Ricardo Escalante, Texas
Especialistas en sicología social y sobre todo en sociología política, han estudiado hasta el cansancio el efecto de ganador en los procesos electorales. Se trata de la conducta de las masas ante aquellos candidatos que comienzan a ser percibidos como victoriosos y, como consecuencia de eso, los apoyos en su favor se multiplican con gran velocidad y, de la misma manera, los perdedores cada vez se ven más desvalidos.
En innumerables casos eso no tiene que ver con ideas sólidas y justas o con tesis y programas, sino con la economía del voto. La gente no quiere anotarse a perdedor. Hugo Chávez protagonizó un sangriento golpe de Estado y después de haber sido insensatamente sobreseído por Rafael Caldera, hizo una alocada campaña electoral, prometiendo derretir en aceite hirviente las cabezas de muchos y habló de justicia y bienestar para todos. Sobraban las razones para desconfiar de él, pero, a pesar de todo, fue elegido Presidente y tres veces reelegido. En la recta final de las elecciones de 1998, la candidatura de Chávez se convirtió en encantadora y se catapultó al éxito.
Ahora Nicolás Maduro ha tratado de cosechar los votos de Chávez. Sus actos comienzan con grabaciones de Chávez, están adornados con sus fotos y mensajes. Pero lo que comenzó con esas exequias encaminadas a ensalzar el mito y a sacarle provecho político, no ha sido fácil porque el candidato chavista solo ha servido para hacer el ridículo. Ha sido una contienda corta, de apenas unas semanas, pero larga en meteduras de pata. Nicolás Maduro produce la sensación de perdedor y alucinado.
¡Es increíble! Maduro ha terminado por surtir el efecto de aliado de Capriles Radonsky, quien después de su desastrosa campaña frente a Chávez y de haber sembrado gran desencanto, corrigió la forma y el fondo de su discurso, ha tenido una mejor propaganda y crece en forma acelerada. En estas horas previas a las elecciones, Capriles tiene la aureola del ganador. Ahh, pero eso no quiere decir que lo sea.
Un punto débil de su campaña sigue siendo la capacidad para la defensa del voto. En muchos sitios, sobre todo en el interior, carece de equipos con destreza para hacerlo y en algunos ni siquiera los tiene. Le falta logística. Otro aspecto esencial es la capacidad de movilización de los electores, en lo cual el aparato del Estado pondrá todo su empeño y triquiñuelas a favor de Maduro. Nada garantiza que en este momento, cuando faltan apenas pocas horas para la emisión del sufragio, la oposición hubiese logrado estructurar una red eficiente de traslado de sus votantes. Ahí pudiera estar su talón de Aquiles.
¿Qué va a pasar el domingo? No lo sé y no me aventuro a hacer pronósticos. Solo puedo decir que se corre el riesgo incluso de estallidos de violencia, porque el oficialismo está lanzando señales de estar dispuesto a cualquier cosa
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