Hace un par de semanas, Nicolás Maduro se lo advirtió a Henry Ramos Allup: “La pelea es peleando”. Pero hace un par de días, en el escabroso estilo que tiene el régimen de moverse entre las dudas y las contradicciones del proceso “revolucionario”, Maduro aprovechó las declaraciones de John Kerry sobre su disposición a dialogar en La Habana con los jerarcas cubanos sobre el futuro de Venezuela, y volvió a mostrar la cara más amable y tramposa del régimen chavista. Claro que sí, le dijo desde Caracas al jefe de la diplomacia estadounidense, “tenemos que hablar, dialogar y entendernos”.
Mentira podrida. A medida que pasan las semanas y los meses, en el ánimo de los venezolanos crece el temor de que estas simulaciones del oficialismo, y la contra que representa el habitual discurso conciliador de un sector de la oposición, lo único que conseguirán será transformar la actual paciencia ciudadana en lo que Axel Capriles calificaba la semana pasada de “resignación progresiva”. Ni más ni menos lo que viene haciendo exitosamente el régimen desde el año 2002, al mezclar en un mismo saco sus amenazas más o menos reales y los caramelitos envenenados del diálogo y el entendimiento civilizado. Con el único propósito de ganar tiempo y eludir los obstáculos que las circunstancias atraviesen en su camino. Desde esta perspectiva, creo oportuno recordar lo que escribí sobre el desenlace del 11 de abril en mi libro Venezuela en llamas, publicado por Random House Mondadori en junio de 2004:
“La primera reacción ante aquellos hechos fue de asombro y perplejidad. Sobre todo, cuando Chávez, aún no repuesto de la incertidumbre generada por 47 horas de zozobra y cautiverio, hizo pública una conmovedora promesa de rectificación… su principal argumento para descalificar a las fuerzas políticas y sociales de la oposición. Según Chávez, en Venezuela existe un Gobierno legítimo y democrático. Sus opositores lo intentaron derrocar con un golpe de Estado. Ese golpe aún está en marcha. Por lo tanto, la oposición no es democrática, sino golpista… De manera muy especial, porque según Chávez, mientras la oposición seguía conspirando, él, demócrata apegado férreamente a la Constitución y las leyes, se congratulaba de convocar a los venezolanos a unas jornadas de diálogo con el supuesto propósito de buscar la reconciliación nacional, invitaba a Jimmy Carter a mediar en el conflicto y permitía que César Gaviria, secretario general de la OEA, montara en Venezuela una Mesa de Negociación y Acuerdos…”.
Todos sabemos lo que ocurrió entonces. A pesar de la duda más que razonable, “se imponía jugar su juego, sin saber cuál sería su próximo movimiento, es decir, si en efecto mañana, pasado mañana, algún día, se atrevería a romper los pocos y tenues hilos que todavía lo unían a la institucionalidad democrática. Pero mientras no se produjera ese punto de quiebre, no parecía quedar otra alternativa que agotar las fórmulas y los mecanismos de la negociación con la intención de llegar, por improbable que fuera, a un acuerdo encaminado a darle a la crisis política venezolana una salida pacífica, democrática y constitucional”.
Exactamente lo que se pretende lograr ahora.
“Por su parte, Chávez aprovechó esa larga tregua para reorganizar sus fuerzas, purgar a fondo los cuatro componentes de la FAN, armar sus líneas defensivas en previsión de nuevos ataques de la oposición más impaciente y, por último, activar los mecanismos constitucionales (que le permitieran promover) lo que en su momento él llamó la revolución dentro de la revolución”.
Eso ocurrió hace 13 años y uno se pregunta si los vientos que provocaron aquella tormenta casi perfecta vuelven ahora a soplar con fuerza sobre Venezuela. Si aquella penosa realidad política vuelve a ensombrecer el horizonte nacional y si en verdad el régimen vuelve a colocar a los venezolanos, en esta ocasión gracias al Tribunal Supremo de Justicia y a las barras del oficialismo que sabotean las sesiones de la Asamblea Nacional, en aquel mismo, tenebroso y fatal callejón sin salida.
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