La de culpar a otros es tradicional en Venezuela, y echarle la culpa a otros países, gobiernos o conspiraciones por nuestros errores y sus consecuencias, ha sido históricamente el recurso de nuestra mediocridad.
En el siglo XIX se la echamos a las potencias europeas. España era culpable de todo. A medida que nos endeudamos, Alemania, Francia, Inglaterra e Italia fueron los responsables de nuestros fracasos, hasta que Norte América vino al rescate ante las amenazas de la invasión europea.
Los buques de guerra estadounidenses y la Doctrina Monroe fueron nuestros Ángeles de la Guarda, aunque al poco tiempo pasaron a ser los responsables de nuestra incapacidad para sobreponernos al subdesarrollo.
Es posible que en éste siglo XXI vayan a ser los chinos los culpables de nuestros males cuando pasen las facturas de cobro de los préstamos tan generosamente extendidos a Venezuela, en situación de dudosa salud financiera. Pero muy pronto se convertirán en el nuevo responsable de las dificultades y penurias de los próximos lustros.
Como es de esperar, las decisiones tomadas hoy serán las que determinen de manera fundamental el futuro y las opciones que quedarán abiertas para el mañana.
Cada vez que oigo los gritos comunitarios en las manifestaciones callejeras, o los que se lanzan desde las barras en nuestro desprestigiado hemiciclo, me embarga la duda si estas voces tienen algún vínculo con una intención de acción o es un instrumento “goebbeliano” para cambiar el ethos social.
Claro que “si se puede” pero será solamente si existe una férrea voluntad de trabajo para cambiar, y no esperar para lanzar otro guignol al ruedo que explique con el mayor desparpajo que alguien en Pekín ha declarado una nueva versión de guerra económica.
Solo se podrá si cada uno toma la determinación de no permitir que esta farsa de culpar al otro continúe. Si queremos lo podemos lograr.
La solución estará esperando para cuando dejemos de lado la hipocresía para la inspiración de los compositores de rancheras. Ya es hora que el populismo de un paso de costado, abra el camino a los que quieren y están capacitados para que Venezuela salga del hoyo en que se ha sumergido, y dejen que la nación se recupere en manos de hombres y mujeres capaces que se toman en serio el compromiso de reconstruir la nación.
¡Ah! Pero para lograrlo lo primero que hay que hacer es tomar las riendas del potro desbocado que se enfila, no hacia un precipicio, sino hacia el infierno con todas sus pailas hirviendo.
La salida ya no es un grito, es una necesidad.
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