Antonio Oruño
Conocí a Leonard Cohen por la traducción de un poema suyo (“The Future”, que también dio pie a una canción) que hizo el poeta Jorge Esquinca en el suplemento Nostromo, del desaparecido (y llorado) periódico Siglo 21, a principio de los años noventa. El texto me impresionó de tal modo que, a falta de Internet, salí a la calle a conseguir todo lo que pudiera de aquel misterioso canadiense de quien, hasta aquel día, ignoraba siquiera la existencia.
Lo que encontré fue poquísimo: una cinta, pirata, con un popurrí de grabaciones de Cohen extraídas de sus discos primerizos (primero con guitarra de palo y sobriedad folk y más tarde con arreglos y coros curiosamente similares a los de crooners como Sinatra o Tony Bennet) y un par de libros, editados por el sello español Edicomunicación y obra del periodista Alberto Manzano: Leonard Cohen: canciones y nuevos poemas, volúmenes 1 y 2. Los libros eran una mezcla de biografía, ensayo y antología y, pese a las continuas irrupciones del periodista, quien, quizá por decirse “amigo personal” de Cohen, se afanaba en usar páginas y páginas para dar curso a sus propias opiniones, llegaban a dar buena idea de la capacidad literaria del canadiense, continuamente parafraseado. Por si fuera poco, ambos volúmenes incluían una amplia selección de textos en versión bilingüe: las traducciones de Manzano eran irregulares pero los poemas originales de Leonard Cohen eran contundentes.
Un tiempo después, conseguí Los hermosos vencidos, la primera novela de Cohen. La editaba Espiral, otro sello español, y me costó una pequeña fortuna en la desaparecida (y también llorada) librería Jardín de Senderos, que se encontraba en el Pasaje Variedades y contaba con un pequeño surtido de libros importados, inconseguibles en otros sitios. Al contrario de lo que sucedió con los poemas, la novela me aventó (culpa mía, por ser un lector inexperimentado, y no de Cohen): no pude avanzar en sus intrincadas páginas y me veía continuamente desconcertado por los españolismos de la traducción. Abandoné el texto (y regalé aquel ejemplar, aún con hojas sin refilar que daban testimonio de mi fracaso). Sólo la adquisición de las traducciones del sello Visor a los poemarios de Cohen (también en edición bilingüe) palió un poco aquella derrota (tardé más de veinte años en leer completa Los hermosos vencidos). Títulos como Flores para Hitler, La energía de los esclavos, La caja de especias de la tierra, etcétera, son poesía mayor.
Creo que Cohen, heredero de la belleza espléndida de la poesía de los Salmos y la tradición hebrea y, a la vez, de la poesía popular norteamericana (hay en él algo de Whitman, de Sandburg, de Lee Masters) es uno de los grandes poetas del siglo XX y, junto con Bob Dylan (y para algunos, incluso por encima) el gran letrista musical del periodo.
Pero, más allá de estas proclamaciones, lo importante es que ha sido un poeta íntimo y entrañable para millones de personas en una época que se resiste a la poesía. Y eso es muchísimo.
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