Editorial El Nacional
“El bloguero saudita Raif Badawi se impuso hoy a la oposición venezolana, agrupada en la Mesa de Unidad Democrática, y a Boris Nemtsov, político ruso asesinado en febrero pasado, como ganador del premio Sájarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo”. Así, como si se tratase de una competencia deportiva, despachan las agencias este reconocimiento que, claro, hubiésemos querido fuese para quienes abogan por un cambio pacífico en nuestro país.
No ha sido así, pero no deja de alegrar que la Eurocámara haya considerado a la plataforma opositora venezolana como iniciativa digna de ese lauro que honra la memoria del respetado científico y disidente soviético distinguido, en 1957, con el Nobel de la Paz.
Condenado a 10 años de prisión y a recibir 50 latigazos por semana hasta completar mil azotes, Raif Badawi es un valeroso defensor de la libertad de pensamiento y de expresión, pero sus apreciaciones han sido consideradas por islamistas intolerantes y príncipes de su país como “insultos al Islam”, un terrible pecado que el fundamentalismo hace pagar con la vida.
Aterradoras fatwas, emitidas por el integrismo religioso, han pendido sobre aquel que se haya atrevido a discrepar de la ortodoxia islámica y a interpretar el Corán desde la modernidad. Por eso, premiar a Badawi es condenar no sólo la intolerancia de imanes y ayatolas anclados en la prehistoria, sino también a una corrupta plutocracia que utiliza la religión con fines represivos.
Guardando las distancias y respetando la diversidad cultural, se puede establecer un cierto paralelismo entre las razones que motivaron al Parlamento Europeo para galardonar al martirizado saudita con las que privaron para juzgar a la Mesa de la Unidad Democrática merecedora de un estímulo que contribuye a concientizar al mundo sobre las iniquidades que se cometen en nombre de deidades intangibles y retardatarios preceptos que nadie sabe quién dictó, costumbres cuyo origen es ilícito averiguar o revoluciones que buscan imponer modelos sobre bases dogmáticas.
En tal sentido, la MUD representa, no el papel de un disminuido David frente a un invencible Goliat, sino una inquebrantable voluntad de derrotar a una obscena, corrupta y represiva comandita que marcha a contramano de la historia, lo cual luce cada vez más factible, a pesar de la asimetría de recursos y el boicot interno del radicalismo sin brújula.
Ese es el gran mérito de la concertación democrática y el por qué los legisladores del viejo continente y los demócratas del mundo ven con simpatía su valerosa cruzada contra un gobierno que no oculta su vocación dictatorial, que persigue y encarcela al estudiantado, que mantiene confinados en sus ergástulas a más de 70 ciudadanos por el delito de expresar sus desavenencias con las políticas hambreadoras de una ambiciosa cúpula milico-civil que no conoce frenos humanistas ni contenciones éticas; una cúpula populista, reaccionaria y despótica; como la nomenclatura soviética que daba caza a Sájarov.
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