ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
miércoles 10 de abril de 2013 12:00 AM
A cinco días de las elecciones presidenciales, los venezolanos deben saber lo que se están jugando los polos políticos que compiten por las preferencias del país. El chavismo y la oposición asisten a la contienda impulsados por un amplio e importante conjunto de objetivos políticos. Como es lógico, ambos grupos aspiran a ganar la primera magistratura, aunque los resultados de la cita dominical trascenderán en mucho a ese principalísimo propósito.
Lo primero que resalta es que, después de 14 años, es ésta la primera medición de fuerzas que tiene lugar sin la presencia física del líder fundador de la revolución bolivariana. El detalle ensancha los desafíos de uno y otro sector: para la nueva dirección política del "proceso", el 14-A representa una prueba ácida en la cual se expondrá su idoneidad para administrar el potente legado de quien en vida fuera el gran hegemón de la política nacional. Los números que deriven de la contienda no sólo hablarán de la capacidad del "politburó" para conservar, en el más corto de los plazos, el poder obtenido mediante testamento. Ellos también ayudarán a proyectar la vitalidad futura del llamado "chavismo sin Chávez", que necesita probarle al país y al mundo cuán popular puede seguir siendo la revolución venezolana sin su jefe único.
La oposición, por su parte, está necesitada de dificultarle a la revolución su pretensión de convertirse en un proyecto irreversible. Capriles debe exponer la vulnerabilidad de "la sucesión" y la incompetencia de quienes la personifican: el volumen de su votación ha de servir para que el país vea en el "chavismo sin Chávez" a una fuerza vulnerable, cuyo poder jamás podrá equipararse al del líder fundador del proyecto socialista. El candidato opositor y la MUD están obligados, sobre todo, a demostrar que, en ausencia del comandante, el país ha iniciado la clausura de un ciclo histórico y que el proyecto que sólo Chávez encarnaba está ahora sentenciado al desvanecimiento.
La nomenclatura se está jugando a Rosalinda: sus nuevos conductores están exigidos de mostrar que la revolución llegó para quedarse; que "el proceso" no está afectado por la muerte de su precursor: le urge incentivar la idea de que, pese a la desaparición de Chávez, sus rivales siguen condenados a la derrota, la impotencia y la resignación. La dirección colectiva de la alianza patriótica necesita una votación que le sea útil para convertir a sus miembros en los nuevos comandantes del proyecto bolivariano y para alcanzar el indisputable reconocimiento internacional del que dispuso su malogrado creador.
La oposición asiste a la jornada de este domingo buscando el mejor resultado posible: si no consiguiera el triunfo electoral, procurará una resonante victoria política que ya se asoma y que, al margen de su votación, la revalidará como una fuerza en franco progreso, con un auditorio cautivo remoralizado, bien dispuesto a mantenerse perseverante cuanto sea necesario, y cuyo vigor reclamaría el forzoso reconocimiento de una debilitada revolución bolivariana. La revolución, por su parte, acude a la jornada, consciente de que no le sirve cualquier triunfo en las urnas y de que una declinación de su votación le significará una derrota política, con graves daños colaterales producto de su condición vegetativa. Para el politburó es vital conservar su omnipotencia, porque lo contrario le exigiría reconsiderar la viabilidad de la confrontación, en medio de un cuadro político, social y económico del que ya aflora el peligro de una creciente ingobernabilidad.
Vista toda esta exigente coyuntura, no caben consideraciones que justifiquen la abstención de quienes se sienten parte del país democrático. Las consecuencias que tendrán los resultados electorales son de gruesa monta y no admiten indiferencia ni pesimismo. La tenacidad es el principal aliado de todas las luchas políticas: renunciar a la participación como lo esperan los enemigos del equilibrio y del diálogo político es una postura ingenua que revela ignorancia, incomprensión y, sobre todo, inconsecuencia. Batallar por la reafirmación del equilibrio de fuerzas en Venezuela representa un desiderátum: el derrotismo estimulado desde el poder debería ser una razón suficiente para persistir tantas veces como sea necesario. No se le pueden facilitar las cosas a la arbitrariedad.
