Vladimiro Mujica
El poeta español Miguel Hernández Gilabert escribió en 1936, año en que estalla la guerra civil, una conmovedora elegía a su amigo Ramón Sijé, “con quién tanto quería”, la cual fue posteriormente musicalizada por Joan Manuel Serrat. Como ocurre con la poesía que leemos o la música que escuchamos, éstas a veces se transmutan a través nuestro en vivencias y sintonías íntimas y terminamos por identificar un poema o una melodía con una persona específica que nos fue importante, cercana. Es así como yo terminé por hacer de la magnífica entrega musical de Serrat la canción que me traía de vuelta la memoria de mi padre, Guillermo Mujica, nacido un año antes que el poeta Hernández, ambos comunistas, ambos dolientes de la suerte de la República Española, el uno pagó su entrega a la causa republicana ultimadamente con su vida en una cárcel en Alicante, con tan solo 31 años, el otro sufrió íntimamente la victoria del franquismo durante el resto de su vida. Así como Hernández en su exaltación a la amistad lamenta no haber podido estar presente cuando Sijé murió: “Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte”, yo tampoco estuve presente en la hora de la muerte de mi padre, que me encontró esperándola en Suecia. Quiso la vida que mis hermanos me dieran el privilegio de sacar la calavera de Guillermo durante la exhumación de sus restos en el Cementerio General del Sur, para cumplir así con el ciclo paralelo que en mi mente une todas estas historias.
Me disculpo ante mis lectores por la larga introducción íntima y personal, pero quiero dejar con ello constancia de que el tema que pretendo abordar me es cercano en grado extremo, precisamente porque no es solamente un asunto intelectual. Crecí bebiendo y nutriéndome de las ideas de izquierda, del comunismo como la salvación de la humanidad. Posteriormente me distancié irrevocablemente del discurso ortodoxo del marxismo y sus derivados ideológicos porque comprendí que había una brecha insalvable entre la libertad de pensamiento, un elemento indispensable de mi visión de la vida, y la imposición de dogmas de fe que pretendía el comunismo real. Más adelante el distanciamiento se refirió a un inaceptable dilema entre libertad e igualdad que han manejado innumerables movimientos izquierdistas en el mundo como una manera de imponer el control social, político y económico para supuestamente impulsar la igualdad, cuando en verdad se secuestra la libertad. Terminé por refugiarme en una especie de isla de la utopía donde el socialismo real podía coexistir con la libertad, la democracia y el impulso a la creatividad humana. Pero ese distanciamiento de las fuentes primarias de la izquierda nunca se tradujo en el irrespeto a gente que, como mi padre y muchos de sus amigos, mantuvieron su fidelidad, con matices, al comunismo. Admiraba su honestidad, su compromiso, su verticalidad.
Es por todo esto que no puedo menos que sentir repulsión casi corporal ante la traición monumental que el chavismo y sus herederos representan a la herencia de la izquierda. Ya es difícil sorprenderse por minúsculas trapisondas como el Spa de Iroshima Bravo en tierras imperiales, o el hecho de que prominentes miembros de la oligarquía chavista o funcionarios de PDVSA estén encausados, también en el odiado imperio, por tráfico de drogas, lavado de capitales, y en general ejercicios de corrupción a escala verdaderamente pornográfica. Quizás sirva de rasero universal de la infamia el aceptar como cierta la denuncia de los ex – ministros Giordani y Navarro que han apuntado hacia una cantidad exorbitante, apoyados ahora por el presidente de la Comisión de Contraloría de la AN, Freddy Guevara, quienes estiman que en los diversos ejercicios de corruptelas, desvíos de fondos, empresas fantasmas, comisiones, ilícitos cambiarios, etc, actividades en buena medida relacionadas con el control cambiario, se han evaporado alrededor de 300 millardos de dólares. Es decir, 300 seguidos de nueve ceros, un poco más de dos veces el producto interno bruto de Venezuela en los años de bonanza petrolera. Según Guevara, eso nos genera el dudoso honor de ser el caso de corrupción pública más voluminoso de la historia, sobrepasando con creces a las tiranías africanas, y a los rusos, dos paradigmas de las más retorcidas prácticas en la administración pública.
A la corrupción, detestable de por sí, hay que añadirle la generación de miseria y pobreza, el entronizamiento de la violencia, la imposibilidad de aplicar la ley en el país, las carencias de medicinas y alimentos, la destrucción de la educación y el aparato productivo. En suma que, gracias a la hecatombe chavista, para explicar que uno es venezolano y de izquierda se requiere un largo ejercicio de exégesis. A la cantinela rutinaria: soy de izquierda, pero no soy estalinista, ni maoísta, ni castrista, ahora hay que añadirle, especialmente, no soy chavista. Los “nuestros” han terminado por ser los actores de una de las farsas más monumentales de engaño a un pueblo, en este caso el mío. Y con su acción han hecho difícil que uno pueda utilizar palabras como pueblo, solidaridad, independencia, autonomía sin que todas tengan un tufillo a demagogia, populismo, farsa y corrupción.
Pero vendrán otros tiempos donde se pueda rescatar la tradición de pensamiento socialista democrático que ha florecido en, por ejemplo, los países escandinavos. Donde libertad e igualdad no sean palabras excluyentes sino complementarias. Donde el sainete de estos 17 años de destrucción pueda ser vistos en la misma perspectiva del Gulag estalinista.
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