Jorge Castaneda
Quisiera compartir un par de reflexiones propositivas sobre lo que México podría hacer para enfrentar la tormenta de Trump. La primera tiene que ver con el tema de los valores, que puede ser uno de los ejes que conduzca la postura mexicana –sociedad y gobierno–, aquí y en EU, en estos años.
Con toda la hipocresía que se quiera, EU ha sido la cuna, el baluarte y un actor importante de la defensa de los valores de Occidente. Estos hoy se ven amenazados por Trump y por algunas personas de su equipo. México puede volverse uno de sus defensores, quizás el primero, por ser nosotros los más afectados por Trump.
¿A qué valores me refiero? Para empezar, los derechos humanos y la democracia, y el combate a todas las posturas que los contradicen: el racismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el antisemitismo. El orden jurídico internacional existente, las organizaciones multilaterales y regionales que lo acompañan, las ideas aun exageradas de libre comercio, libre circulación de bienes, capitales y personas, el derecho internacional humanitario, son banderas que México podría adoptar y transformar en la punta de lanza de la resistencia contra las posturas de Trump.
Habrá muchos países que nos acompañen tanto en América Latina como en Europa, pero al final tenemos que ser nosotros los primeros en levantar la voz a favor de estos valores. Muchos se preguntarán quiénes somos nosotros para hablar de derechos humanos. Hay algo de cierto en eso, pero si dejamos atrás las guerras absurdas de Calderón-Peña y las consiguientes violaciones de los derechos humanos tal vez sí podamos hablar de ellos.
La otra reflexión tiene que ver con las opciones que tenemos en EU. En la normalidad histórica de la relación entre ambos países, nuestra relación privilegiada tiene que ser de modo inevitable con el Poder Ejecutivo, y dentro del Poder Legislativo con quienes detentan la mayoría en ambas cámaras. Pero en estas circunstancias, puede ser más sensato, audaz y viable dejar en una especie de stand by la relación con el Ejecutivo, salvo en lo que sea absolutamente indispensable, y buscar aliados entre las fuerzas opositoras a Trump para poder defendernos en los años siguientes.
¿A quién me refiero? Primero, al derrotado Partido Demócrata, tanto en sus liderazgos visibles como entre sus representantes en el Congreso, en las gubernaturas, alcaldías y otros puestos de elección popular. En seguida, a los sectores hispanos, tanto de segunda o tercera generación, así como los ciudadanos mexicanos en EU con o sin papeles. Otros sectores importantes son la Iglesia Católica, la comunidad judía y algunos sindicatos que si bien pueden no ser aliados nuestros en los temas del TLC, sí lo pueden ser en los migratorios y de deportaciones. Y, en general, a todos los demás sectores liberales en EU: la mayoría de los medios de comunicación, universidades, fundaciones y todas las organizaciones de la sociedad civil norteamericana.
¿Se molestarán los republicanos y el propio Trump con esto? Probablemente sí. ¿Realmente tenemos alternativas? Probablemente no. Algo similar ocurrió entre México y EU a propósito de Centroamérica entre los años ochenta cuando empiezan a terminar las guerras centroamericanas. Los gobiernos de López Portillo y De la Madrid terminaron hablando más y sintiéndose más cercanos a todos los sectores opositores a las guerras de Reagan en Centroamérica que con el Ejecutivo de EU. Los secretarios de Relaciones Castañeda y Sepúlveda llevaron a cabo ese acercamiento ciertamente en algo menos directamente decisivo para México como eran las guerras en esa región. No es una mala lección que podría ser muy útil ahora para México y este gobierno.
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