No se puede aseverar con total certeza todavía que Donald Trump será el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. Los dos aspirantes cubano-americanos –Marco Rubio y Ted Cruz– pueden aún dar una sorpresa, sobre todo si dejan de pelearse entre ellos y uno declina a favor del otro rápidamente. Pero se está acabando el tiempo.
La victoria aplastante de Trump en los “caucus” de Nevada constituye su tercer triunfo al hilo y el más impresionante hasta ahora. Por dos razones: en primer lugar, porque duplicó el total de cada uno de sus adversarios incluso superando la suma de ambos; y en segundo, porque de acuerdo con las encuestas de salida obtuvo más de 40% del voto hispano, que es ante todo mexicano-americano y que es ya importante estadísticamente hablando. A diferencia de las votaciones en Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur, donde la presencia latina es muy reducida, en Nevada no lo es. Uno hubiera podido suponer que el discurso xenófobo de Trump, en relación con México en particular y los hispanos en general, hubiera provocado cierto repudio por parte de este segmento del electorado. No fue el caso.
Faltan algunos elementos para que Trump cante victoria. En primer lugar, puede no hallarse a la altura de las expectativas que él mismo ha generado en las primarias del llamado supermartes el 1° de marzo. Serán 12 estados con elecciones y él mismo se ha colocado la vara muy arriba: ganar en Texas, el estado al que representa Cruz en Washington como senador. De caerse rápidamente uno de sus dos oponentes, el otro podría aglutinar todo el sentimiento anti-Trump que impera en el Partido Republicano. Por la sencilla razón de que piensan que si él es el candidato republicano no solo va a perder, sino que va a hacer perder al partido su mayoría, por lo menos en el Senado y tal vez en la Cámara de Representantes. Y, finalmente, siempre queda la esperanza de que, aunque Trump sea el candidato republicano, pierda en la elección constitucional frente a Hillary Clinton, que parece haber ya amarrado la candidatura demócrata.
Salvo que algo suceda con ella. Y por algo no me refiero a un problema de salud o a una derrota imprevista por parte de Bernie Sanders, sino a que la investigación en curso por el FBI de la posible transmisión y recepción de correos electrónicos clasificados como secretos desde su servidor privado cuando era secretaria de Estado desemboque en una acusación penal en su contra. Los abogados bien enterados en Estados Unidos de cómo va dicha investigación empiezan a pensar que las probabilidades de que Clinton sí sea indiciada van creciendo, incluso ya siendo mayoritarias. De ser el caso, de una manera o de otra, dejaría de ser la candidata demócrata y el partido se vería obligado a encontrar un nuevo candidato ya tarde en la temporada. En ese caso la visión delirante de muchos hace algunos meses de que Donald Trump pudiera ser presidente de Estados Unidos dejaría de ser… delirante.
¿En México vamos a seguir con la política del avestruz? Quizás en lugar de rescatar al soldado Moreira, la Cancillería podría reflexionar sobre cómo definirse ante la amenaza de Trump.
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