Saturday, September 17, 2016

Las humanidades, el arte y la democracia

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Pronto exhalaremos nuestro último suspiro.
Mientras tanto, mientras vivamos,
mientras nos encontremos entre los humanos,
cultivemos nuestra humanidad.
Séneca

 Eddy Reyes Torres

La inmensa mayoría del país lucha intrépidamente por franquear uno de los períodos políticos más desastrosos de nuestra historia republicana, malamente conocido como la “revolución bolivariana”. En su decurso, nuestros males se han juntado como las apretadas cuentas de un inmenso rosario. Para evidenciarlo, una concisa relación: nuestros campos languidecen, sumidos en el abandono y tomados por grupos de bandoleros, tal cual lo concibiera Ambrogio Lorenzetti en su famoso fresco en el Salón de la Paz del Ayuntamiento de Siena; las industrias, sometidas a todo tipo de controles y restricciones, producen mínimas porciones de lo que país requiere; los más importantes puertos y aeropuertos son espacios que movilizan ínfimos porcentajes de personas y bienes; nuestras universidades autónomas sufren el acoso de un gobierno que propugna una visión unicolor y un discurso intolerante; las interrupciones continuas de los servicios de electricidad y agua afectan la cotidianidad de la gente; la escasez de comida y medicina agobia a toda la ciudadanía; nuestros jóvenes y profesionales más calificados han emigrado a otros países en búsqueda de la libertad y un futuro mejor; las penitenciarías son suntuosas cuevas de Alí Babá, donde pranes que gozan de la protección del Estado y están bien dotados armamentísticamente por miembros corruptos de nuestras Fuerzas Armadas, cometen sus fechorías sin ningún tipo de riesgo; la corrupción y el desprestigio toca las puertas de los más emblemáticos despachos oficiales; los presos políticos son sometidos a todo tipo de vejámenes y sus juicios adolecen de una torcida aplicación de la ley; y el crimen de la peor calaña se señorea impunemente sobre toda la colectividad, sin distingo de sexo, edad, clase social o posición política.
Frente a tan calamitosa realidad son muchas las acciones que deberán acometerse para enrumbar al país hacia un destino mejor. Pero independientemente de la urgencia de algunas de las medidas, hay una de la que poco o nada se habla y es fundamental para la buena salud de nuestra democracia: me refiero a la presencia permanente en nuestras escuelas y universidades de las humanidades y el arte. Está más que demostrado que ambas han jugado un papel fundamental en la historia de la democracia.
Martha Nussbaum, una destacada filósofa estadounidense, con actividad docente en prestigiosas universidades de su país y con una obra prolija que le ha valido múltiples reconocimientos, se ha ocupado del tema en dos de sus libros: Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (2010) y El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal(1997).
La esencia del planteamiento de dicha autora en la primera obra mencionada es que el arte y las humanidades son fundamentales para desarrollar un pensamiento crítico, lo cual es clave para el accionar independiente y la resistencia inteligente al poder de las tradiciones y autoridades ciegas y arbitrarias. De allí su insistencia en que la enseñanza de ambas disciplinas se lleve a cabo en la primaria, secundaria y en la educación universitaria. La autora aboga por la necesidad de alcanzar la condición de “ciudadano del mundo”, lo cual se traduce en la pertinencia de ubicarse siempre en los zapatos del otro. Además, de la mano de Horace Mann, la figura más influyente en la historia de la educación pública de los Estados Unidos, antes de John Dewey, insiste en señalar que ninguna democracia puede permanecer en el tiempo a menos que sus ciudadanos sean educados y activos. Un aspecto que resalta esta pensadora es que ningún sistema de educación alcanza su fin último si sus beneficios sólo llegan hasta la élite más rica de la sociedad. Otro hecho que destaca es que el solo crecimiento económico no se traduce en más y mejor democracia. Ella es partidaria de que a los jóvenes que ingresan a las universidades a estudiar cualquier carrera, se les exija tomar en los dos primeros años de sus estudios una amplia gama de materias que incluyan fundamentalmente las vinculadas con las humanidades, incitando a que su asimilación se haga retando a la mente a ser parte activa y crítica, descartando entonces toda pasividad. Lo importante es desarrollar habilidades fundamentales en los ciudadanos, tales como pensar bien acerca de los asuntos políticos que afectan a la nación; reconocer a sus conciudadanos como personas con iguales derechos a los suyos, aunque sean diferentes en términos de ideales políticos, raza, religión o sexualidad; juzgar críticamente a los líderes políticos; y pensar acerca de lo más conveniente al país como un todo y no en función del grupo del cual formamos parte.
En el segundo libro la autora llama la atención sobre el hecho de que, como en la antigua Atenas, en nuestras democracias se tiende a razonar de manera apresurada y descuidada, y a sustituir la verdadera deliberación por la injuria. Es por eso que debemos preguntarnos cómo debe ser un buen ciudadano de hoy y qué debe hacer. Su respuesta es precisa: muchos de nuestros más apremiantes problemas requieren un diálogo que una a personas de muy diversas formaciones y pensamientos; un graduado de una universidad o de una escuela superior tiene que ser el tipo de ciudadano capaz de actuar de forma inteligente en los debates que involucran esas diferencias, ya sea como profesional o simplemente como elector o amigo. De allí la necesidad de fomentar una democracia que sea reflexiva y deliberante, y tome siempre en consideración el bien común. Nussbaum no duda en recurrir a las enseñanzas de Sócrates quien llegó a sostener que la educación progresa no por el adoctrinamiento del profesor, sino por el escrutinio crítico que el propio alumno se hace de sus creencias que al final evitan la tendencia de ir por la vida sin pensar sobre otras posibilidades y razones. Ese gran filósofo ateniense consideró la democracia como la mejor de las formas posibles de gobierno, aun cuando no está exenta de toda crítica.
En su bien hilvanada argumentación, la filósofa estadounidense no deja de apoyar sus ideas en figuras claves de la humanidad y constructores de naciones: Sócrates, Platón, Séneca, Jean Jacques Rousseau, Rabindranath Tagore y John Dewey, entre otros.
Nadie puede cuestionar que la educación es una herramienta fundamental para el desarrollo de las naciones; si además ella se aposenta sobre el aprendizaje crítico de las humanidades, su impacto sobre la democracia será notable, haciéndonos a la vez mejores ciudadanos del mundo. En boca de Sócrates la idea se resumiría de esta manera: la vida no examinada amenaza las libertades democráticas y la vida examinada hace fuerte a una nación y libera la mente.

@EddyReyesT      

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