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Quizá Estados Unidos no sea especial, solo otra república que
tuvo su momento, pero que va camino de convertirse en un país
corrupto dirigido por tiranos
Paul Krugman
El País
Noviembre 11, 2016
http://economia.elpais.com/economia/2016/11/11/actualidad/1478884064_058916.html
¿Y ahora qué hacemos? Cuando digo “hacemos”, me refiero a todas
esas personas de izquierdas, de centro e incluso de derechas que
considerábamos a Donald Trump el peor candidato a presidente de la
historia y dábamos por sentado que una mayoría importante de
nuestros conciudadanos estaría de acuerdo.
No me refiero a replantearse la estrategia política. Ya habrá tiempo
para eso; Dios sabe que es evidente que casi todos los ciudadanos de
centro-izquierda, incluido yo mismo, no teníamos ni idea de lo que
realmente funciona a la hora de convencer a los votantes. De momento,
de lo que hablo es de la actitud y el comportamiento personales ante
esta terrible sorpresa.
Ante todo, recuerden que las elecciones determinan quién consigue el
poder, no quién está en posesión de la verdad. La campaña de Trump
no ha tenido precedentes en cuanto a su falta de sinceridad; el hecho de
que las mentiras no se hayan cobrado ningún precio político, y que
incluso una gran parte del electorado se haya hecho eco de ellas, no les
resta falsedad. No, las ciudades del interior no son zonas de guerra con
tasas de delincuencia desorbitadas. No, no somos el país con los
impuestos más altos del mundo. No, el cambio climático no es un bulo
divulgado por los chinos.
Así que, si sienten la tentación de admitir que la visión del mundo de la
derecha antisistema podría tener algo de cierta, no lo hagan. Las
mentiras son mentiras, por mucho poder que las respalde. Y ya que
hablamos de sinceridad intelectual, todo el mundo tiene que afrontar la
desagradable realidad de que el Gobierno que lidere Trump causará un
perjuicio inmenso a Estados Unidos y el mundo. Por supuesto, podría
equivocarme; tal vez el hombre que ocupe la presidencia sea
completamente distinto del hombre que hemos visto hasta ahora. Pero
es poco probable.
Por desgracia, no estamos hablando de solo cuatro años malos. Lo
sucedido el martes tendrá repercusiones durante décadas, y puede que
durante generaciones. A mí me preocupa especialmente el cambio
climático. Nos encontrábamos en un punto crucial, ya que acabábamos
de alcanzar un acuerdo mundial sobre emisiones y teníamos un camino
político claro por el que conducir a Estados Unidos hacia una
utilización mucho mayor de las energías renovables. Ahora es probable
que todo se vaya al traste, y el daño podría ser irreversible.
El perjuicio político también se prolongará durante mucho tiempo. Hay
muchas probabilidades de que algunas personas horribles se
conviertan en jueces del Tribunal Supremo. Los Estados se sentirán
legitimados para tomar medidas que supriman aún más votantes que
este año. En el peor de los casos, una forma ligeramente encubierta de
Jim Crow [leyes estatales que propugnaban la segregación] podría
convertirse en la norma en todo Estados Unidos.
Y también hay que preguntarse por las libertades civiles. Pronto, la
Casa Blanca estará ocupada por un hombre con instintos autoritarios
evidentes, y controlará el Congreso un partido que no ha dado muestra
alguna de querer rebelarse contra él. ¿Hasta qué punto se pondrá la
cosa fea? Nadie lo sabe.
¿Y qué pasará a corto plazo? Mi primer impulso fue decir que la
trumpeconomía causaría enseguida una crisis económica instantánea,
pero tras unas cuantas horas de reflexión, he pensado que seguramente
me he equivocado. Escribiré más sobre ello durante las próximas
semanas, pero lo más probable es que no se produzca un castigo
inmediato.
Las políticas trumpistas no ayudarán a la gente que votó a Donald
Trump; de hecho, sus seguidores acabarán en una situación mucho
peor. Pero es probable que estos acontecimientos se desarrollen
gradualmente. Sin duda, los contrincantes políticos del nuevo régimen
no deberían contar con verse reivindicados a corto plazo.
