son fundamentales en la política y que para Chávez, conforma su voluntad, soberanía es lo que él, y no la nación en su conjunto, entiende y quiere hacer con el país.
Para sus aliados y socios cubanos "somos la misma cosa", nuestra soberanía la entrega para que la usen y dispongan como si fuera de ellos, es este caso no hay límites, áreas fundamentales de la seguridad del Estado están en manos de los cubanos, empezando por la propia seguridad del jefe de Estado, y esto es muy claro cuando éste se va y pone su vida en manos de médicos en Cuba, y pretende ejercer su cargo desde un país extranjero mientras trata su dolencia, concentrando el concepto de soberanía en su persona, como una especie de privilegio extraterritorial y no de la nación, sometiendo al país a una estricta censura informativa sobre su estado de salud, permitiendo que circulen rumores inquietantes y desestabilizadores, entre ellos, que está incapacitado para gobernar.
Para esos países parásitos del ALBA que medran del presupuesto de nuestra nación, sus necesidades son prioritarias por encima de las de Venezuela, por lo que nuestra soberanía y la de ellos se ven confundidas de manera grosera, y bienes de la nación son enviados y dispuestos por estos países sin ningún problema.
En contrapartida, sus personeros políticos son invitados, para que en actos oficiales opinen y se inmiscuyan en nuestros asuntos internos, especialmente en fechas patrias, y en el caso de Fidel Castro, hasta para amenazarnos con derramamiento de sangre en caso de que su pupilo, Hugo Chávez, le suceda algo feo.
Para el resto del mundo comunista, fundamentalista, revolucionario y terrorista, Venezuela es un patio abierto, el proceso revolucionario del socialismo del siglo XXI pertenece al mundo, a la humanidad progresista, extranjeros de todas las nacionalidades atienden los llamados de Chávez para que vengan a disfrutar de la hospitalidad revolucionaria, en la que cabe emplearlos como funcionarios públicos, asesores o socios en los innumerables proyectos socialistas y populares del Gobierno, implicando en algunos casos, la cesión de grandes partes del territorio nacional para el desarrollo exclusivo de sus actividades, para ellos, la soberanía es algo que se comparte con alegría.
Pero para la mayoría de los venezolanos, que no estamos de acuerdo con las ideas y las formas revolucionarias y exigimos transparencia, para los organismos internacionales de veedurías, para la prensa extranjera independiente y ONG que tratan de informar o ejercer una contraloría sobre el gobierno chavista, Venezuela es un coto cerrado. Es entonces cuando se nos aplica el principio de soberanía absoluta, ese concepto derivado del nacional socialismo que permitió blindar a Alemania de toda injerencia foránea para la incubación del nazismo.
Este doble rasero ha tenido como consecuencia que una buena parte de nuestros líderes demócratas se encuentren en la cárcel, inhabilitados o perseguidos, que la Iglesia haya sufrido tantos vejámenes, que la prensa libre e independiente no se le permita ejercer su función informativa, que la empresa privada se encuentre amenazada y prácticamente secuestrada y lo que más causa preocupación, que las mayorías, el pueblo venezolano, esté extorsionado en sus más básicos derechos como son el de la seguridad, la alimentación, vivienda y salud. Bajo estas circunstancias el concepto de soberanía ha perdido todo su lustre y significado, para convertirse en una amenaza, de una pandilla de comunistas violentos, para resguardar el territorio y las riquezas de las cuales medran.
Esta ambigüedad llevada al extremo, se puede notar en los usos que le da a la palabra soberanía, que de una manera extensiva e intensiva aparecen en sus discursos, es una de esas palabras arcaicas cargada de poder, que son fundamentales en la política y que para Chávez, conforma su voluntad, soberanía es lo que él, y no la nación en su conjunto, entiende y quiere hacer con el país.
Para sus aliados y socios cubanos "somos la misma cosa", nuestra soberanía la entrega para que la usen y dispongan como si fuera de ellos, es este caso no hay límites, áreas fundamentales de la seguridad del Estado están en manos de los cubanos, empezando por la propia seguridad del jefe de Estado, y esto es muy claro cuando éste se va y pone su vida en manos de médicos en Cuba, y pretende ejercer su cargo desde un país extranjero mientras trata su dolencia, concentrando el concepto de soberanía en su persona, como una especie de privilegio extraterritorial y no de la nación, sometiendo al país a una estricta censura informativa sobre su estado de salud, permitiendo que circulen rumores inquietantes y desestabilizadores, entre ellos, que está incapacitado para gobernar.
Para esos países parásitos del ALBA que medran del presupuesto de nuestra nación, sus necesidades son prioritarias por encima de las de Venezuela, por lo que nuestra soberanía y la de ellos se ven confundidas de manera grosera, y bienes de la nación son enviados y dispuestos por estos países sin ningún problema.
En contrapartida, sus personeros políticos son invitados, para que en actos oficiales opinen y se inmiscuyan en nuestros asuntos internos, especialmente en fechas patrias, y en el caso de Fidel Castro, hasta para amenazarnos con derramamiento de sangre en caso de que su pupilo, Hugo Chávez, le suceda algo feo.
Para el resto del mundo comunista, fundamentalista, revolucionario y terrorista, Venezuela es un patio abierto, el proceso revolucionario del socialismo del siglo XXI pertenece al mundo, a la humanidad progresista, extranjeros de todas las nacionalidades atienden los llamados de Chávez para que vengan a disfrutar de la hospitalidad revolucionaria, en la que cabe emplearlos como funcionarios públicos, asesores o socios en los innumerables proyectos socialistas y populares del Gobierno, implicando en algunos casos, la cesión de grandes partes del territorio nacional para el desarrollo exclusivo de sus actividades, para ellos, la soberanía es algo que se comparte con alegría.
Pero para la mayoría de los venezolanos, que no estamos de acuerdo con las ideas y las formas revolucionarias y exigimos transparencia, para los organismos internacionales de veedurías, para la prensa extranjera independiente y ONG que tratan de informar o ejercer una contraloría sobre el gobierno chavista, Venezuela es un coto cerrado. Es entonces cuando se nos aplica el principio de soberanía absoluta, ese concepto derivado del nacional socialismo que permitió blindar a Alemania de toda injerencia foránea para la incubación del nazismo.
Este doble rasero ha tenido como consecuencia que una buena parte de nuestros líderes demócratas se encuentren en la cárcel, inhabilitados o perseguidos, que la Iglesia haya sufrido tantos vejámenes, que la prensa libre e independiente no se le permita ejercer su función informativa, que la empresa privada se encuentre amenazada y prácticamente secuestrada y lo que más causa preocupación, que las mayorías, el pueblo venezolano, esté extorsionado en sus más básicos derechos como son el de la seguridad, la alimentación, vivienda y salud. Bajo estas circunstancias el concepto de soberanía ha perdido todo su lustre y significado, para convertirse en una amenaza, de una pandilla de comunistas violentos, para resguardar el territorio y las riquezas de las cuales medran.
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