Editorial El Nacional
Sigue la ceguera reinando entre los integrantes de la mesa de diálogo, o mejor de monólogo, según lleve la palabra el improvisado de turno que dirá lo que le venga en gana sin que nadie escuche. Quizás apenas aspire a escucharse y complacerse en cada frase sin contenido que suelta como alguien que ha contenido la respiración. Lo cierto es que la paciencia se agota y los venezolanos exigen pequeños avances que nunca aparecen, que siguen siendo postergados y nadie entiende por qué.
Es natural que en un diálogo las partes compartan embustes y mentiras en los primeros momentos, pero ya va siendo tiempo de que algunos anuncios, o pequeñas señales lanzadas al vuelo, den a entender que medianamente las cosas van caminando, a paso de morrocoy, pero paso al fin. Sin embargo, la realidad de los encuentros entre la MUD y el oficialismo es lo más aproximado a una fotografía, a una imagen estática a la cual no se le puede pedir que entre en movimiento porque es un imposible.
Entonces para qué sentarse a conversar como unos idiotas, a mirarse las caras, a sonreír de medio lado, limpiarse las uñas para no perder el tiempo. Los venezolanos somos tolerantes pero llega un momento en que la paciencia se colma, en que la burla es inaguantable y allí sí se ponen duras las opciones, porque no estamos dispuestos a que se mofen de nosotros en medio de un gran despliegue de falsedades.
A pesar de que por todos los medios habidos y por haber se les ha hecho saber a los integrantes de la MUD que la mesa de diálogo ha perdido y seguirá perdiendo credibilidad y que el gobierno con Maduro a la cabeza lo que quiere y requiere es tiempo para seguir entrampando el ambiente político, pues nada indica que estos reclamos y estos exhortos hayan preocupado en lo más mínimo a los representantes de la oposición. Se obstinan en olvidar la historia, en negar las experiencias en otros países, en no aprender un poco más del arte de la negociación.
Aunque parezca mentira, Venezuela siempre ha contado con buenos y experimentados negociadores y así nos lo indica la historia. En el siglo pasado nuestro país impulsó iniciativas de integración regional y continental que exigían equipos experimentados de negociadores que no se sentaban a la mesa a discutir si previamente no se acordaba una agenda, se estipulaba cada paso y cada nueva etapa, y como si fuera poco, paralelamente un equipo de control seguía, fuera de la sala, el curso de lo que se negociaba prestando una valiosa y urgente asesoría sobre la marcha.
Se dirá que este diálogo en Caracas no es para tanto, que los objetivos planteados no lo ameritan, que es apenas una agenda para solucionar problemas accesorios y lograr la liberación de algunos presos políticos y un par de cosas más. Tal vez, pero cuesta creerlo. ¿Para qué reunir a tres expresidente, a Thomas Shannon (subsecretario de Estado de Estados Unidos para asuntos políticos), a un enviado especial del papa Francisco, al presidente de Unasur, y pare usted de enumerar?
Aquí lo que está colocado sobre la mesa es cómo solucionar pacíficamente una crisis de enormes proporciones económicas y de consecuencias políticas imprevisibles que, de no pararse a tiempo, desatará una trágica tormenta. Estamos hablando del restablecimiento de la democracia, nada menos.
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