Entonces, ¿en qué situación nos deja esto? ¿Qué deberíamos hacer,
como ciudadanos implicados y horrorizados?
Una respuesta natural sería el quietismo, darle la espalda a la política.
Sin duda, resulta tentador llegar a la conclusión de que el mundo se va
al infierno, pero como no se puede hacer nada al respecto, ¿por qué no
limitarse a cuidar del jardín? Yo mismo me pasé gran parte del Día
Después evitando las noticias, dedicado a actividades personales,
básicamente tomándome unas vacaciones mentales.
Pero, al final, esa no es manera de vivir para los ciudadanos de una
democracia (ya que espero que sigamos formando parte de una). No
digo que todos debamos ofrecernos voluntarios para morir en las
barricadas; no creo que vayamos a llegar a eso, aunque ojalá estuviera
seguro. Pero no veo la forma de seguir respetándonos a nosotros
mismos a menos que estemos dispuestos a defender la verdad y los
valores fundamentales de Estados Unidos.
¿Llegará a tener éxito esa postura? No hay garantías de ello. Los
estadounidenses, por laicos que sean, tienden a verse a sí mismos como
ciudadanos de un país protegido por una providencia divina especial,
un país que puede confundirse pero siempre vuelve al buen camino, un
país en el que al final siempre triunfa la justicia.
Sin embargo, no tiene por qué ser así. Tal vez, las vías históricas de la
reforma —los discursos y textos que cambian la mentalidad de la gente,
el activismo político que acaba logrando que el poder cambie de
manos— ya no sirvan. Quizá Estados Unidos no sea especial, solo otra
república que tuvo su momento, pero que va camino de convertirse en
un país corrupto dirigido por tiranos.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.
Paul Krugman (Albany, 1953). Economista (Universidad
Yale, 1974), Ph.D. en Economía ( Massachusetts Institute of
Technology [MIT] 1977). Fue profesor de Yale, MIT,
London School of Economics y Stanford, antes de
pertenecer al claustro de la Universidad de Princeton,
desde el 2000 en las cátedras de Economía y Asuntos
Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde
2000 escribe una columna en el periódico New York Times
que semanalmente reproduce El País. Ha escrito más de
200 artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos, y
otros de divulgación-. Su Economía Internacional: La
teoría y política es un libro de texto estándar en la
economía internacional. En 1991 la American Economic
Association le concedió la medalla John Bates Clark. Ganó
el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el
año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008. De
1982 a 1983, fue parte del Consejo de Asesores Económicos
(Council of Economic Advisers) de la administración de
Reagan. Cuando Bill Clinton alcanzó la presidencia de
EE.UU. en 1992, se esperaba que se le diera un puesto en el
gobierno, pero ese puesto se le otorgó a Laura Tyson. Esta
circunstancia le permitió dedicarse al periodismo para
amplias audiencias, primero para Fortune y Slate, más
tarde para The Harvard Business Review, Foreign Policy,
The Economist, Harper y Washington Monthly. Sus
críticos cuestionan su papel como miembro del panel de
asesores de Enron durante 1999, antes de los escándalos
de la empresa en 2002. Krugman es probablemente mejor
conocido por el público como fuerte crítico de las políticas
económicas y generales de la administración de George W.
Bush, que ha presentado en su columna. Ha sabido
entender lo mucho que la economía tiene de política o, lo
que es lo mismo, los intereses y las fuerzas que se mueven
en el trasfondo de la disciplina; el mérito de Krugman
radica en desenmascarar las falacias económicas que se
esconden tras ciertos intereses. Se ha preocupado por
replantear modelos matemáticos para resolver el
problema de dónde ocurre la actividad económica y por
qué.
En 2012 publicó “Acabad ya con esta crisis”, en el cual
analiza las causas de la actual crisis económica, los
motivos que conducen al sufrimiento de la población, sus
consecuencias y la forma de salir de ella.
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