Gustavo Tovar Arroyo
En las naciones hay fechas relevantes, fechas decisivas y fechas vitales. El 14 de abril de 2013 es una fecha vital para Venezuela. Nace un nuevo país o se aborta. El voto será su concepción y la defensa del voto: nuestra labor de parto.
Llegamos extenuados a este alumbramiento, llenos de duda y recelo. Nuestra esperanza está atiborrada de heridas, muchas de ellas aún abiertas, pero una y otra vez hemos resistido y pese a todas las dificultades y frustraciones, nos hemos sobrepuesto. Lo seguiremos haciendo, no tengo duda, llevamos en la sangre la fuerza redentora de los próceres más insignes de Latinoamérica, y esa fuerza nos inspira e impulsa.
Como venezolanos, estamos claros y firmes ante el nuevo reto. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de concebir y parir -con el voto y su defensa- la nueva Venezuela.
Henrique Capriles -de quien he sido partidario y crítico- es el protagonista decisivo de esta fecha vital, con su esfuerzo y discurso ha logrado restablecer entre nosotros la fe de un posible cambio de rumbo nacional, de un renacimiento.
¿Cómo lo logró aun entre los más escépticos? No es fácil de explicar, pero estimo que su convicción lo supera, se desprende de sí mismo en cada uno de sus sudorosos actos y nos convoca a creer. En medio de este pandemonio, su ánimo es encomiable, pero, sobre todo, contagioso.
Mencionó antes que he sido su crítico, es lo natural cuando uno es un convencido de la libertad y de la democracia. La actitud asumida por Henrique la noche del 7 de octubre y los días siguientes me pareció equívoca. Había logrado levantar un gran respeto popular por su vehemente campaña electoral y en el momento de mayor urgencia, cuando se necesitaba que el líder electoral se convirtiese en líder histórico, se desmoronó de manera inesperada. Nadie entendió su prematura y vana claudicación ante el corrupto CNE y mucho menos su camaradería con el sátrapa Hugo Chávez.
En mi “Elogio a los radicales” (1/02/2013) censuré especialmente los términos infamantes como Capriles se refirió a los “radicales” de oposición en su agraviante e inútil alocución del 7 de octubre. No tenía ninguna necesidad de ofender a un sector de la población venezolana que en todo caso ha sido víctima (como él y muchos otros) de este régimen, jamás verdugos.
En mi crítica, además, le hice saber que admirados “radicales” como Cristo, Bolívar, Sucre o Gandhi habían transformado la civilización y que no eran merecedores de desprecio sino reconocimiento. La humanidad hoy es más humana y libre gracias a ellos y a la radicalidad con que defendieron sus principios e ideas. Para transformar, reinventar o liberar a un país hacen falta convicciones radicales; jamás un espíritu trivial logró cambiar la historia.
Mi frustración con Henrique creció con los días. Frente a la usurpación de Nicolás Maduro, frente a la abominable e inconstitucional sentencia del Tribunal Supremo de Justicia que legitimaba de manera ensordecedora tal usurpación, pero especialmente, frente a la ocupación cubana de nuestro país, liderada por los tiranos Castro, Capriles mostraba, bajo un dudoso velo de institucionalidad, posiciones guabinosas y débiles.
No entendía nada. Conociéndolo como la persona de valores profundos que es, atribuí sus desatinos a una pésima asesoría profesional, al oportunismo electoral y a su temperamento. Quizá fui amargo en algunas apreciaciones que hice debido al fragor de lo que estamos viviendo, pero no siento que mi crítica haya sido injustificada, ni siquiera hoy lo siento así. De hecho, era notorio como líderes de opinión y líderes políticos se sentía igualmente frustrados, la mayoría de ellos ha recibido con beneplácito el cambio de estrategia.
