Gustavo Coronel
La
mayoría del “liderazgo” político venezolano e internacional ha llegado a
la conclusión de que es mejor
negociar que resistir. Mejor Chamberlain que Churchill. Mejor una
transacción que la prisión de conciencia. Preferible sentarse a regatear
con George Wallace que marchar con Martin Luther King. Así lo ordena
nada menos que el Papa y lo pide Obama. Lo apoyan
los gobiernos democráticos de la región. Súbitamente, Maduro es una
paloma y Voluntad Popular y Leopoldo López un grupo de terroristas que
debe ser estigmatizado. ¿Vendrá una excomunión para sus dirigentes?
¿Quién se creía ese indiecito Gandhi que era, oponiéndose
a la civilización encarnada en el imperio?
En
Venezuela el Vaticano pidió (un pedimento del Vaticano es una orden)
abandonar la marcha pautada para
mañana. La razón es que, como lo trató de explicar el cardenal Urosa,
ello sería es muy peligroso, sería una incitación a la violencia. Es una
lógica absurda. Si una marcha pacífica de ciudadanos que tienen todo el
derecho a hacerla debe ser cancelada porque
habrá violencia, es por qué la violencia vendrá del régimen. Entonces,
la orden de cancelación representa, en la realidad, una concesión a la
violencia. Se está obligando al país a ceder ante el chantaje de la
violencia. Se está pidiendo al país que se arrodille
frente al hamponato más atroz que se haya visto en Venezuela, el mismo
hamponato con el cual deben sentarse a negociar. Como hemos visto, el
dictadorzuelo no perdió tiempo en satanizar a quienes promueven la
marcha, llamándolos “terroristas” y pidiendo cárcel
para ellos. Y esta desfachatez es aceptada en silencio por los
arquitectos de la falsa paz venezolana, una paz que están comprando a
cualquier precio.
Hoy
asistimos a una inversión absurda de posiciones. Quienes antaño tomaron
armas contra la democracia
asesoran hoy a los negociadores que quieren arreglar las cosas “por
las buenas” con un régimen dictatorial. El ardor y el idealismo de
antaño se han transmutado en una mansa sabiduría. Los papeles están
trastocados. Los guerrilleros de ayer, cuando teníamos
democracia, hoy se pliegan a una negociación con la dictadura,
mientras los conservadores de antaño, quienes defendimos la democracia
en aquel momento, somos hoy radicales, extremistas y hasta
“terroristas”.
En
la Venezuela de hoy, en el mundo de hoy, las viejas brújulas éticas ya
no funcionan. Lo que funciona
es el GPS (Sistema de Posicionamiento Global) del pragmatismo, de la
jugada secreta, de las entregas clandestinas. Y no pensemos que
Venezuela es la única arena en la cual han prevalecido esas
negociaciones en cuartos cerrados. Ellas han sido más predominantes
en la historia del planeta que las posturas principistas. Las llamadas
transiciones a la democracia que se han llevado a cabo en países como
España, Chile, Brasil, Polonia o Indonesia, así como las negociaciones
de paz en Colombia simplemente barrieron mucha
basura debajo de la alfombra. Las transiciones en esos países fueron
el producto de gran “flexibilidad moral” por parte de los negociadores
de la democracia, una metodología que rara vez ha llevado a democracias
estables, ya que le enseña a los hampones
políticos que el crimen si paga.
En
Venezuela está en marcha un gran arreglo. Habrá elecciones, sí, pero no
hoy ni mañana. Los hampones
podrán irse tranquilos, con sus dineros mal habidos, excepto por
aquellos quienes caigan en manos de la justicia en países donde la
justicia existe. El país quedará en ruinas para que gobiernos honestos
logren enderezarlo algún día. Y cuando esté de nuevo
enderezado, ese será el momento propicio para que llegue otro Chávez y,
luego, otro Maduro para destruirlo nuevamente, sabiendo que su
impunidad estará garantizada por la blandura y ambigüedad moral de sus
adversarios.
En esta ocasión, conducida por UNASUR y Obama, con la bendición Papal, Venezuela se prepara para darle
otra vuelta a la noria de la mediocridad.
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