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Adolfo Blanco R.
Soy un producto jesuítico desde mi infancia. Con los jesuitas hice la primaria, la secun-daria, el pregrado y cuatro postgrados. Y eso es así porque los admiro como educadores. Y también como personas, aunque a veces cueste soportarlos. Soy también católico creyente y practicante. Aclaro estos preámbulos como información previa para que no se escandalicen con mis comentarios aquellos a quienes les pueda llegar este escrito.
No me gusta para nada Arturo Sosa, recientemente elegido a dedo por su jefe Francisco como Muy Reverendo Padre General de la Compañía de Jesús. La Asamblea de padres jesuitas con representación universal que se llevó a cabo en Roma para que eligieran el sucesor del anterior Padre General, Adolfo Nicolás Pachón S.J., no fueron capaces de deslastrarse de la hegemonía papal y terminaron refrendando la candidatura preferida de Francisco, por cierto, jesuita también, además de Papa.
No me gusta tampoco Francisco. Lo respeto como Papa en sus funciones eclesiásticas pero detesto su actuación política exacerbada como Jefe de Estado que está haciendo tanto daño a Latinoamérica y, más específicamente, a Venezuela. Me indignó, como a muchos otros católicos, el desaire que les hizo a las Damas de Blanco en su viaje a Cuba, así como su sumisa visita personal al más grande criminal de Latinoamérica del pasado y del presente siglo. Más recientemente, me indignó su apoyo y defensa del SI en el referendo colombiano que estuvo a punto de legitimar el arribo impune a la Constitucio-nalidad de Colombia de la cuadrilla de los más grandes asesinos, secuestradores, extor-sionistas y narcotraficantes de los últimos 50 años. A nivel de Venezuela, me consta que su postura en el desafío que mantiene Leopoldo López ante el Régimen es que se vaya del país, y así lo hizo saber en una ocasión a través de su Secretario de Estado monseñor Pietro Parolín.
En relación a Arturo Sosa, es un chavista de origen en quien permanece la admiración que siente desde hace 18 años por el régimen más criminal, asesino y narcotraficante que ha tenido Venezuela en los 200 años de su historia republicana. Su nombramiento en el pasado como Rector de la Universidad Católica del Táchira, ubicada en la parte sur del país bien lejos de Caracas, no se debió tanto a sus méritos académicos sino a una orden de traslado que le impuso el Padre Provincial del momento para alejarlo de sus actividades y contactos chavistas en Caracas.
Ahora, al ser nombrado Padre General por Francisco, en lugar de mandar un saludo a todos los miembros de la Orden jesuita y estimularlos a que sigan pregonando la paz, la caridad y la misericordia en este mundo tan revuelto, en su primera conferencia de Prensa –llevado de su ignorancia o de su majadería- se lanzó a decir que tanto el Régimen como la Oposición venezolanos no tienen proyectos de país, metiendo a los dos actores en el mismo saco e intentando poner como “malos de la película” a los dos bandos. Esa posición ya tomada, más su fidelidad al discurrir de su jefe inmediato Francisco, no cabe duda que es el preámbulo para buscar una solución para que los Castro, a través de un monigote sumiso, sigan mandando en Venezuela (como su jefe lo logró con Obama para que sigan mandando en Cuba) aplicándoles una pincelada de barniz democrático.
Ni Venezuela, ni los venezolanos, nos merecemos lo que estamos viviendo.
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