Wednesday, August 10, 2011

El cargo habilita

En: http://www.lapatilla.com/site/2011/08/10/ibsen-martinez-el-cargo-habilita/

Ibsen Martínez

Se cuenta: corrían los años de la dictadura de Perón y “el Jefe”, en trance de designar a un ministro de Comunicaciones, hizo saber que pensaba hacer recaer tan alta responsabilidad en un sindicalista que había ganado su buena voluntad a punta de adulación y obsecuencia.
A decir verdad, el sindicalista no era tal. O mejor dicho, sí era sindicalista aunque no hubiese nunca trabajado de firme en oficio alguno: estaba afiliado a lo que por entonces era un nutrido e importante gremio: el de los ferrocarrileros. Bien vista, esta digresión es innecesaria a los ojos de un lector latinoamericano porque es cosa sabida que se puede descollar en el sindicalismo sin haber dado nunca golpe.
El caso es que a nuestro hombre, ficha sindical del justicialismo, se le describía en algunos círculos como un “chanta” desvergonzado y palabrero con ilimitadas ambiciones de hacer valer su lealtad al general.
¿Quiénes tenían tan mala opinión del nuevo ministro? Una cohorte de chantas igualmente desvergonzados y palabreros, cada quien con ilimitadas ambiciones de hacer valer su lealtad al jefe y asegurarse así un futuro.
Antes de seguir adelante me apresuro a informar que “chanta” es un argentinismo que significa literalmente “fantasma” y nombra a quien dice ser lo que no es y que, muy a menudo, se lo cree verdaderamente.
Como suele pasar en toda autocracia, la opinión del colectivo no pesaba en absoluto: el Jefe quería nombrar ministro al chanta que se apoderó primero que todos los demás de su apéndice auricular.
Pero, tal como suele ocurrir en algunas autocracias -no en todas desde luego: la nuestra se ha ganado el derecho a ser considerada una excepción en casi todos los terrenos-, Perón quiso aparentar que trataba magnánimamente los asuntos de Estado con sus colaboradores más allegados y consultó con un puñado de ellos qué tal parecía nombrar al Fulanelli ministro de Comunicaciones. En un primer momento, todos se mostraron remisos a responder; ninguno quiso adelantar una opinión: lucía como una maliciosa “concha de mango”. Pero, al cabo, hubo un avorazado que, sencillamente, no pudo más y formuló la objeción de peso:
-Con todo respeto, mi General: ese Fulanelli…es decir, Fulanelli es un compañero valioso, sin duda, pero no tiene experiencia ministerial.
-Y menos en el rubro Comunicaciones- añadió otro que vio abierta la brecha para malquistar al jefe con el aborrecido rival.
-Yo iría más lejos -terció otro-, y me perdonan. Fulanelli dice ser ferroviario, pero nadie lo vio nunca subido a un vagón.
-Y sí: Fulanelli es, si se quiere, un paracaidista- soltó uno que no las pensaba.
Llegados ya al terreno de las caracterizaciones, ninguno quiso callar ante la mirada atenta del General. ¡Quizá no fuese demasiado tarde y era posible quitarle al Jefe la idea absurda de nombrar ministro a Fulanelli!
-Un paracaidista y una chanta -apuñaló otro que hasta ese momento había callado-. Un hijo de puta, no sé si me explico.
-Che, pará, pará, pará -reclamó, airado, el que había hablado primero-. El Presidente no quiere escucharnos hablar así de un compañero. No se trata de hacer un retrato moral, ¡y menos con expresiones tan descomedidas!, sino de ayudar a mi General a hacerse un juicio sobre la competencia del compañero Fulanelli.
Y dirigiéndose al Máximo Líder, tartajeó:
-Compañero Presidente: saludamos que se nos consulte y en aras de la brevedad, diré que el consenso acá es que el compañero Fulanelli no está habilitado para desempeñar el cargo.
El Jefe ya había escuchado bastante; la farsa de la “consulta” debía terminar:
-No importa: el cargo habilita.
“El cargo habilita”: he ahí una de las leyes de composición de los regímenes como el de la Venezuela “protosocialista” de Hugo Chávez; no es crucial que el Ejecutivo se nutra de los mejores y los más despiertos, basta con que sean ciegamente leales.
Un viejo dicho español sugiere que no hay que atribuir a malicia lo que la simple ineptitud explica suficientemente. De ordinario me inclino por la sabiduría convencional implícita en los refranes castellanos, pero ante la crisis sin precedentes que hoy sacude a Venezuela cabe aventurar que se trata de ambas cosas: ineptitud y malignidad; suprema incompetencia adornada por una superlativa, infamante perversidad.
El dogmatismo, la ignorancia, el odio, la vileza, el resentimiento y la rapacidad, unidos todos en una empresa de destrucción de lo institucional y de lo material

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