Editorial El Nacional
Nuestra vida dura y difícil
Esta Semana Santa que finalizó ayer ha sido una de las más duras y terribles que ha sufrido Venezuela en las últimas décadas. Ni las siete plagas de Egipto le llegan al talón a esta prolongada agonía a la cual se tiene sometido a un pueblo que no ha cometido pecado alguno para merecer semejante castigo, como no sea el haber creído en la palabra ponzoñosa y falsa de un aventurero que quería mandar y que lo único que hizo fue destruir.
Basta con darse una vuelta por el país para calibrar con dolor y pena la cuantía de la destrucción sistemática que, al estilo cubano, se le ha asestado a una nación que pasaba por ser la más rica y prometedora de América del Sur y que hoy solo alcanza a mostrar pudorosamente las ruinas de un territorio en guerra, al estilo de lo que sucede en el Medio Oriente.
No es la primera vez y ojalá sea la última que un vendedor de feria se adueña del poder y reparte sin recato alguno entre sus familiares y sus íntimos los dineros del tesoro nacional. Desde luego que aquel que tome en sus manos el porvenir del país ya no encontrará tesoro alguno sino, en el mejor de los casos, sueños sin destino y retazos de mentiras convertidas en chatarra.
En este mismo espacio citamos alguna vez las palabras que Carlos Franqui, cubano y miembro de la dirección del Movimiento 26 de Julio, quien dijo, ya en el exilio, en una entrevista poco antes de morir y recogida en la revista mexicana Letras Libres: “Fidel pensaba que en Cuba no servía nada y que había que destruirlo todo para hacerlo de nuevo. Esto condujo a que fuera el más grande destructor de una nación”.
Sin duda alguna, las palabras de Carlos Franqui tienen hoy una vigencia terrible tanto en Cuba como en Venezuela, dos países destruidos por las ambiciones neuróticas de un farsante que prometió a su pueblo villas y castillos para adormecer su coraje mientras levantaba, paso a paso, los muros de una prisión alrededor de la isla. Simultáneamente crecía en las aguas que separan a Cuba de Estados Unidos un inmenso y profundo cementerio marino en cuyo fondo reposan miles de cadáveres de quienes intentaron escapar y solo encontraron la muerte y el olvido.
Ayer el papa Francisco, según las agencias internacionales Efe y AFP, “instó a que en Venezuela se busque el diálogo y la colaboración entre todos en su mensaje de Pascua leído desde el balcón central de la basílica de San Pedro” en Roma.
Pero el sumo pontífice fue más allá y pidió que el mensaje de amor de Jesús “se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos”.
Francisco indicó que es necesario impulsar “la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos”. ¿Caerán en terreno fértil estas palabras sanas y sabias? ¿O serán calificadas de mensajes del imperio?
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