MARCOS CARRILLO| EL UNIVERSAL
viernes 14 de marzo de 2014 12:00 AM
La lucha que llevan a cabo hoy los venezolanos no es contra el desabastecimiento, la inseguridad o la inflación; es contra un régimen totalitario, comunista y de tutelaje castrista cuya incompetencia ideológica y práctica ha producido aquellas calamidades.
La distinción no es sutil y es fundamental para saber a dónde nos dirigimos hoy en día en el país. La primera posición es una estrategia de marketing político. La segunda plantea un problema de fondo, apunta a la causa fundamental de esos problemas. Es probable que tenga sentido apuntar a la escasez o la inseguridad para generar empatía y aumentar el capital político. Nadie puede dudar que estas son calamidades que nos afectan a todos por igual y que son una fórmula que puede permear en todos los estratos sociales. Sin embargo, el problema es mucho más grave y profundo.
Nos enfrentamos a un régimen declaradamente antidemocrático, a un sistema que suprimió el Estado de Derecho, abolió las libertades y tiene como principio la discriminación de la oposición y el sometimiento de toda la sociedad a sus designios. Para lograr su objetivo ha subordinado a todas las instituciones: usa el sistema de justicia y el poder ciudadano para criminalizar la disidencia, al CNE para legitimar su origen espurio y a la AN como medio para darle visos de legalidad formal a sus atropellos y de someter al escarnio público a los diputados disidentes. Es por ello que un mero cambio en las políticas económicas o de seguridad sería no sólo insuficiente sino una fórmula tramposa para pretender salir de la actual crisis.
El fin que se debe buscar es claro: hay que cambiar el régimen, tal y como lo han planteado sin ambigüedades María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma. La transformación del régimen no se agota en el cambio de gobierno, es un giro institucional para restablecer la necesaria independencia de los poderes públicos y el sometimiento del Ejecutivo a la Constitución y las leyes, para lo cual se pueden implementar distintas fórmulas.
Evidentemente, para lograr este objetivo será necesario, entre otras cosas, una estrategia de marketing, pero reducir la política a un problema de mercadeo es partir de una premisa falsa que puede llevar a conclusiones falaces, un grave error.
La distinción no es sutil y es fundamental para saber a dónde nos dirigimos hoy en día en el país. La primera posición es una estrategia de marketing político. La segunda plantea un problema de fondo, apunta a la causa fundamental de esos problemas. Es probable que tenga sentido apuntar a la escasez o la inseguridad para generar empatía y aumentar el capital político. Nadie puede dudar que estas son calamidades que nos afectan a todos por igual y que son una fórmula que puede permear en todos los estratos sociales. Sin embargo, el problema es mucho más grave y profundo.
Nos enfrentamos a un régimen declaradamente antidemocrático, a un sistema que suprimió el Estado de Derecho, abolió las libertades y tiene como principio la discriminación de la oposición y el sometimiento de toda la sociedad a sus designios. Para lograr su objetivo ha subordinado a todas las instituciones: usa el sistema de justicia y el poder ciudadano para criminalizar la disidencia, al CNE para legitimar su origen espurio y a la AN como medio para darle visos de legalidad formal a sus atropellos y de someter al escarnio público a los diputados disidentes. Es por ello que un mero cambio en las políticas económicas o de seguridad sería no sólo insuficiente sino una fórmula tramposa para pretender salir de la actual crisis.
El fin que se debe buscar es claro: hay que cambiar el régimen, tal y como lo han planteado sin ambigüedades María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma. La transformación del régimen no se agota en el cambio de gobierno, es un giro institucional para restablecer la necesaria independencia de los poderes públicos y el sometimiento del Ejecutivo a la Constitución y las leyes, para lo cual se pueden implementar distintas fórmulas.
Evidentemente, para lograr este objetivo será necesario, entre otras cosas, una estrategia de marketing, pero reducir la política a un problema de mercadeo es partir de una premisa falsa que puede llevar a conclusiones falaces, un grave error.
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