ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 12 de abril de 2013 12:00 AM
La intranquilidad amenaza al país más feliz del continente. Aunque el optimismo sigue presente, los problemas acumulados están afectando la atmósfera social venezolana. Las certezas han abierto paso a las incertidumbres. El descomunal gasto público, producto de los altos precios del petróleo, ya no parece suficiente para mantener hipnotizada a la gente. La percepción de inestabilidad es creciente: también la insatisfacción progresa, incluso entre quienes antes expresaban su más compacta complacencia. El país está contrariado y luce envuelto en un ánimo preñado de síntomas cercanos al desencanto. Quien quiera que obtenga el triunfo el próximo domingo, deberá lidiar con este ambiente turbio que amenazará la gobernabilidad y la frágil armonía interna.
Los presagios no son buenos: la economía es una adversaria de cuidado y puede llegar a ser implacable. En momentos de bonanza ella nunca constituye un obstáculo, pero ya no estamos flotando en esa ilusión que "el proceso" pudo sostener por largo tiempo. Una porción muy amplia de la población fue convencida de que Venezuela es una nación rica; una potencia cuyas riquezas le pertenecen; un país donde no es necesario luchar para ganarse la vida. Las ideas perniciosas que se le infundieron, hoy representan graves obstáculos para quien resulte ganador de la contienda electoral. La herencia es tremenda e involucra a un sistema de valores apo- yado, entre otros pilares, en falsas creencias alrededor de la manera como debe ser distribuida la renta.
El próximo presidente recibirá una Venezuela de sentimientos enturbiados por la polarización: una Venezuela dividida y anímicamente rota, urgida de que sus líderes, de uno y otro bando, enarbolen las banderas de la distensión y el reencuentro. El país que amanecerá el lunes 15 de abril no será el mismo que hemos tenido por catorce años. La muerte del presidente Chávez -protagonista indiscutible de la política nacional en el transcurso de los últimos 21 años- anuncia el inicio de otro ciclo histórico: pese a que su impronta seguirá gravitando entre nosotros, serán otros quienes tendrán que forcejear con todo cuanto el comandante ha dejado desencajado.
El desabastecimiento interno, la inflación, la vulnerabilidad de los precios petroleros, la contracción del producto interno, la inseguridad y, en general, la reducción del nivel de vida de los venezolanos, conforman el explosivo legado... Sea Maduro o Capriles, el nuevo Jefe de Estado tendrá por delante graves desafíos: el primero de ellos, el restablecimiento de la tranquilidad y de la confianza... pero no de cualquier confianza, sino de una compartida por todos los fragmentos de esta Venezuela fracturada que hoy somos. Sólo esa sirve para sofocar la inestabilidad.
Los presagios no son buenos: la economía es una adversaria de cuidado y puede llegar a ser implacable. En momentos de bonanza ella nunca constituye un obstáculo, pero ya no estamos flotando en esa ilusión que "el proceso" pudo sostener por largo tiempo. Una porción muy amplia de la población fue convencida de que Venezuela es una nación rica; una potencia cuyas riquezas le pertenecen; un país donde no es necesario luchar para ganarse la vida. Las ideas perniciosas que se le infundieron, hoy representan graves obstáculos para quien resulte ganador de la contienda electoral. La herencia es tremenda e involucra a un sistema de valores apo- yado, entre otros pilares, en falsas creencias alrededor de la manera como debe ser distribuida la renta.
El próximo presidente recibirá una Venezuela de sentimientos enturbiados por la polarización: una Venezuela dividida y anímicamente rota, urgida de que sus líderes, de uno y otro bando, enarbolen las banderas de la distensión y el reencuentro. El país que amanecerá el lunes 15 de abril no será el mismo que hemos tenido por catorce años. La muerte del presidente Chávez -protagonista indiscutible de la política nacional en el transcurso de los últimos 21 años- anuncia el inicio de otro ciclo histórico: pese a que su impronta seguirá gravitando entre nosotros, serán otros quienes tendrán que forcejear con todo cuanto el comandante ha dejado desencajado.
El desabastecimiento interno, la inflación, la vulnerabilidad de los precios petroleros, la contracción del producto interno, la inseguridad y, en general, la reducción del nivel de vida de los venezolanos, conforman el explosivo legado... Sea Maduro o Capriles, el nuevo Jefe de Estado tendrá por delante graves desafíos: el primero de ellos, el restablecimiento de la tranquilidad y de la confianza... pero no de cualquier confianza, sino de una compartida por todos los fragmentos de esta Venezuela fracturada que hoy somos. Sólo esa sirve para sofocar la inestabilidad.
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