Ángel Alayón
Decidí estudiar clarinete porque en la casa no había un piano. El Sistema me dio un instrumento marca Yamaha con el cual comencé mis clases con el Maestro Eduardo Salazar, en el Conservatorio de la Orquesta Simón Bolívar del callejón Sanabria, en El Paraíso. Con ese instrumento El Sistema también me dio una oportunidad para formarme. Allí estuve desde los ocho años de edad hasta que cumplí los dieciocho, en 1990.
Aquella experiencia fue enriquecedora y formativa. Hoy me alegra que El Sistema se haya expandido como lo ha hecho, aunque no deja de parecerme curioso el rebranding del cual ha sido objeto al convertirse en un programa social.
Existe evidencia de los efectos positivos del estudio de la música en el desarrollo cognitivo de los niños. Y, quizás más importante aún, también existe evidencia de los efectos positivos de la música y la práctica orquestal en habilidades no-cognitivas, como la capacidad de trabajar en equipo, el liderazgo, la disciplina y otras características esenciales para el desempeño académico, profesional y ciudadano de un ser humano.
Algunos de esos efectos positivos del estudio de la música se derivan del uso del tiempo de los niños y jóvenes: siempre será mejor que pasen las tardes en una escuela de música que en la calle, en medio de un entorno desestructurado. La literatura que existe sobre el impacto de la música es incipiente y se están investigaciones importantes sobre el tema. Y aunque el impacto de los programas sociales debe ser evaluados específicamente, menciono esto porque creo que, basado en la evidencia, el estudio de la música tiene un efecto positivo en los niños, así que no será ése el punto a discutir en lo que resta de este texto.
Gustavo Dudamel dijo recientemente, durante su discurso como Orador de Orden en la ceremonia de entrega de la Medalla Nacional de Las Artes y Humanidades 2015, que antes la crisis económica estaba en desacuerdo con que se disminuyeran las asignaciones públicas al estudio y práctica de las artes. Se refirió al caso de Venezuela y de El Sistema, en estos términos:
“En mi amado país Venezuela una crisis como esta está sucediendo actualmente. La gente está pasando sus días en busca de alimentos, medicinas y las necesidades de la vida.
Los mismos argumentos existen – ¿cómo podemos financiar la música, las artes– cuando las necesidades básicas no se satisfacen? Un artículo reciente planteó la siguiente pregunta: ‘¿Puede El Sistema salvar a Venezuela?’. Para mí, la pregunta más apropiada sería: ‘¿Puede Venezuela salvar a El Sistema?’, que ahora es más importante que nunca para los venezolanos y para su esperanza. Yo trabajo todos los días para asegurarme que una vez que Venezuela supere esta crisis, El Sistema pueda continuar ayudando a crecer y fortalecer a aquellos quienes, de alguna otra manera, no tendrían algún sueño”
Este planteamiento de Dudamel es llamativo y no deja de ser interesante. Pero no es original. Cuando un país recorta sus asignaciones públicas, todos los grupos de interés manifiestan, en nombre de la importancia de su sector, que no deben sufrir reducciones presupuestarias. Dudamel lo dijo sobre la música, pero pudimos haber escuchado una declaración similar de algún representante del sector educativo o de la salud o incluso de algún vocero del béisbol profesional.
La petición Dudamel se enmarca, desde el punto de vista de la teoría de la elección pública, en la llamada competencia por recursos entre grupos de presión.
Para entender las consecuencias de “La Petición Dudamel”, imaginemos que una ciudad tiene solamente cuatro tipos de gastos: seguridad, educación, salud y música. Si le dedican todos tus recursos a seguridad, habrá menos homicidios y la gente se sentirá más segura, pero nadie podrá asistir a las escuelas ni a los hospitales y los conservatorios estarán cerrados.
Digamos que no nos gusta este resultado y que decidimos que los cuatro sectores de gastos reciban una asignación en el presupuesto. En este caso, todos los sectores estarán funcionando de acuerdo con los montos asignados. Pero ahí hay un detalle: ahora tendremos más asesinatos en la ciudad. Para decirlo de manera directa, en honor a Gary Becker, cuando se decide un presupuesto público, se decide cuántos homicidios habrá, cuántos niños se quedarán sin escuelas, cuántas operaciones médicas no se realizarán.
Es una manera dura de recordar que los recursos son escasos y tienen un costo de oportunidad. Eso y que decidir qué se hace con las políticas públicas siempre implica decidir sobre la vida o la muerte.
Hagamos otro ejercicio: supongamos que tenemos un millón de dólares y queremos hacer el mayor bien posible con ese millón de dólares. Obviemos la definición de “bien” para no desviarnos y respondamos estas peguntas: ¿en qué usaría usted ese millón de dólares en la Venezuela actual? ¿Lo dedicaría a la compra de medicina para los pacientes oncológicos? ¿O compraría alimentos a los niños que no van a la escuela por falta de alimentación? ¿Se lo daría a El Sistema o a alguna otra causa? Podríamos formular infinitas preguntas como éstas, tan infinitas como nuestros deseos y preferencias, pero los recursos son limitados y beneficiar a un grupo en materia de presupuesto siempre implica perjudicar a otro.
Dudamel está en su derecho de solicitar más recursos para El Sistema, pero los educadores, los médicos, los pacientes y sus familiares también. El problema es cómo se dilucida el uso de los recursos escasos en una sociedad. Ésa debería ser una discusión en la que se aborden cuáles son los sectores que justifican la asignación de recursos, cuál es impacto real de cada bolívar gastado en esos sectores y cómo tomamos, de la forma más racional y transparente posible, las decisiones presupuestarias.
Y ésa es una discusión que desafortunadamente no tenemos en Venezuela desde hace muchos años.
Sin embargo, sí sabemos que el gasto público en Venezuela ha respondido a intereses partidistas, un hecho que Jorge Giordani, el zar de la economía durante la era chavista, confesó en una carta pública.
Sólo se me ocurre una sugerencia para Gustavo Dudamel, ahora que entró a participar en el terreno de la política fiscal: no se quede en eso de pedir recursos. Eso es algo que harán todos los afectados por la crisis. Pase más bien a preguntarse cómo hacemos para que en Venezuela los bienes y servicios públicos necesarios se provean en las cantidades y con la calidad adecuadas; cómo hacemos para que no haya niños sin escuelas y para que quienes sí las tienen tengan una educación de calidad; cómo hacer para que enfermarse en Venezuela no sea sinónimo de muerte; cómo lograr que se pueda andar por la calle sin sentir miedo; qué debe hacerse para que las empresas puedan producir de forma abundante y suficiente.
Pregúntese cómo hacemos para que Venezuela sea próspera, tanto como para que haya una expansión sin precedentes de inversión privada y nuevos emprendimientos con ambiciones globales. Pregúntese cómo hacemos para que se erradique la pobreza, para que haya democracia plena y para que en verdad, más allá de los discursos, haya oportunidades para todos en Venezuela.
Hágalo. Porque en la construcción de ese país no sólo le irá mejor a El Sistema: nos irá mejor a todos.
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