Wednesday, November 30, 2016

Fascista americano

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Nos repugnan los demagogos que no solo aspiran al poder sino al
poder absoluto. Más aún si predican el odio por motivos
de raza o religión.

Enrique Krauze
El País
Noviembre 22, 2016
http://www.letraslibres.com/mexico/politica/fascista-americano

La portada de Letras Libres de octubre presentaba un acercamiento al
rostro rollizo y arrogante de Donald Trump, con un bigotillo recortado
en el que se leían dos palabras: fascista americano. Estamos orgullosos
de esa portada. Nos repugnan los demagogos que no solo aspiran al
poder sino al poder absoluto. Más aún si predican el odio por motivos
de raza o religión. Nos recuerdan el Mal absoluto encarnado por Hitler.
Es obvio que no solo Hitler encarnó el poder y el Mal absolutos en el
siglo XX. También lo encarnaron Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, fanáticos
de la ideología que con el aura de una legitimidad revolucionaria
sacrificaron, en conjunto, a más personas que Hitler. ¿Y qué decir de
sus homólogos en América Latina, los sangrientos tiranos que manchan
nuestra historia? ¿O los militares genocidas, Pinochet y Videla? Pero en
esa galería del horror destacan también nuestros "buenos dictadores",
escogidos, ungidos y hasta elegidos por sus pueblos gracias al hechizo
de su palabra y al magnetismo de su persona. Dejaron tras de sí un
sistema mentiroso, opresivo, empobrecedor y, por desgracia, duradero:
el peronismo (esa caricatura del fascismo italiano), el castrismo (ese
bolchevismo con palmeras) y el chavismo (caricatura del castrismo, que
a su vez engendró al sádico y vulgar Nicolás Maduro).
Estos, los amados por el pueblo, son los que más me intrigan (quizá
por el tufo hitleriano que despiden). Nunca ha dejado de sorprenderme
(y horrorizarme y repugnarme) la voluntad de los pueblos que, a lo
largo de la historia, han decidido entregar todo el poder (no delegarlo:
cederlo, regalarlo) a una persona supuestamente salvadora,
providencial, que promete el cielo en la tierra o la vuelta a la Edad de
Oro y lo que provoca es el infierno. Esa extraña sumisión de la masa a
los demagogos se dio en Grecia, en Roma, en las ciudades-Estado del
Renacimiento, y arrasó con las democracias y las repúblicas. En el siglo
XX ocurrió dramáticamente con Mussolini, y sobre todo con Hitler,
cuyo odio racial llevó a la hoguera a sesenta millones de seres
humanos: judíos, rusos, polacos, ingleses, alemanes, gitanos, japoneses,
estadounidenses.
¿Qué hay detrás de la servidumbre (el hechizo) de los hombres ante el
poder personal? Tal vez sea el espejo de la personificación de Dios: la
deificación de la persona. O la huella indeleble del monarquismo que
predominó por milenios, con sus reyes taumaturgos, crueles o
benévolos, que imperaban por derecho divino. O la arquetípica figura
del padre protector que perpetúa la infancia de los pueblos y los exime
de asumir su destino. O la irresistible atracción por los caudillos
medievales o "los grandes hombres" cuya biografía, según Carlyle, no
solo es parte de la Historia sino que es La Historia. O la nostalgia de las
épocas heroicas, reiterada en la era posmoderna por el culto a los
"superhéroes". O algo inefable: el carisma. "La entrega al carisma del
demagogo –escribe Max Weber– no ocurre porque lo mande la
costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él
mismo [...] vive para su obra".
La democracia de Estados Unidos ha sido admirable justamente por
haber acotado de raíz el poder absoluto concentrado en una persona.
Su división de poderes, la autonomía de sus jueces, sus sagradas
libertades cívicas, su pacto federal, sus pesos y contrapesos, integran
una prodigiosa maquinaria que ha durado 240 años. Pero
increíblemente hoy, con el arribo al poder de Trump, esa democracia
está sometida a una prueba sin precedentes: la ambición del
demagogo caprichoso e ignorante que buscará, a toda costa, el poder
absoluto. No es seguro que lo logre. Pero tampoco es seguro que no.
Sesenta millones de personas creen en él y él mismo "vive para su
obra".
Trump no es Hitler pero está hecho de su pasta. ¿Aplicará a México las
medidas que anunció en su campaña? Probablemente: los demagogos
suelen cumplir sus promesas. Ojalá los mexicanos (Estado y sociedad)
encontremos maneras de enfrentar legalmente el peligro o, al menos,
amortiguarlo. Pero lo que como mexicano me indigna más, es el daño
que nos ha hecho ya, avalando el odio racista que es también, por
desgracia, característico de los Estados Unidos, su mitad oscura,
intolerante, cerrada. Ese odio propicia la agresión a nuestros niños en
escuelas, campos deportivos, plazas y calles. Haberlo desatado es su
aportación al Mal absoluto. No debe haber indulgencia ante lo que ha
hecho. Solo la exigencia digna e irreductible de un desagravio.

Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947). Ingeniero
Industrial (UNAM, 1969). Doctor en Historia (Colegio de
México, 1974). En 1977 ingresó a la revista Vuelta como
secretario de redacción y en 1981 se convirtió en el
subdirector, puesto que ocupó hasta diciembre de 1996. En
1991 fundó la Editorial Clío y en 1999 dio a la luz, como
director, a la revista Letras Libres. Es miembro del
Instituto Cervantes y de la cadena Televisa. Ha publicado
numerosos ensayos, biografías y especialmente libros de
historia, en especial de México, con especial interés en su
sociología, política y economía. Ha recibido numerosas
distinciones y premios. El pasado noviembre de 2011
publicó Redentores. Ideas y poder en América Latina
(Debate).

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