Tuesday, March 28, 2017

Paul Krugman: La epidemia de infalibilidad de Estados Unidos

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Paul Krugman The New York Times Marzo 23, 2017
https://www.nytimes.com/es/2017/03/23/la-epidemia-de-infalibilidad-de-estados-unidos/?rref=collection%2Fsectioncollection%2Farchive&action=click&contentCollection=paul-krugman&region=stream&module=stream_unit&version=latest&contentPlacement=1&pgtype=collection

Dos semanas después de que el presidente Donald Trump afirmó, extrañamente, que el gobierno de Barack Obama había interceptado su campaña, su secretario de Prensa sugirió que GCHQ —la contraparte británica de la Agencia de Seguridad Nacional— había hecho la intervención imaginaria. Los funcionarios británicos estaban indignados y pronto la prensa británica reportó que el gobierno de Trump se había disculpado. Pero no: en una reunión con la canciller alemana, una aliada a quien también está alejando, Trump insistió en que no había nada de qué disculparse. Dijo: “Todo lo que hicimos fue citar a un experto jurídico muy talentoso”, un comentador (desde luego) de Fox News. ¿Acaso alguien se sorprendió? Este gobierno opera bajo la doctrina de la infalibilidad trumpista: nada de lo que diga el presidente está mal, ya sea su falsa afirmación de que ganó el voto popular o su aseveración de que la tasa de homicidios más baja de la historia en realidad está en un nivel récord. Nunca admite error alguno. Y nunca hay nada de qué disculparse.

En este momento no es noticia que el comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo es un hombre al que no le confiarías que estacionara tu auto ni que alimentara a tu gato. Gracias, Comey. Pero la incapacidad patológica de Trump para aceptar su responsabilidad es solo la culminación de una tendencia. La política estadounidense —por lo menos en uno de los extremos— está sufriendo una epidemia de infalibilidad, de personas poderosas que nunca admiten haberse equivocado.

Hace más de una década escribí que la administración de George W. Bush estaba sufriendo de una “brecha mensch” (un mensch es una persona honrada que se hace responsable de sus actos). Nadie en esa administración parecía estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de los fracasos de las políticas, ya fuera la torpe ocupación de Irak o la respuesta fallida a al huracán Katrina. Más tarde, en la secuela de la crisis financiera, muchos analistas económicos exhibieron una incapacidad similar de admitir errores. Recordemos, por ejemplo, la carta abierta que un grupo de conservadores notables envió a Ben Bernanke en 2010, en la que advertían que sus políticas podrían conducir a la “degradación monetaria y la inflación”. Eso no sucedió pero, cuatro años más tarde, cuando Bloomberg News contactó a muchos de los que firmaron la carta, nadie estaba dispuesto a admitir que se habían equivocado. Por cierto, los informes de prensa dicen que uno de ellos, Kevin Hassett —coautor del libro de 1999 Dow 36.000— será nominado como presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump. Otro de ellos, David Malpass, el execonomista en jefe de Bear Stearns, quien declaró en vísperas de la crisis financiera que “la economía era robusta”, ha sido nombrado subsecretario de Hacienda para Asuntos Internacionales. Seguramente se llevarán de maravilla.

Solo para ser claro: todo el mundo comete errores. Algunos de estos errores están en la categoría de “nadie lo habría sospechado”. Pero también existe la tentación de involucrarse en un razonamiento motivado y permitir que nuestras emociones afecten nuestras facultades críticas, y casi todos sucumben a esa tentación de vez en cuando (como a mí me pasó la noche de las elecciones). Nadie es perfecto. Sin embargo, el punto es intentar ser mejor… lo cual significa aceptar tus errores y aprender de ellos. Pero eso es algo que quienes ahora gobiernan Estados Unidos nunca hacen. ¿Qué nos pasó? Parte de ello seguramente tiene que ver con la ideología: cuando uno está comprometido con una narrative fundamentalmente falsa sobre el gobierno y la economía, como casi todo el Partido Republicano, enfrentarse a los hechos se convierte en un acto de deslealtad política.

