EDDY REYES TORRES / @EDDYREYEST
26 DE NOVIEMBRE 2016 - 12:05 AM
Debo confesar que me preocupan las consecuencias que puedan derivarse de la reciente decisión de la Mesa de la Unidad Democrática, de participar en las mesas de diálogos. La avalancha de críticas a los líderes de la oposición que allí estuvieron fue despiadada y, en muchos casos, grosera. Las encuestas realizadas pusieron en evidencia que alrededor de 65% de los partidarios del cambio están en contra del diálogo y los acuerdos que se alcanzaron.
Así, varias de las estrellas del liderazgo democrático, Ramos Allup, Chúo Torrealba, Carlos Ocariz, Julio Borges y hasta Henrique Capriles, a quien tanto se le debe por haber contribuido de manera determinante con el amplio apoyo popular que ahora tiene la MUD, recibieron “palo parejo” y expresiones injustas de descrédito.
El argumento fundamental de la crítica fue que “no se negocia con delincuentes ni dictadores” y que no debieron suspenderse las acciones de protestas programadas, en especial, la marcha al Palacio de Miraflores, así como la realización del referéndum revocatorio. En otras palabras, un significativo y mayoritario sector de la oposición quiere una solución “ya”, sin demora ni concesiones a la minoría que hoy gobierna en Venezuela, aunque ello derive en la muerte e inevitables sufrimientos de muchos compatriotas.
Lo cierto, sin embargo, es que la participación de la MUD en el diálogo fue el ineludible resultado de la presión internacional y la participación de un representante del papa Francisco en dicho encuentro. Es un hecho incontestable la enorme preocupación de la comunidad internacional por lo que acontece en Venezuela. La terrible situación que nos aqueja ha lanzado al exilio a 2.5 millones de compatriotas, pero esa circunstancia podría empeorar de producirse una lucha fratricida. Ya la presencia de enormes grupos de venezolanos en los países fronterizos ha empezado crear problemas en Aruba, Curazao, Colombia y Brasil. Además, como resultado de lo que nos aflige, muchísimos de los latinoamericanos y europeos que emigraron a Venezuela como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y las férreas dictaduras de derecha del cono sur, están regresando a sus países de origen acompañados de sus hijos y nietos, lo cual tiene también su propio impacto.
De poco vale que unos cuantos destaquen la necesidad e importancia del diálogo, tal y como se ha demostrado históricamente en conflictos políticos que se han vivido en España, Chile y Centro América, entre otros muchos. En una entrevista reciente, Ramón Guillermo Aveledo recordó que también Bolívar, al comienzo de la Guerra de Independencia, se sentó a negociar (dialogar) con el general español Morillo, en Santa Ana, Trujillo, para regularizar las acciones bélicas después de la aprobación del famoso Tratado de Guerra a Muerte.
Estoy en el grupo de los que piensan que la decisión de negociar con el gobierno debió manejarse con una mejor estrategia comunicacional y que los términos en que se registraron los acuerdos pudieron ser redactados sin aceptar la terminología que la revolución ha venido empleando. Mas por ello no voy a lanzar a los leones a los participantes de la MUD en dicho encuentro.
Richard Rorty, el filósofo más importante de Estados Unidos, en Cuidar la libertad, nos recuerda algo que no hay que pasar de vista: “Algunos de nuestros héroes (Václav Havel, Martin Luther King) lo son porque dijeron verdades simples y evidentes en una situación en la que todos los demás negaron lo evidente”. Por eso el autor insiste en que hay que leer y tomar en serio nuestra historia pasada para aprender a qué cosas debemos prestar atención. George Santayana expresó esto último de una manera más firme: “Quien no estudia el pasado está condenado a repetirlo”.
El disenso es la esencia de la democracia y muchas veces la mayoría no tiene la razón. Basta con recordar lo ocurrido en diciembre de 2005, con ocasión de la realización de las elecciones parlamentarias. Después de las derrotas sufridas en el referendo revocatorio (15 de agosto de 2004) y la elección de gobernadores (31 de octubre de 2004), el desánimo cundió entre la masa opositora. Una gran mayoría consideraba que se le había birlado la victoria en el referendo, razón por la cual no tenía sentido servir de comparsa en una nueva contienda en la que la transparencia estaba seriamente cuestionada. A lo anterior se agregaban las acusaciones de fraude realizadas por los ex gobernadores de los estados Carabobo y Yaracuy con respecto a las elecciones realizadas en sus propias entidades. Esos últimos hechos ahondaron aún más el sentimiento de duda en los electores. La presión sobre los partidos fue entonces enorme y eso los condujo a adoptar la decisión de retirarse de la contienda. Se pensaba que con tal acto el gobierno perdería legitimidad ante el mundo. Pero en verdad la acción estuvo más marcada por la pasión que por la razón política y no midió debidamente sus implicaciones fácticas: la pérdida de toda representación en el Poder Legislativo.
¿Repetimos, entonces, la acción de retirarnos de las próximas elecciones de gobernadores y alcaldes, si es que llegamos allí antes que al referéndum revocatorio?
La solución de nuestros problemas está en el voto y la disidencia organizada, y evitar de esa manera favorecer a la dictadura. En estos momentos tal álgidos necesitamos más que nunca “calma y cordura” a la hora de decidir o cuestionar a nuestros aliados, sin olvidar que a veces más vale “malo conocido que bueno por conocer”. Salimos de Carlos Andrés Pérez, a quien muchos criticaban con justa razón, a pesar de ser el político que estaba más cerca de los cambios y reformas que había que hacer para enrumbar al país hacia el progreso, y el pueblo eligió a un golpista que prometió villas y castillas. Producto de esa elección, hoy estamos en ruinas y bajo el ataque inclemente de todas las plagas del mal.
Ahora, más que nunca, los demócratas venezolanos nos necesitamos unos a otros. Son importantes Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma, Diego Arria y los partidarios de todos ellos, pero también lo son Henrique Capriles, Henry Ramos Allup, Manuel Rosales, Henri Falcón, Julio Borges, Chúo Torrealba y los que los siguen. Juntos lograremos los cambios que queremos, pero divididos le damos fortaleza al régimen que encabeza Nicolás Maduro. Si no asimilamos eso y, además, admitimos democráticamente nuestras diferencias, nos condenamos a más años de tiranía roja.
Siempre lucharemos a favor del cambio y para que nuestros exiliados políticos y la marea de venezolanos que han dejado al país, aún aquellos con los que pueda tener diferencias políticas, regresen y apoyen el proceso de reconstrucción. Y la razón es esta: entre todos nos complementamos. No podemos seguir arando en el mar.
Poniendo de un lado el disgusto que esté experimentando o la mala costumbre de dejar la solución de los problemas a un acontecer mágico, al pueblo democrático le toca entonces decidir en estas horas de tinieblas y amarguras.
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