Editorial El Nacional
A no pocos políticos les ha dado hace poco por establecer diferencias entre el chavismo y el madurismo. No han faltado últimamente los análisis que se empeñan en hablar de dos fenómenos distintos, especialmente por parte de quienes se manifestaron como partidarios entusiastas del “comandante eterno” y ahora se afanan en mostrar sus distancias frente al régimen de la actualidad.
Algunos se lanzan de frente en la proclamación de la supuesta diversidad y otros lo hacen con cierto comedimiento, como apenados por la posición que ahora asumen, pero en ambos casos pretenden hacernos ver la existencia de dos hechos de diferente naturaleza ante los cuales se pueden presentar posiciones que no tienen que ser necesariamente idénticas.
Sectores que se ha alejado sin ocultamiento del régimen actual, hasta el punto de formar tienda aparte; ministros y altos empleados del primer capítulo de la “revolución” que no fueron llamados a formar parte de la nomenklatura reinante, o a quienes les cerraron las puertas de palacio; negociantes a quienes les fue de maravilla cuando comenzó el “socialismo del siglo XXI” y ahora no obtienen las mismas ganancias, o ninguna; figuras solitarias del oficialismo a quienes les parece que todavía tienen un prestigio digno de protección; aspirantes que terminaron con los proyectos en el sótano y hasta personas que piensan de buena fe, consideran que el “comandante eterno” hizo un estupendo gobierno y que Maduro lucha contra esa innegable “eternidad”.
Hasta ciertos voceros de la oposición se animan a participar en el juego de las diferencias, porque les parece más fácil luchar contra Nicolás que meterse con la memoria de Hugo Rafael.
El empeño de establecer tales distancias no encuentra apoyo en la realidad. El segundo capítulo es hijo del primero, no solo porque se estableció ante la sociedad en el testamento leído por el jefe anterior, sino también porque sus figuras son las mismas de antes, con algún retoque sin importancia, y porque lo que ahora se hace desde la alturas del poder es la continuación de lo llevado a cabo, para perjuicio de la sociedad, desde el desplazamiento de la democracia representativa.
Las mismas personas, o casi las mismas. Los mismos discursos vacíos y sin relación con los problemas populares. El mismo tono cansón y monocorde, sin sorpresas ni alegrías. La misma política, sin variaciones pese al crecimiento de los problemas. La misma corrupción, aunque algunos aseguran que la de hoy es peor que la del ayer cercano. Y los mismos, los mismos militares, pese a que algunos consideren que son mayores en cantidad y en influencia los del alto mando del sucesor.
Una patología muestra sus llagas y sus excrecencias mientras crece, mientras se resiste a la posibilidad de una cura o simplemente porque no tiene remedio. El crecimiento de la patología hace que quien la padece se vea distinto, más putrefacto y más cercano al cementerio, pero el enfermo es el mismo. No se trata de dos organismos distintos. Si lo entendemos así, dejando de lado los rebuscamientos, se harán más fáciles su combate y su erradicación.
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