En contraste, los miembros de la administración de Obama, desde el presidente hasta el puesto menos importante, en general estaban mucho más dispuestos a aceptar la responsabilidad que sus predecesores de la era Bush. Pero lo que ocurre con Trump y su círculo íntimo al parecer tiene menos que ver con la ideología que con frágiles egos. Admitir haberse equivocado acerca de cualquier cosa, según se imaginan, los haría perdedores y terminarían siendo personas sin importancia. En realidad, la incapacidad de participar en la reflexión y la autocrítica es la marca de un alma diminuta, encogida… pero ellos no tienen la madurez suficiente para ver eso.

¿Por qué tantos estadounidenses votaron por Trump, cuyos defectos de carácter debieron ser evidentes mucho antes de las elecciones? El fracaso catastrófico de los medios y la negligencia del FBI desempeñaron papeles cruciales. Sin embargo, sospecho que también está pasando algo en nuestra sociedad: muchos estadounidenses ya no parecen entender cómo debe hablar un líder, pues confunden la grandilocuencia y la beligerancia con la firmeza. ¿Por qué? ¿Acaso es la cultura de la celebridad? ¿Es el desánimo de la clase obrera canalizado como un deseo de tener líderes que escupen eslóganes fáciles?

La verdad es que no lo sé. Pero al menos podemos esperar que ver a Trump en acción sea una experiencia de aprendizaje, no para él, porque nunca aprende nada, sino para la clase política. Y tal vez, solo tal vez, terminaremos por poner un adulto responsable en la Casa Blanca.

© The New York Times Company, 2017. .

Paul Krugman (Albany, 1953). Economista (Universidad Yale, 1974), Ph.D. en Economía ( Massachusetts Institute of Technology [MIT] 1977). Fue profesor de Yale, MIT, London School of Economics y Stanford, antes de pertenecer al claustro de la Universidad de Princeton, desde el 2000 en las cátedras de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times que semanalmente reproduce El País. Ha escrito más de 200 artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos, y otros de divulgación-. Su Economía Internacional: La teoría y política es un libro de texto estándar en la economía internacional. En 1991 la American Economic Association le concedió la medalla John Bates Clark. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008. De 1982 a 1983, fue parte del Consejo de Asesores Económicos (Council of Economic Advisers) de la administración de Reagan. Cuando Bill Clinton alcanzó la presidencia de EE.UU. en 1992, se esperaba que se le diera un puesto en el gobierno, pero ese puesto se le otorgó a Laura Tyson. Esta circunstancia le permitió dedicarse al periodismo para amplias audiencias, primero para Fortune y Slate, más tarde para The Harvard Business Review, Foreign Policy, The Economist, Harper y Washington Monthly. Sus críticos cuestionan su papel como miembro del panel de asesores de Enron durante 1999, antes de los escándalos de la empresa en 2002. Krugman es probablemente mejor conocido por el público como fuerte crítico de las políticas económicas y generales de la administración de George W. Bush, que ha presentado en su columna. Ha sabido entender lo mucho que la economía tiene de política o, lo que es lo mismo, los intereses y las fuerzas que se mueven en el trasfondo de la disciplina; el mérito de Krugman radica en desenmascarar las falacias económicas que se esconden tras ciertos intereses. Se ha preocupado por replantear modelos matemáticos para resolver el problema de dónde ocurre la actividad económica y por qué.
En 2012 publicó “Acabad ya con esta crisis”, en el cual analiza las causas de la actual crisis económica, los motivos que conducen al sufrimiento de la población, sus consecuencias y la forma de salir de ella, recuperando los puestos de trabajo y los derechos sociales amenazados por los recortes, se explican con una claridad y sencillez que cualquiera puede, y debería, entender.“Naciones ricas en recursos, talento y conocimientos –los ingredientes necesarios para alcanzar la prosperidad y un nivel de vida decente para todos- se encuentran en un estado de intenso sufrimiento”. ¿Cómo llegamos a esta situación? Y, sobre todo ¿cómo podemos salir de ella? Krugman plantea estas cuestiones con su habitual lucidez y ofrece la evidencia de que una pronta recuperación es posible, si los dirigentes tienen “la claridad intelectual y la voluntad política” de acabar ya con esta crisis.

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