Ricardo Escalante, Texas
He seguido con atención y sin apasionamiento la campaña de Henrique Capriles Radonsky para las elecciones que se celebrarán dentro de apenas cinco días. Encuentro cambios admirables con relación a la que contienda que culminó en octubre pasado, cuando él se midió y perdió ante ese presidente enfermo de poder que era Hugo Chávez.
La estrategia es correcta y es la que debió haber sido antes, generando un efecto de emoción contagiosa mayor que en octubre. La forma y el fondo del discurso han sido los adecuados, la propaganda ha sido manejada de manera profesional y el uso de las redes sociales ha sido eficiente. Como el año pasado, la fortaleza física de Capriles no ha escaseado.
Esta vez su mensaje ha sido claro y directo en el ataque a Nicolás Maduro y al gobierno. Ha puesto al desnudo las deficiencias de formación del candidato oficialista, su falta de carisma y de olfato político. Maduro, por el contrario, ha sido pesado, lento, lleno de frases obsoletas. Ha tratado de imitar a Chávez y de usar su voz y e imagen como carnada electoral, causando el efecto contraproducente de mostrarse sin personalidad propia. Un candidato de los años 50 en un país rural, asesorado y manejado desde La Habana.
Al abandonar aquel discurso blando y con dobleces que pretendían de manera ilógica captar parte del electorado chavista, Capriles pasó a la ofensiva y se ha forjado una aureola de ganador. Tuvo el acierto de aceptar las condiciones que ponía su asesor, el mejor que hoy existe en esos asuntos en América Latina y que, por razones obvias, no se ha dejado ver la cara en Caracas para no ser blanco de las intolerancias del gobierno.
Capriles ahora dice lo que los venezolanos conocen bien y sufren cada día: No hay papel para el baño, ni harina pan, ni aceite, ni leche, ni caraotas, ni medicinas. No hay familia incólume ante el hampa desaforada. Él habla de inflación y de la corrupción que carcome las entrañas del gobierno y de PDVSA. Menciona la riqueza de ese ministro Rafael Ramírez, que ha esquilmado a su antojo el Erario. Denuncia a Diosdado Cabello y sus bolsillos llenos, a los Chávez y otros. El gobernador de Miranda abandonó aquel discurso bobalicón y pasó a la ofensiva. Por eso va creciendo a paso rápido, aunque eso no quiere decir que hubiese ganado.
Sin que nadie le hubiera preguntado nada, en octubre fue el primero en salir a felicitar a Chávez y a decir que el proceso electoral había sido limpio. Entonces causó desencanto. Ahora ha denunciado los abusos del Consejo Nacional Electoral y ha puesto en la picota a su presidenta, Tibisay Lucena, quien con descaro siempre ha sido un agente del gobierno y de su candidato.
Capriles ha tenido la inteligencia de rectificar y aceptar la sabia guía de su asesor. Por eso ahora todos cantan Mentira Fresca, con el popular Willie Colón, mientras el candidato opositor no vacila en llamar mentira fresca a Maduro. No he dicho, por supuesto, que Capriles ha ganado. Pero si así fuera, todos tendríamos un desafío descomunal para sacar a Venezuela del foso. ¡No podemos seguir en el caos
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