El país
no quiere nada con Maduro. Mas que un distanciamiento se ha producido una
fuerte ruptura emocional. Una combinación de frustración, desilusión y rabia ha
extendido el descontento con su gestión hasta el proceso que simbolizó y el
modelo de socialismo que nos está imponiendo.
El país no quiere nada con Maduro. Mas que un
distanciamiento se ha producido una fuerte ruptura emocional. Una combinación
de frustración, desilusión y rabia ha extendido el descontento con su gestión
hasta el proceso que simbolizó y el modelo de socialismo que nos está
imponiendo.
Hay un alud de rechazo social que está tomando
cuerpo electoral. Maduro transfiere la pesada carga de su derrota a los
candidatos del gobierno forzados a mentir sobre la liquidación del aparato
productivo que conduce a las colas, el aplastamiento de los salarios que reduce
el consumo de las familias o la inseguridad que toma la dimensión de una guerra
contra la población.
Los pesimistas se resisten a aceptar esta nueva
realidad. Los desesperanzados temen que en un instante de los próximos
cincuenta días el gobierno, por arte de magia negra, revierta el desastre que
creó durante dos años de errores.
Esto no va a ocurrir, lo que arreciará el
ventajismo de Estado, los repartos populistas de bolsas de comida y
electrodomésticos, la aplicación del repertorio de trampas que ha
institucionalizado el CNE para intentar torcer la voluntad popular.
Los cambios en la polarización son notables. El
primero es que gobierno y oposición se han intercambiado la condición de
mayoría/ minoría. El segundo es la mutación de la naturaleza del choque entre
polos, que dejó de ser ideológico para pasar a ser social.
El tercero consiste en que el signo del nuevo polo
mayoritario no es la división, el enfrentamiento y la exclusión sino la
unificación, la convivencia y la participación común a la que obliga una
recomposición plural que desborda la división chavismo/oposición.
La crisis y la realidad amplían los motivos de
apoyo a los candidatos de la unidad. Si estamos juntos en las colas, si
corremos los mismos peligros en la calle, si no conseguimos las medicinas, si a
los dos no nos alcanza el sueldo, entonces no existen incentivos para avalar
con el voto a los responsables de esta crisis ni para apoyar que una minoría
siga disfrutando de privilegios mientras manda al pueblo a comer piedra. Esa
minoría merece ser castigada ejemplarmente con el voto. Y lo será.
Mantener la convicción en la victoria no es
adormilarse en sopores triunfalistas. Todavía hay que llegar al fondo de muchos
votantes que tienen dudas de acompañar la decisión de cambio encarnada en el
país.
Algunos de ellos fortalecen sus dudas y temores
cuando el triunfo de la Unidad es presentado como victoria de una parte contra
otra, como continuación del odio o como amenazas.
Para que el triunfo sea de todos no se puede dejar
todo el esfuerzo sólo en manos de la MUD. Además de apoyar lo que ella hace,
personalmente cada quien puede dar algo más, por pequeño que pueda parecernos.
Si esto ocurre tendremos la primera campaña electoral donde el actor principal
sea la gente.
Referirse a la gente incluye a los millones de
seguidores de Chávez y del proceso que han dado el paso irreversible de votar
por los candidatos de la Unidad. Sin ellos y los que están por venir no habrá
mayoría calificada, ni transición democrática hacia la democracia, ni sentido
de pertenencia a un mismo país. Juntos, a ellos y a nosotros, nos corresponde
dejar atrás el pasado y abrir un nuevo ciclo político.
Recientemente el filósofo noruego Jostein Gaarder,
autor del Mundo de Sofía, señaló que ya era hora de adoptar una Declaración
Universal de los deberes Humanos. Esa hora, la del deber personal, ha llegado
para todos los venezolanos.
Vía Tal Cual
Que pasa Margarita
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