ANÍBAL
ROMERO
Releí hace poco y con deleite un
libro que en su momento fue decisivo para despertar mi entusiasmo por la
literatura: el Demian de Hermann Hesse. Ello coincidió con el
otorgamiento del Premio Nobel de Literatura 2015 a la escritora bielorrusa
Svetlana Alexievich. Confieso que desconozco la obra de esta autora, pero me
llama la atención que sus trabajos pertenecen fundamentalmente al género del
periodismo investigativo y no al ámbito de la narrativa, la poesía o el teatro.
No cuestiono en principio esta situación. Si se revisa la lista de premiados
desde 1901, cuando el reconocimiento fue concedido por vez primera, es claro
que los criterios definitorios del Nobel de Literatura han sido múltiples y
heterodoxos. Por ejemplo, se encuentran en esa lista dos historiadores, como
Theodor Mommsen y Winston Churchill, así como dos filósofos, Henri Bergson y
Bertrand Russell. No tengo razones para abrigar dudas acerca de la calidad de
la obra de Alexievich, que tampoco se amolda a los parámetros clásicos en
cuanto a géneros literarios se refiere, y confío leer alguno de sus libros tan
pronto me sea posible.
Lo que más sorprende al
estudiarse la lista de personas premiadas con el Nobel de Literatura no son
propiamente los nombres incluidos, sino los que no están allí, entre ellos nada
menos que León Tolstoi, André Malraux, Jorge Luis Borges y Graham Greene, entre
otros. La omisión de Tolstoi es sencillamente inexplicable y no logro
asimilarla, pero tampoco es fácil admitir la ausencia de escritores de la
categoría de Malraux, Borges y Greene. No presumo de experto en este campo,
sino de simple pero persistente y disciplinado aficionado; no obstante, me atrevo
a afirmar que en materia estrictamente literaria Malraux está en un plano
superior a Jean Paul Sartre, a quien sí le concedieron el premio y lo rechazó
en otro de sus incontables gestos de rebelde sin causa. Las novelas y el teatro
de Sartre (y no sus obras filosóficas, algunas de las cuales poseen, pienso,
incuestionable importancia) no me parecen perdurables, quizás con excepción de
su novela La náusea; en cambio, obras como La condición
humana, La esperanza yLos nogales de Altenburg de
Malraux, entre otras, expresan de manera singular y poderosa al ser humano de
su momento y el de siempre.
Mucho se ha comentado el hecho de
que un creador tan absolutamente original e influyente como Borges no fuese
premiado con el Nobel. Es desde luego válido preguntarse si acaso sus
sarcásticas y con frecuencia traviesas opiniones políticas, expuestas con un
talento irónico y alambicado, disgustaron a alguno o a varios de los miembros
del comité de académicos suecos que tiene en sus manos tamaña responsabilidad.
No lo descarto. Tampoco lo hago en el caso de Greene, un narrador brillante que
produjo novelas fabulosas como El poder y la gloria, Brighton
Rock y El fin de la aventura, para solo mencionar tres de
ellas. Greene fue por décadas un novelista muy popular, y creo que sus libros
son todavía leídos por muchos, merecidamente.
A pesar de estas y otras
significativas lagunas, no cabe duda de que la lista de premiados, a lo largo
de más de un siglo, contiene buen número de relevantes y meritorios escritores,
poetas y dramaturgos que con sobradas razones han recibido el galardón. Hermann
Hesse es uno de ellos, y ya para 1946, cuando le fue otorgado el premio, había
publicado su obra magna, El juego de los abalorios (1943), así
como el apasionante Demian, El lobo estepario y Narciso
y Goldmundo, entre otros inolvidables libros. Cuando pienso
sobre el Nobel “ideal” me vienen a la mente escritores como Hesse, Thomas Mann,
Albert Camus, Borges y Greene, que son autores de una obra extensa en la que
sobresalen no solo uno sino varios títulos, y en la que se dibuja un mapa de
temas, problemas, personajes y tramas que responden a una cierta visión del
mundo y a palpitaciones esenciales de nuestra situación humana. Desde luego,
este prototipo o modelo se aplica igualmente a los poetas, y en ese espacio
hallamos nombres que responden a los citados criterios de coherencia en la
visión, hondura de los temas y fuerza expresiva, como los de Saint-John Perse,
Pablo Neruda y T. S. Eliot, por ejemplo.
Ahora bien, como sugerí antes, no
luce aconsejable abordar un mundo tan vasto y maravilloso como el de la
literatura con base en parámetros estrechos y criterios inflexibles. Cada uno
de nosotros tiene sus autores y libros favoritos, por las razones que sean, y
un ganador del Nobel amerita respeto (aunque admito que me cuesta un poco
tenerlo del todo hacia premiados como el italiano Dario Fo y el inglés Harold
Pinter, y no precisamente por sus opiniones políticas de izquierda). En este
orden de ideas uno de los aportes, al menos en lo que me toca, del Nobel de
Literatura anual es que en diversas oportunidades ha focalizado mi atención, y
estoy seguro que la de muchos, sobre autores que o bien no conocía o apenas
había escuchado mencionar, alentando así mi curiosidad y a veces conduciéndome
al hallazgo de extraordinarios libros. Así me ocurrió con el australiano
Patrick White y su hermosísima novela Voss, y con William Golding,
autor británico cuyas obras, en especial El señor de las moscas y Los
herederos, coloco entre las más profundas e iluminadoras acerca del
misterio, la violencia y la bondad humanas que haya tenido oportunidad de leer.
No debería extrañarnos que
durante décadas el Nobel de Literatura haya distinguido predominantemente,
aunque no de manera exclusiva, a autores europeos y del norte de América.
Presumo que las dificultades de acceso a otras lenguas y ámbitos geográficos en
Asia, África y América Latina, además de un casi ineludible etnocentrismo
dominante en épocas previas a la actual globalización, complicaba una
exploración más amplia del universo literario internacional. Esta tendencia a
la reducción del ámbito de visibilidad ha venido cambiando en tiempos más
cercanos. De igual modo se han visto reconocidas mayor número de mujeres, tanto
novelistas como poetisas, lo que me parece estupendo. La actitud más
cosmopolita y su concomitante enfoque pluralista tienen que lograrse en función
de la excelencia. El gran peligro de la hoy vigente y asfixiante corrección
política, aplicada en este caso a la concesión de un galardón como el Nobel de
Literatura, es una amenaza real, y es de esperar que tales prejuicios y
preferencias ideológicas no operen jamás en el proceso de toma de decisiones de
la Academia sueca.
Me suscita gran interés la obra
de periodismo de investigación de la señora Alexievich, y de modo particular su
libro de testimonios y análisis acerca de la tragedia nuclear de Chernobyl, que
confío leer pronto. Su triunfo constituye un genuino aliciente para todos los
periodistas alrededor del mundo, de manera particular para los que poseen
genuina vocación de investigadores. El premio 2015 es por ello, en ese y otros
sentidos, una buena noticia.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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