Emiro Rotundo Paúl
Me gusta la política, pero no soy político de profesión. No he sido militante, ni he sido candidateado a nada por ningún partido político. Y ello se debe a mi forma marcadamente idealista de pensar la política, que choca con el pragmatismo propio de aquellos. Así, por ejemplo, en relación con la resolución del CNE de que los partidos políticos que no concurrieron con sus tarjetas propias a los últimos comicios deben “legalizar” su situación reinscribiéndose nuevamente ante ese organismo mediante la recolección de firmas que representen un determinado porcentaje de la votación nacional, todo ello para iniciar de nuevo un proceso de revisión, anulación y denuncias de fraude por supuestas firmas falsas, voceadas por los eternos canallas del régimen con la finalidad de seguir retardando las elecciones regionales y darle más tiempo al gobierno para conservar el poder en contra del deseo mayoritario del país; yo la rechazaría de plano, no recogería ninguna firma, e iría nuevamente a los comicios con la tarjeta única de la MUD, como se hizo en diciembre de 2015 con un éxito total.
Pero en relación con esta proposición de gallarda rebeldía dicen los asustadizos de siempre que es peligrosa porque el gobierno podría aprovecharla para inhabilitar a la MUD como organización política (como creo que ya lo propuso el pelón de la cínica sonrisa que funge de cerebro gris del régimen en materia electoral y de cuyo nombre no quiero acordarme) y dejar a la oposición sin representación para los comicios regionales, con lo que solo los candidatos del gobierno tendrían posibilidad de ocupar los cargos de gobernadores y alcaldes.
Bueno, y si algo como eso ocurriera, ¿puede alguien creer que el gobierno se saldría con la suya nuevamente sin ningún rasguño? ¿Cuál sería la magnitud de la abstención electoral que se daría? ¿Cuál la reacción internacional? ¿Cuál, en definitiva, sería la ganancia final del régimen? ¿Arrebatar nuevamente el derecho al voto a la inmensa mayoría nacional sería un acto sin consecuencias? ¿Es que la oposición no tiene liderazgo ni gente con los… riñones suficientes para iniciar una acción de rechazo inmediata y enérgica? ¿No será un temor infundado creer que el gobierno pueda burlar permanentemente la fuerza absolutamente mayoritaria del pueblo? ¿Por qué no convertir esta coyuntura en un desafío, en un acto de desobediencia, de rebeldía, de confrontación y lucha contra el régimen, moviendo las grandes fuerzas opositoras que van transitando ya su decimonoveno año de lucha, en la que han marchado una y otra vez, han hecho paros y huelgas, manifestaciones y barricadas (porque las ha habido y a mucha honra), convocando con ardor patriótico a la Unidad Nacional por encima del partido, de todos los partidos, retomando la lucha que fue detenida a fines del año pasado por la dirigencia de la MUD cuando cayó en la trampa del diálogo urdido con ese propósito por el gobierno?
Por supuesto, este camino de lucha contra un régimen represivo y violento, resulta más arduo que la simple tarea de movilizar a militantes y amigos para recoger firmas entre gente desesperada dispuesta a firmar lo que sea contra el gobierno, porque en la primera opción se requiere el concurso de todas las fuerzas opositoras alrededor de la idea de la unidad nacional y de la lucha sin banderas y sin símbolos partidistas, lo que requiere superar los particularismos, los personalismos, las ambiciones, los deseos de figuración, las lealtades de grupo y la camaradería que nos atan a una determinada organización. Pero ir a una lucha justa, masiva y superior, con una sola bandera y con un solo ideal, en este caso el de la unidad nacional, es mucho más hermoso y más noble que la pura y simple lucha partidista.
Aun sin “legalizarse”, los partidos políticos de oposición seguirían existiendo de hecho, y más adelante, cuando el chavismo deje de ser la pesadilla que hoy es y no usurpe ya el poder ilegítimo que le confieren las armas nacionales en manos de la antipatriótica FAN de nuestros días, politizada y desnaturalizada por el régimen, volverán a brillar con luz propia, con sus insignias, sus banderas y sus vocerías en una Venezuela democrática y plural.
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