En Venezuela hay quienes pretenden que, como por efecto de una píldora milagrosa, todo se abrevie, se purgue, sane y se despierte de esta larga agonía que vivimos desde hace 17 años y contando con la salida de Maduro de la presidencia de la República. Hasta yo en mi desesperación coincidiría con ello sin ninguna duda. Que allí se evapore la realidad abismal que nos sirve de piso existencial día tras día, segundo tras segundo, es otra cosa. Me acuerdo de cuando salimos corriendo de Carlos Andrés Pérez y caímos felices en los brazos de Chávez hasta el día de hoy representado por su ungido e incapaz sustituto. Valdría la pena nos preguntemos: después de Maduro quién, qué, con quién, cómo, hacia dónde. No estaría de más.
Pues es que con puntualidad inglesa y derroche de trópico, por oleadas pero sin descanso, desde hace tanto tiempo que la memoria ya no alcanza, se producen en Venezuela escándalos, culebrones, tragedias que provocan atención y griteríos, capaces de desorientar al más curtido de los observadores. Nunca estuvo de más, menos ahora, treparse al techo de los acontecimientos, si es que ello es posible, para observar el río de nuestros infortunios que pasa mientras la casa en la que nos subimos se hunde aceleradamente, migaja tras migaja, con nosotros encima de antena parabólica.
Y qué casualidad que coincidan guacharacas y loros, cotorras y guacamayas, con comadres chismosas y demás celestinas a estas horas del día, a dar rienda suelta a dimes y diretes, a qué se dice por ahí, a chismes y demás vecindarios vocingleros. A “rumorear”, que se ha convertido en el deporte nacional favorito por encima del bate y la pelota, salir del presidente, que no sé por qué motivo me retrotrae a los tiempos aquellos, ni tan viejos, de Carlos Andrés Pérez cuando Venezuela decidió, perdónenme que recuerde otra vez ese pecado de nuestra estrangulación colectiva, tirarse por el barranco que ofreció Hugo Chávez.
Porque en la oposición de ahora es lógico entender su pertinaz referencia estratégica a Maduro y su inenarrable gobierno como causa de los males bíblicos, plagas, que nos hacen la vida intragable y cuya salida del poder sería condición obligatoria aunque no suficiente para empezar a desatar el nudo de estopa en el que estamos metidos y perdidos.
Pero lo que sí me llama la atención desmesuradamente, no debería tal vez a estas alturas de la vida, es que tantos chavistas, incluyendo altos ex funcionarios del gobierno, castas palomas de gentil plumaje, con tal vehemencia y arrebato apunten hacia el mismo objetivo, inclementes, de salir de Maduro, dejando al comandante incólume, eterno y tan campante de todo mal y peligro como si él y ellos no tuvieran que ver en nada con el abismo multidimensional y otros chanchullos de hoy; como que si ellos no hubieran timoneado este Titanic.
Son los surfo-chavistas, oportunistas políticos, neologismo satírico y aprovechado que define a aquellos que ven bajita la ola y barata la posibilidad de seguir vivos y prodigarse espléndidos como necesarios e indispensables a los fines de la “transición democrática”. Ahora dan lecciones de honestidad, se dan golpes de pecho, “nos corrompieron” dicen, son ejemplos de pureza, maestros del bien, enemigos de la corrupción, el burocratismo y del militarismo, monjes casi que flotan sobre el Monte Athos.
Venderán caro su salto dialéctico de talanquera envueltos en frazadas éticas y rimbombantes, casi que religiosas, acompañadas de aleccionadoras frases al estilo de “Si el Comandante estuviese vivo…”, que lo que quieren, buscan y desean es sacudirse a Maduro de sus espaldas mojadas y migrantes, a cambio de salvar el pellejo de ellos primero, del chavismo de Chávez después y del socialismo del siglo XXI, si se puede. En todo lo demás que sobra quedaría la ñapa petrolera a repartir, sana costumbre rentista y neoliberal a la que ya estamos tan acostumbrados del tantico por ciento. Quizás hasta sean ministros del futuro, pues “factores de poder” se han autoproclamado. No te extrañe.
Así es casi siempre la historia de la historia, el pragmatismo por sobre la verdad, así poco nos guste. La persecución del equilibrio por más inestable que parezca. Por eso es que duran tanto los gorgojos.
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