Editorial El Nacional
Lord George Brown (1914-1985) fue un destacado miembro del Ppartido Laborista que llegó a ocupar importantes cargos en el gobierno de Su Majestad, incluyendo la cancillería y un interinato (1963) en el Nº 10 de Downing Street, residencia y oficina del primer ministro.
El barón Brown gustaba de los espumantes y espirituosos y, en cierta ocasión, uno de los tabloides londinenses, en referencia a su inclinación a empinar el codo, llamó la atención de los lectores con este titular: “¡Bebes mucho, George!”. Sí, bebía mucho el buenazo de George y, en consecuencia, ponía petardos muy de padre y señor nuestro, como aquí, sin licor de por medio, lo hace el madurismo.
De modo que, de ser cierto que Maduro abandonó la mesa de negociaciones –por la que abogó, con histérica insistencia, apelando, incluso, a la extorsión para que la oposición aceptara sentarse en ella–, deshonrando los compromisos contraídos e intentando burlarse hasta del Vaticano, quedará claro de toda claridad quiénes son los buenos y quiénes los malos en este entuerto.
Por fortuna, la Iglesia es una institución que sabe esquivar confusiones y lidiar con situaciones embarazosas sin comprometer su prestigio y su autoridad. La ayuda y el apoyo que le ha prestado al pueblo venezolano para conseguir la paz y conciliar los ánimos debe mantenerse con fe y sin descanso en este duro camino.
Nicolás Maduro no es un dipsómano ni es un estadista, como sí lo era quien durante una década brilló con luz propia en la compleja política británica. Quizá Maduro solo estaba ebrio de euforia celebratoria. Era su cumpleaños y la Asamblea Nacional le aguó la fiesta discutiendo el escabroso asunto de los sobrinos. ¡Inaceptable! ¡Me voy! Portazo y adiós. Y aunque por ahí algún paniaguado afirme que el 6 de diciembre sigue en pie como punto de inflexión, podemos dar por sentado que el diálogo se acabó.
Ojalá sea verdad que ya Nicolás no quiere bailar al son del diálogo: le estaría haciendo un enorme favor a la oposición cuyo liderazgo podría olvidarse de sus hamletianas dudas y retomar el sendero que, con ímpetu y acierto, transitaba hasta que quedó atrapado y sin salida aparente, en un careo hipócrita, dándole oxígeno a un gobierno moribundo.
No olvidemos que Maduro dice y se contradice, como siempre. Se arrepiente de la palabra pronunciada minutos antes sin que eso le parezca extraño o indebido en un funcionario de tan alta estatura. De manera que no nos extrañe que luego de, supuestamente, dar la patada a la mesa, ahora dé marcha atrás por las presiones internas de grupos y fracciones del PSUV.
El señor Nicolás es una contradicción en sí mismo y no sabemos si aceptar como definitivas sus repetidas marchas y contramarchas. ¿Se puede creer en una persona que al mismo tiempo que se desgañita apostándolo todo al diálogo, insulta a la MUD diciendo que seguirá dialogando “por encima de las bajezas de la violación de los acuerdos”? Y lo peor, lo asevera al lado de Rodríguez Zapatero, ¡válgame Dios!
Lo sensato es ayudar a morir este escenario agotado, no prologar su agonía. Es la mejor forma de preservar la unidad ¡Menos mal que no bebes, Nicolás!
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