Laureano Márquez
5 Abril, 2013
Esta semana me habría gustado contarles que hace muy poco tiempo, ya iniciado este apartheid, me tocó quedarme en uno de estos hoteles de cuyo nombre no quiero acordarme para proteger inocentes.
Al verme entrar usando lentes oscuros y gorra que suponía yo me brindaban anonimato un empleado me dijo, riéndose: “¿Qué pasó, Laureano? ¿Andas de incógnito? Aquí no te quieren, pero tranquilo: tú vete a tu habitación que yo no le voy a decir a nadie que estás aquí”.
Me hubiese gustado argumentarles esta semana por qué la situación me pareció divertida, hasta el punto de que podría dar pie para una película en la cual un perseguido del gobierno sobrevive escondido en un hotel del Estado en el que tiene prohibida la entrada, con la consiguiente comedia de enredos que del hecho podría desprenderse, cual Peter Sellers en La fiesta inolvidable, asomándose por todos los rincones antes de salir para detectar si había o no moros en la costa y escondiéndose tras los arbustos en las áreas comunes para tratar de llegar al bufé.
Esta semana me hubiese gustado revelarles que, hace poco más de un año, Emilio Lovera y quien suscribe teníamos un compromiso de trabajo con una empresa en uno de estos hoteles y que el gerente del mismo le comunicó a dicha empresa que para que nosotros pudiésemos trabajar allí teníamos que enviar una carta comprometiéndonos a no “hablar de política” durante nuestra presentación. ¡Qué ignorancia! Como si se pudiera hablar sin hablar de política. Como si el castellano que usamos no fuese producto del hecho político de que Castilla se impuso en la unidad española y del hecho político del Descubrimiento y la Conquista. Como si en cada palabra que pronunciamos no estuviese presente la evolución social, histórica, de seres que son políticos, entre otras cosas, porque hablan unos con otros. Como si se pudiera ser hombre sin ser político. De más está decir que Emilio y yo no aceptamos.
Esta semana me habría gustado escribir de todas estas cosas, pero mejor lo dejamos de este tamaño por razones obvias.
Como dice un querido amigo: “evitar no es cobardía”.
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