Editorial El Nacional
Si un turista al arribar al aeropuerto internacional de Maiquetía, mientras espera las maletas, se atreve a mirar VTV u otro canal del oficialismo, de seguro se quedaría impresionado con la cara de desquiciado de Jorgito Rodríguez al insultar a la directiva de la Asamblea Nacional, con los ojos saltones y prácticamente echando espuma por la boca. Pero más se asombraría si pone atención al audio y se da cuenta de que este gran líder bolivariano no está insultando a nadie, al contrario, sus palabras son un amable llamado al diálogo pacífico y amigable con la oposición.
Desde luego, este turista se pellizcaría el brazo para comprobar en carne propia que no está soñando y que esta escena tan surrealista forma parte de la realidad cotidiana de los venezolanos. Al proseguir su camino hacia Caracas y mirar el paisaje se topa con una suerte de reproducción infinita del rostro de Hugo Chávez, como si fuera un vigilante de guardia pero inmóvil dentro del marco de una serie de vallas publicitarias, colocadas no muy lejanas entre sí, aunque a veces se cuela en el montón una cara de Maduro, con aire de que le duele una muela.
Nuestro turista que sabe algo de Venezuela se pregunta, con toda razón, qué pasaría si por casualidad Chávez estuviera vivo y llamara a un diálogo nacional. Seguro que nadie hubiera caído en la trampa porque su temperamento lo imposibilitaba para escuchar otra opinión que no fuera la suya. De allí su verbo desbordado que acatarraba a cualquier interlocutor al punto de hacerlo perder los estribos, como sucedió con el rey de España.
Con Maduro la cuestión se hizo más difícil pues la mayoría de nuestros políticos de oposición no sabían silbar como un pajarito pero, por los vientos que soplan, parece que ya aprendieron. Entre silbidos de parte y parte se ha ido estableciendo un fulano diálogo que dura en la memoria del venezolano común lo que un silbido en el aire, y eso es decir mucho. Lo cierto es que nadie entiende nada sobre el por qué de estar dialogando con quien, a leguas se nota que no traga ni quiere tragar a la oposición y que, como si fuera poco, la insulta, la maltrata, la mete en prisión y, lo peor, le impide hasta el derecho universal de ganar unas elecciones limpiamente y asumir sus responsabilidades dentro del Poder Legislativo.
Estamos ante un caso digno de estudio porque este comportamiento de la oposición se parece al de una mujer maltratada que, ante la cobardía del acto de pegarle e insultarla, ella justifica a su marido porque él “la quiere demasiado”. Pues, por desgracia, en Venezuela estamos ante un escenario político parecido que, en otras circunstancias, uno se lo explicaría por falta de experiencia o por un dejo de ingenuidad, pero político que va a la guerra sin chaleco antibalas puede darse por muerto antes de llegar a la trinchera.
Dialogar con seguidores de Al Capone exige algo más que buenas intenciones porque, a estas alturas, todos sabemos que a Zapateroand company les encanta el dicho: poderoso caballero es don dinero. Y Samper ha dejado un rastro en la nieve sin haber llegado el invierno. Así que mucho cuidado con la cartera.
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