Lo primero que resalta es que, después de 14 años, es ésta la primera medición de fuerzas que tiene lugar sin la presencia física del líder fundador de la revolución bolivariana. El detalle ensancha los desafíos de uno y otro sector: para la nueva dirección política del "proceso", el 14-A representa una prueba ácida en la cual se expondrá su idoneidad para administrar el potente legado de quien en vida fuera el gran hegemón de la política nacional. Los números que deriven de la contienda no sólo hablarán de la capacidad del "politburó" para conservar, en el más corto de los plazos, el poder obtenido mediante testamento. Ellos también ayudarán a proyectar la vitalidad futura del llamado "chavismo sin Chávez", que necesita probarle al país y al mundo cuán popular puede seguir siendo la revolución venezolana sin su jefe único.
La oposición, por su parte, está necesitada de dificultarle a la revolución su pretensión de convertirse en un proyecto irreversible. Capriles debe exponer la vulnerabilidad de "la sucesión" y la incompetencia de quienes la personifican: el volumen de su votación ha de servir para que el país vea en el "chavismo sin Chávez" a una fuerza vulnerable, cuyo poder jamás podrá equipararse al del líder fundador del proyecto socialista. El candidato opositor y la MUD están obligados, sobre todo, a demostrar que, en ausencia del comandante, el país ha iniciado la clausura de un ciclo histórico y que el proyecto que sólo Chávez encarnaba está ahora sentenciado al desvanecimiento.
La nomenclatura se está jugando a Rosalinda: sus nuevos conductores están exigidos de mostrar que la revolución llegó para quedarse; que "el proceso" no está afectado por la muerte de su precursor: le urge incentivar la idea de que, pese a la desaparición de Chávez, sus rivales siguen condenados a la derrota, la impotencia y la resignación. La dirección colectiva de la alianza patriótica necesita una votación que le sea útil para convertir a sus miembros en los nuevos comandantes del proyecto bolivariano y para alcanzar el indisputable reconocimiento internacional del que dispuso su malogrado creador.
La oposición asiste a la jornada de este domingo buscando el mejor resultado posible: si no consiguiera el triunfo electoral, procurará una resonante victoria política que ya se asoma y que, al margen de su votación, la revalidará como una fuerza en franco progreso, con un auditorio cautivo remoralizado, bien dispuesto a mantenerse perseverante cuanto sea necesario, y cuyo vigor reclamaría el forzoso reconocimiento de una debilitada revolución bolivariana. La revolución, por su parte, acude a la jornada, consciente de que no le sirve cualquier triunfo en las urnas y de que una declinación de su votación le significará una derrota política, con graves daños colaterales producto de su condición vegetativa. Para el politburó es vital conservar su omnipotencia, porque lo contrario le exigiría reconsiderar la viabilidad de la confrontación, en medio de un cuadro político, social y económico del que ya aflora el peligro de una creciente ingobernabilidad.
Vista toda esta exigente coyuntura, no caben consideraciones que justifiquen la abstención de quienes se sienten parte del país democrático. Las consecuencias que tendrán los resultados electorales son de gruesa monta y no admiten indiferencia ni pesimismo. La tenacidad es el principal aliado de todas las luchas políticas: renunciar a la participación como lo esperan los enemigos del equilibrio y del diálogo político es una postura ingenua que revela ignorancia, incomprensión y, sobre todo, inconsecuencia. Batallar por la reafirmación del equilibrio de fuerzas en Venezuela representa un desiderátum: el derrotismo estimulado desde el poder debería ser una razón suficiente para persistir tantas veces como sea necesario. No se le pueden facilitar las cosas a la arbitrariedad.
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