Enrique Viloria Vera
No
hay rosa sin espinas, y parece que las de las blancas pichan mucho más.
Recordemos que la llamada Guerra
de las Dos Rosas fue
una cruenta guerra civil que enfrentó intermitentemente a los miembros y partidarios
de la Casa
de Lancaster contra los
de la Casa
de York entre 1455 y 1487. Ambas familias pretendían el trono de Inglaterra, por origen común en la Casa de Plantagenet, como descendientes del rey Eduardo III. El nombre guerra de
las dos Rosas o guerra de las Rosas , en
alusión a los emblemas de ambas casas: la Rosa blanca de York y la Roja de
Lancaster, fue producto del imaginario de los
protagonistas del Romanticismo.
Como
consecuencia de los recientes exabruptos judiciales del Supremo – los del
Tribunal no los del Comandante que reposa plácido sembrado en su conuco de la
montaña -, en la Venezuela bolivariana parece que está en germen una segunda
edición de la ancestral guerra que tanto interés ha concitado a lo largo de la
Historia universal.
En efecto, un exaltado grupo de las rosas rojas
– rojitas, muy femeninas todas en su variada pero convergente especie: las hay
ciliadas, socorridas, tibiadas, oblicuas, iridiscentes, delcianas, pilaricas,
comandantas, diputadas y ministras –
todas en proceso de marchitarse -, se enfrentan a una rosa blanca -
¿validada? – que ha salido a entorpecer el paso de vencedores, a fin de poner
en su lugar los pétalos, las corolas y los pistilos constitucionales de un
jardín en crisis.
Las rosas rojas – rojitas, prontas a deslucir,
carecen de abono popular e internacional para continuar floreciendo a sus
anchas y “como les da la gana”; una rosa blanca – blanquita de albo pelambre,
las amenaza desde su rosedal inspector y puede que se convierta en el inicio de
un virus o de una plaga que ponga fin a esos arbustos espinosos, nocivos,
perniciosos, dañinos, que lastiman a la patria y la hacen sangrar.
En fin, la rosa blanca – blanquita es de
Luisiana estirpe, porta el apellido de un célebre filósofo español y según el
DRAE su apelativo, es más propio de un ave que de una planta, según los
entendidos lexicólogos resulta ser un pájaro del orden de las columbiformes, muy parecido a la ganga.
Ya algunos fanáticos de la guabinosa oposición
democrática comienzan a compararla con Juana de Arco: la de la otra guerra – la
de los cien años -; ojalá nuestra heroína en estreno, no termine su demócrata
existencia como la Doncella de Orleans, a quien el Tribunal Supremo la declaró
recaída en sus errores pasados (relapsus) y la condenó a morir quemada
en la hoguera. El 30 de mayo de 1431, Juana de Arco, vestida con una túnica
blanca y no con una toga roja - rojita, escoltada por los colectivos afectos al
régimen, fue llevada con los ganchos puestos -desde el Verde Ramo de la época - hasta la plaza del Viejo Mercado …que bien podrá ser
nuestra muy revolucionaria y celebérrima esquina caliente.
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