Gustavo Coronel
A
los 17 años fui aventado de Venezuela por la dictadura perezjimenista
para los Estados Unidos. Llegué directo, de Los Teques a Nueva York, en
la mitad del invierno, sin abrigo. Me inscribí en Queens College donde
estudié Inglés por 15 semanas, después de lo cual abordé un autobús de
la Greyhound para ir a Tulsa, Oklahoma, a estudiar geología en la
Universidad de Tulsa. Allí, en esa bella ciudad, permanecí por cuatro
años. A los 20 años regresé a Venezuela graduado de geólogo y, gracias a
la cordialidad y generosidad de la gente de Tulsa, investido con una
nueva persona menos tímida, más sociable que la que salió de Los Teques.
Años
después de esa experiencia regresé a USA por un año, para trabajar en
Oklahoma y Luisiana con Phillips Petroleum. En los años 80, cuando tuve
que salir de la industria petrolera venezolana, me fui a Harvard como
Fellow (Investigador) por dos años y, luego, fui empleado por el Banco
Interamericano en Washington, donde permanecí siete años. Regresé a
Venezuela en 1989 y, 14 años después, me tocó salir de nuevo a USA,
donde he vivido por los últimos 12 años. En total, he vivido en USA
durante unos 26 años, casi la tercera parte de mi vida.
Inevitablemente,
soy una mezcla de Venezolano y Estadounidense en mis gustos y
costumbres. Amo a Venezuela y amo a los Estados Unidos. Nunca he
sentido la urgencia de elegir entre ellos sino que, al contrario, siento
que he tenido la suerte de combinar lo que más me agrada de ambos
países para llevar una vida que considero más feliz. Vivo en Español y
en Inglés y he adquirido una mezcla cultural que ha expandido mi mundo.
Ahora sé que Venezuela no es única ni la más chévere sino el país donde
nací, crecí y fui feliz y por eso la amo. De Venezuela conservo intacto
el sentido del humor que me permite despojarme del sentimiento trágico
de la vida. Mis pupilas aún están llenas de las puestas de sol de Juan
Griego y de las tardes de neblina de Santo Domingo, en los Andes. De los
Estados Unidos he podido adquirir el apego al orden y la disciplina
social que impera en este país y que hace la vida cotidiana tan
predecible. Me paro en la parada del bus y llega. Voy al banco y
deposito o retiro sin problemas. Pago mis cuentas por correo y no se
pierden los cheques. He llegado a amar esta vida apacible.
Oigo
un vals de Lauro o de Luis Laguna o la Cantata Criolla de Antonio
Estévez o una fuga de Aldemaro Romero y me conmuevo hasta las lágrimas.
Escucho la Fanfarria para un Hombre Común de Aarón Copland o el
Concierto en F de George Gershwin y se me eriza el pelo. Voy al béisbol
en USA y aplaudo a Cabrera y a Félix Hernández, junto a Stanton,
Scherzer o David Price. Tengo un pie sentimental en Carabobo y otro pie
en Virginia.
Por
eso considero que es natural y apropiado que los días de la
independencia de USA y de Venezuela estén ligados, el 4 y el 5 de Julio
de cada año. El 4 celebro la independencia de USA con una parrilla y
fuegos artificiales. El 5 celebro la independencia de Venezuela con un
desayuno criollo de arepas y carne mechada y ruego porque Venezuela
recupere su democracia y su libertad, ojalá que ayudada por USA.
Hace
dos años obtuve la ciudadanía estadounidense sin abandonar mi
ciudadanía venezolana. Era lo menos que podía hacer para pagar tanta
bondad recibida en estas tierras benditas. A los 82 años ya no espero
regresar a Venezuela, ya que solo lo haría si a mi país de nacimiento
regresara la libertad y la democracia, pero no es necesario estar allá
para amarla y para contribuir a su recuperación.
No ha sido necesario partir mi corazón en dos. Aunque mi cardiólogo no se ha dado cuenta, ahora tengo dos corazones.
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