En el inicio de la segunda campaña electoral por la Presidencia, Capriles ha dado un giro radical a sus posturas. Léase bien: radical. Sabemos que cambió de asesor político -ahora cuenta con ese venezolano de mil batallas electorales, quien ha terminado por ser, al fin, profeta de su tierra: Juan José Rendón- y es notable, reivindicador y hasta enaltecedor ese cambio.
No escribí inspirador, pero lo ha sido.
Capriles nos ha sorprendido ya no por su entrega, voluntad y determinismo, sino por la ética de sus razonamientos, la crítica severa de esta bufonada histórica llamada chavismo (ahora platanismo maduro) y por su implacable juicio a sus herederos: los enchufados.
Nadie puede acusar a Capriles de falta de temperamento. Hasta ahora con su discurso, ha encarado como pocos la vileza del régimen y ha desnudado su podredumbre con una firmeza estimulante. Falta ver cómo lleva su discurso a la acción y cómo, con el tiempo, resuelve el saldo que tiene aún con la figura autocrática de Chávez.
Capriles, con este cambio de actitud y lucidez crítica, ha iniciado la demolición de la patraña chavista, ha reivindicado nuestra magullada capacidad de creer y, lo más importante, nos ha renovado el ánimo de lucha.
No bastará con ello. En esta ocasión, el desafío es mayor, en la fecha vital del 14 de abril de 2013, Capriles definirá si su memoria pervivirá en la historia de Venezuela como otro gobernador más o, por el contrario, como el líder histórico que recuperó la democracia, nos liberó de la ocupación cubana y nos guío hacia el renacimiento y florecimiento anhelados para Venezuela.
Su gran enemigo no es el espurio y bobalicón de Maduro; a él ya lo venció y fácil. Su enemigo real es un viciado y fraudulento sistema electoral que nos niega toda posibilidad real de democracia. El fraude electoral no es sólo electrónico, es la sumatoria de todos los vicios involucrados en el proceso (que hacen poco fidedignos los resultados finales) y denunciados hasta el cansancio por la oposición. En cualquier parte del mundo, si ocurriesen los vicios electorales que padecemos en Venezuela sería un escándalo que anularía cualquier sufragio. Será difícil hacer valer el triunfo, pero no imposible, el 2 de diciembre de 2007 lo hicimos. El movimiento estudiantil no aceptó chantajes, salió a la calle a reivindicar la victoria y al oficialismo no le quedó otro remedio que aceptar su derrota.
Detrás del fraude a la democracia en Venezuela está un operador perverso: la hiena Jorge Rodríguez, otro de los cínicos multimillonarios de la Revolución Cartier madurista. Sus babas son las que perturban el interior del ente electoral y su aliento es el que apesta todo lo que de ahí se emite. Tibisay Lucena es sólo su aviesa marioneta, su objeto.
La hiena Rodríguez tiene todo organizado, con los cubanos, para arrebatar nuestro sueño de libertad. Es el desalmado abortista que con sus pinzas intentará extirpar el nacimiento de la nueva Venezuela. Lleva un mes violando de manera descarada y nauseabunda, como su alma purulenta, todo el ordenamiento electoral venezolano, porque el vicio es su esencia y el fraude su materia. La deformación siniestra de su rostro es prueba irrefutable de su degradación. No dejemos en manos de su perfidia el futuro de Venezuela.
La nación está en vilo, quiere renacer y florescer. Un parto histórico ocurrirá el domingo. Capriles tiene frente a sí la oportunidad irrepetible de ser quien le dé vida a la nueva Venezuela.
No está solo. Millones de venezolanos, inspirados y firmes, lo acompañaremos no sólo con el voto, sino con su defensa. Queremos acoger y abrigar en nuestro pecho a esa Venezuela anhelada y renaciente, queremos darle gloria a su bravo pueblo, queremos lanzar el yugo, hacer respetar la ley y recuperar la virtud y el honor despedazados por el madurismo.
Es nuestro himno, y por él, en nosotros, el domingo la sangre de nuestros próceres deberá arder, ser nuestro impulso y fuerza…
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