Paulina Gamus
¿Qué razones lo convencieron de que ése y no otro era el candidato para conducir la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI que estaban diseñados para atormentarnos durante cien años? ¿Su brillo intelectual, sus dotes de estratega político, su carisma natural, sus cualidades de líder? Analizadas estas interrogantes con la respuesta correcta que es cero en cada una de ellas, habría que concluir que Chávez escogió al que creyó el menos peorcito y que para ello se guió por el consejo de lo que queda de Fidel Castro, de su hermano Raúl y de la cúpula gobernante cubana. Chávez nunca se distinguió por elegir a sus colaboradores entre los más brillantes o competentes venezolanos. Por el contrario, buscó a los más mediocres con tal de que fueran aduladores hasta la nausea, serviles hasta el asco, con prontuario de secuestradores y encapuchados o bien marxistas alucinados como el terminator de la riqueza venezolana, Jorge Giordani. De esa corte de los milagros no podía salir nada mejor que Maduro, quien como canciller parecía haber aprendido a comportarse como gente.
La telenovela necrofílica de las exequias de Chávez, montada con un guión milimétricamente calculado para que sirviera de plataforma de lanzamiento a la candidatura de Nicolás Maduro, parecía hacerlo inderrotable. Los miles de llorosos dolientes del cadáver insepulto que decían que su voto era para Maduro porque esa había sido la última voluntad del caudillo amado, nos ponían a temblar. ¿Quién podría enfrentar aquella lacrimorragia obscenamente electorera? Confieso ser una que in pectore quería que Henrique Capriles no se inmolara postulándose para competir con ese gigante en tamaño y en piso político prefabricado. Pero la noche que Capriles decidió postularse y asumir el compromiso de representar a la oposición y no dejarle el camino libre al hijo putativo de Chávez, esa misma noche se creció antes millones de venezolanos; el “flaco”, como lo bautizó el afecto popular era no solo un valiente, sino un verdadero líder con toda la madera y arrojo responsable que debe tener un genuino conductor de masas.
En menos de un mes la candidatura de Maduro se fue desinflando, cada vez que abría la boca perdía un punto de su ventaja inicial sobre Capriles. El encuentro y monólogo con Chávez transmutado en pajarito, lo convirtió en el hazmerreir nacional e internacional, y nada afecta más a un político que hacer el ridículo. La Corte Suprema de Justicia, violando la Constitución como es su costumbre, lo nombró presidente pero no hubo nadie, ni quiera los chavistas, que creyera que ese ser incoherente, insultante, incapaz de producir una idea propia y colgado hasta el ya no más del nombre y de la imagen de Chávez, era el presidente de la República. Cada pésima imitación suya del padre putativo acompañada de la frase “soy el hijo de Chávez”, debe haber sido el motivo fundamental para que casi un millón de chavistas abandonara la nave a la deriva del socialismo del siglo XXI y migrara a las filas de la oposición liderada por Henrique Capriles.
Jesús Seguías a quien rindo mi modesto homenaje con estas líneas, fue el único encuestador y analista que el 9 de abril dijo que habría un empate técnico entre los dos aspirantes y se basó especialmente en la migración de chavistas hacia Capriles. Los mismos que esa otra lumbrera llamada Diosdado Cabello, dice son compatriotas que se dejaron seducir por la derecha perversa. Y conspiración, imperialismo, burguesía apátrida y demás latiguillos del escaso diccionario chavista-fidelista, fueron los que con arrogancia, mezquindad y su crónica carencia de cerebro, repitió Maduro cuando fue declarado ganador de los comicios por un margen irrisorio.
Todas las irregularidades, atropellos, ventajismo y otros abusos cometidos por el oficialismo antes de y durante los comicios -más de tres mil denunciados solo el 14 de abril- fueron presenciados, registrados y difundidos por la prensa internacional. Maduro tuvo la osadía de quejarse por las descalificaciones al CNE, cuando daba su lánguido discurso ante la más lánguida concurrencia a Miraflores esa noche del 14-04. El descrédito no viene de la oposición, ese organismo se lo ha ganado por la vergonzosa conducta de cuatro de sus cinco miembros, militantes descaradas del PSUV, y es un desprestigio más que universal, extraplanetario. Ese CNE con Tibisay Lucena a la cabeza y las otras tres jinetas del apocalipsis, demostró una vez más que Stalin tuvo razón cuando dijo que las elecciones no las gana quien tiene los votos sino quien los cuenta.
Por primera vez en catorce largos y amargos años, la oposición representada por la MUD y liderada por Henrique Capriles Radonski, no da palos de ciego, ni pancadas de ahogado, ni va a llorar pal’valle. Por primera vez sabemos, estamos seguros de haber ganado las elecciones y de poder probar que nos fueron robadas. Maduro ha sido proclamado como presidente electo pero siempre será ilegítimo y si en cien días perdió a más de un millón de seguidores, en los años que logre gobernar será el sepulturero del chavismo y el exterminador de la plaga de los enchufados. La lucha triunfal por el rescate de la Venezuela democrática y decente no terminó la noche del 14 de abril de 2013, apena comienza
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