La escritora cubana vio este viernes por primera vez en su vida un concierto de los Rolling Stones. Este es el emocionado relato sobre lo que vio en La Habana
La Habana 26
MAR 2016 - 10:32 CET
La primera vez que escuché a los Rolling Stones fue hoy, en
vivo, gratis y en La Habana.
También fue hoy mi primera experiencia en un concierto de esa magnitud.
Mi referente de grandes espectáculos eran, hasta ahora, los conciertos de la
Nueva Trova, el rock argentino, la salsa o las masivas alocuciones de Fidel en
la plaza, pero hoy no escuchamos al comandante, el micrófono se lo apropiaron los
Rolling Stones.
Aunque los años heavy del Rock
and Roll coincidieron con los duros de la revolución cubana, aquí estaba
prohibido escuchar cualquier cosa que nos recordara al “enemigo”.
Los cánones verde olivo no aceptaban esa otra revolución sonora y
estética, por ello, en la Escuela Nacional de Arte donde estudió mi madre, se
hizo purga en el 66 al descubrir que el escritor Emilio Fernández de la Vega
consiguió nada más y nada menos que un acetato de los Stones, poniendo a
delirar al alumnado, liberando sus cuerpos y sus mentes al
calor de Satisfaction. Los artistas recibieron como castigo un año sin salir del internado
con régimen militar que lideraba la tristemente célebre doctora Berta Serguera,
protagonista de las cacerías de brujas de la época.
¿Qué
pensaría la doctora al ver acampar, desde el jueves en la noche, a miles de
cubanos “marcando” en la infinita cola de los Rolling?
Las calles que van desde el antiguo Bidet de Paulina Fuente Luminosa hasta la cafetería dulcería La Word se sembraron de familias, cubanos de todas
las edades y provincias que decidieron pasarle la cuenta a la historia.
Sentados en el suelo con bolsos o mochilas cargados de agua y alimentos
esperaron atentos a que las luces se encendieran para avanzar en procesión
hasta el corazón de la Ciudad Deportiva.
El
discurso oficial sigue siendo semejante al de las “actividades político-
recreativas”, cito la nota del Instituto de la Música: “Al concierto de los
Rolling hay que ir con la disciplina y el entusiasmo que nos caracteriza”. El
estilo de la policía vestida de civil o uniformada fue cuidadoso y de bajo
perfil. No hubo enfrentamientos.
Nos dejaron ser y estar, llorar, desmayarnos, pudimos bailar y gritar
hasta la saciedad… pero sobre todoresponderle a Mick Jagger cuando nos
preguntó si realmente esto estaba cambiando. –Si– y –No–.
“Demasiado
joven para morir, demasiado viejo para bailar Rock and Roll”.
Llegaron
desde temprano los veteranos, allí estaban en el público, moviéndose furiosos
como si acortaran la distancia con el tiempo en que no pudieron manifestarse,
más vale tarde que nunca. En realidad eran los jóvenes quienes hicieron mayoría
en aquel medio millón de personas concentradas, alucinando.
Era la primera vez que los compañeros Stones se encontraban
con un público que mayoritariamente no les conocía, ni conocía sus letras. Parecían extraterrestres aterrizando delante de
nosotros, con trajes de plumas, abrigos de seda, luces ultravioletas, varios
kilos de sonido y esa libertad y energía arrolladora a los setenta años que no
tiene ni pretende tener límites.
La exótica
simbiosis entre el Coro Nacional dirigido por Digna Guerra y la obra de los
Stones creó un efecto mágico, atemporal.
El modo en que Jagger repitió nuestras
frases populares: “están
en talla” y “están escapaos”, su agradecimiento a Cuba por la música que le ha
dado al mundo, cada expresión en español, el virtuosismo, la felicidad con la
que nos entregaron su obra es para mí una ofrenda que alivia, en algo, lo no
vivido, lo que nos prohibieron durante un tiempo tan largo como su propia
carrera. ¿Cómo será la política musical en lo adelante? No lo sé, mañana será
otro día, hoy bailé libremente, y aunque no soy roquera, le presté mi cuerpo a
mi madre, la dejé entrar en mí para que bailara esto conmigo, reencarnara y
gozara en nombre de todos los que no resistieron, en nombre de los mártires
cubanos del Rock and Roll.
No comments:
Post a Comment