Editorial El Nacional
Nada que ver con el infierno rojo
Hace aproximadamente un mes, y en razón de la irresistible escalada de precios que ha extrañado de la mesa de los venezolanos productos cuya presencia formaban parte de su dieta, editorializamos sobre la conversión de algunos de ellos en sucedáneos de exquisiteces que quedaron para el recuerdo. Diablitos Underwood era uno de los productos aludidos entonces en este espacio.
Hoy retorna a él por otro motivo: la compañía que lo producía ha sido vendida a "una misteriosa empresa internacional con base en el país identificada como Lenfeld inc.", de la cual un vocero de los 600 y tantos empleados de la multinacional estadounidense General Mills que, cansada de acumular pérdidas, tira la toalla, bota tierrita y no juega más ha dicho "no saber mayor cosa".
Junto con el jamón endiablado, otros dos ítems pasan a manos de los nuevos dueños. La verdad es que no importa quién o quiénes están tras esta adquisición, pues no se trata de la primera ni de la última en una procesión de inversionistas que se marchan, acaso para siempre, cargando sobre sus hombros los restos de sus negocios y el lejano recuerdo de una Venezuela con un pasado próspero.
Cuando publicamos el editorial aludido, "Diablitos Gourmet", algunas cabezas huecas e hirvientes afectas al gobierno, aprovechando la oportunidad que El Nacionalbrinda a sus lectores para que expresen sus pareceres sobre lo que aquí opinamos, apelaron a lo más grosero de su exiguo vocabulario y aplaudieron el alza de precio que criticábamos, alegando que ello contribuiría a una mejor alimentación del pueblo, ¡siempre el pueblo! Ese pueblo y lo saben los rojos de sobra que desde los tiempos de la Guerra Federal ha consumido, sin consecuencias que lamentar, la marca que se posicionó como "la mejor forma de comer jamón". Probablemente no fuese la mejor, tampoco era la peor, pero de seguro, sí, la más asequible. Empero, eso es harina de otro costal.
No es nuestra intención alarmar al consumidor, pero sí llamar su atención sobre lo que podría ocurrir si la nueva administración no es tan escrupulosa como la anterior respecto al rigor sanitario. Importa, pues, y mucho, indagar qué destino le deparan los flamantes amos y si, por afán de lucro, desecharán o no los controles de calidad y los mecanismos de selección de materia prima establecidos y aplicados por el anterior fabricante.
Y no se trata de aprensiones gratuitas sino de la genuina preocupación que suscita la falta de información sobre la identidad de los nuevos propietarios. Lo que quiere el venezolano, ese pueblo del que tanto hablan, es contar en su mesa con un producto como el que siempre ha conocido.
Eso sí, sin que se asome la sombra de la duda sobre la producción de lo que, seguramente, seguirá con precio astronómico como el que la escasez le ha impuesto, pero que ya es parte de la mesa venezolana, porque acompaña muy bien la tan emblemática arepa. Aspiremos, en aras de la tradición, que el diablo siga saliendo.
Hoy retorna a él por otro motivo: la compañía que lo producía ha sido vendida a "una misteriosa empresa internacional con base en el país identificada como Lenfeld inc.", de la cual un vocero de los 600 y tantos empleados de la multinacional estadounidense General Mills que, cansada de acumular pérdidas, tira la toalla, bota tierrita y no juega más ha dicho "no saber mayor cosa".
Junto con el jamón endiablado, otros dos ítems pasan a manos de los nuevos dueños. La verdad es que no importa quién o quiénes están tras esta adquisición, pues no se trata de la primera ni de la última en una procesión de inversionistas que se marchan, acaso para siempre, cargando sobre sus hombros los restos de sus negocios y el lejano recuerdo de una Venezuela con un pasado próspero.
Cuando publicamos el editorial aludido, "Diablitos Gourmet", algunas cabezas huecas e hirvientes afectas al gobierno, aprovechando la oportunidad que El Nacionalbrinda a sus lectores para que expresen sus pareceres sobre lo que aquí opinamos, apelaron a lo más grosero de su exiguo vocabulario y aplaudieron el alza de precio que criticábamos, alegando que ello contribuiría a una mejor alimentación del pueblo, ¡siempre el pueblo! Ese pueblo y lo saben los rojos de sobra que desde los tiempos de la Guerra Federal ha consumido, sin consecuencias que lamentar, la marca que se posicionó como "la mejor forma de comer jamón". Probablemente no fuese la mejor, tampoco era la peor, pero de seguro, sí, la más asequible. Empero, eso es harina de otro costal.
No es nuestra intención alarmar al consumidor, pero sí llamar su atención sobre lo que podría ocurrir si la nueva administración no es tan escrupulosa como la anterior respecto al rigor sanitario. Importa, pues, y mucho, indagar qué destino le deparan los flamantes amos y si, por afán de lucro, desecharán o no los controles de calidad y los mecanismos de selección de materia prima establecidos y aplicados por el anterior fabricante.
Y no se trata de aprensiones gratuitas sino de la genuina preocupación que suscita la falta de información sobre la identidad de los nuevos propietarios. Lo que quiere el venezolano, ese pueblo del que tanto hablan, es contar en su mesa con un producto como el que siempre ha conocido.
Eso sí, sin que se asome la sombra de la duda sobre la producción de lo que, seguramente, seguirá con precio astronómico como el que la escasez le ha impuesto, pero que ya es parte de la mesa venezolana, porque acompaña muy bien la tan emblemática arepa. Aspiremos, en aras de la tradición, que el diablo siga saliendo.
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