Monday, November 28, 2016

El día siguiente del final del régimen

EN:

Editorial El Nacional
Miguel Henrique Otero

Hay una ficción sobre el final del régimen que tiene algunos años construyéndose. Se la repite como se repite un automatismo, sin saber de qué se habla exactamente. Incluso hay quien le añade argumentos, datos que provendrían de fuentes confiables, supuestos informes de inteligencia que avalarían la hipótesis. Más todavía, hay algún experto que se siente autorizado a exponer con lujo de detalles lo que ocurrirá tras el final del régimen.
Dice la ficción que tras el final del régimen encabezado por Maduro vendrá una oleada de violencia. Que los últimos supervivientes y radicales del chavismo saldrán a la calle a disparar, que desconocerán los cuerpos policiales y a los uniformados de la FANB –algo así como Valentín Santana disparando a Vladimir Padrino–. Bandas de motorizados recorrerían las grandes ciudades a su antojo, impedirían a los ciudadanos salir de sus casas, saquearían negocios sin mercancías, se enfrentarían a todo intento de la autoridad por imponer el orden. El lector lo ha adivinado: la ficción se titula “la venganza de los colectivos”. Su principal argumento es que, derrotados y cargados de odio, arremeterán en contra de la población, sin discriminar. En decir, la ficción anuncia una especie de apocalipsis en escala venezolana.
Es prudente recordarlo ahora: esa ficción ha proliferado en otros países, también en tiempos próximos al desenlace. Si mi memoria no me falla, en los últimos treinta o cuarenta años, ninguna ficción ha sido más inflada que la violencia que desatarían los miembros de las dos ramas de la Guardia Republicana iraquí, dirigidas por Sadam Hussein y por su hijo menor, en contra de estas dos unidades élite. Se decía que la integraban casi 100.000 hombres. Que la formación militar que habían recibido era comparable a la de los soldados de Estados Unidos, Inglaterra e Israel. Que cada uno disponía del más sofisticado armamento. Que habían cavado trincheras y trampas, y que habían construido pequeños búnkeres desde los cuales podrían ametrallar a las fuerzas invasoras. Pero, y esto es lo más importante, se aseguraba que eran fanáticos, que tenían a Hussein por un Dios, y que no dudarían en morir por su líder y por su proyecto, y que estaban listos para repeler e impedir que los integrantes de la fuerza multinacional violasen el suelo sagrado de Bagdad.
¿Y qué pasó cuando las unidades aliadas entraron en Bagdad? Casi no hubo resistencia. La inmensa mayoría de estos guerreros había desaparecido. Un pequeño porcentaje fue capturado. Una cantidad llamativa se entregó por su cuenta. Hubo casos de milicianos que intentaron ocultarse, que fueron denunciados o fueron víctimas de linchamientos ocurridos en barriadas por personas que esperaban vengarse. Apenas hubo sacrificio: lo que ocurrió de forma predominante fue deserción y huida. Debo añadir algo importante: varios miles de aquellos integrantes de la Guardia Republicana iraquí hoy forman parte del ejército regular de ese país.
No estoy ajeno a que este ejemplo podría parecer lejano de la situación venezolana: aquello era un país en guerra declarada. Pero cuando se recorren los casos de cambio de régimen en el mundo se constata que se producen variantes del mismo fenómeno. Cuando se acabaron los regímenes de Pérez Jiménez, Trujillo, Stroessner, Pinochet, los militares argentinos, etcétera, etcétera, en América Latina, nadie salió a defenderles. Cuando un régimen cae, termina de derrumbarse el ánimo de sus seguidores. Se produce, al menos temporalmente, un vaciamiento del compromiso con el régimen depuesto y, lo que es todavía más asombroso, una pérdida de la memoria del pasado inmediato: los que solían ser seguidores nada recuerdan, nunca estuvieron, no estaban relacionados con nadie.
Paralelo al proceso de des-identificación que cientos de miles de personas protagonizan en el país hoy por hoy –un táctico alejarse de las prácticas y los signos que los vinculan al régimen en caída libre–, se produce lo inverso: la aproximación a los opositores, especialmente en el plano personal. Miembros de colectivos, que se han reunido con personas de mi extrema confianza, han contado que han participado en acciones de calle, en los últimos meses, porque son empleados públicos. Si no salen a la calle, con seguridad perderían sus ingresos. Es lo que ocurre con las personas a las que pagan un salario mensual, desde Petróleos de Venezuela, a cambio de la obligación de asistir a las marchas o concentraciones a que los convocan: si no van, no cobran.
Tanto la pregunta como la respuesta que siguen son obvias: ¿a quién interesa engordar la ficción de la violencia inminente en el momento en que el régimen se acabe? A los sobrinos, tíos, socios, aliados, cómplices, testaferros, ayudantes, magistrados, defensores, rectoras, contralores, diputados, espalderos, asistentes, propagandistas y los pendejos que nunca faltan, que forman parte del rocambolesco narcogobierno en el poder. Son ellos los asustados, los que anuncian el apocalipsis venezolano: los que ahora mismo tienen listas sus maletas y ya hicieron los arreglos necesarios con las autoridades de los países que los recibirán.

No comments:

Post a Comment