Manuel Malaver
18 Agosto, 2013
Es definitivo que si en este momento hay un político dentro o fuera del oficialismo preocupado por la lucha contra la corrupción que lidera el presidente Nicolàs Maduro, ese el teniente coronel ®, exvicepresidente de la República, exministro, exgobernador y actual presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
Habría que recordar un solo nombre, el de Rafael Sarría, del cual se dijo una vez que llegó a manejar su “cartera” de clientes (que es como decir que fue su testaferro) y que llegó a acumular una inmensa fortuna siendo que antes de la revolución era un pobre de solemnidad, y después, quizá cansado de tantas sospechas sin pruebas, desapareció sin dejar rastro.
Pero el “caso Sarría” -si existió- no aplacó el rumor de la presunta conexión de Cabello con algunos de los llamados banqueros y corredores de bolsa prófugos (desde luego que con los “más peligrosos” y auténticamente culpables), así como con algunas de las fortunas boliburguesas ligadas al mundo de los seguros, y de las gigantescas importaciones de alimentos que empezaron a contratarse a raíz de la creación de Mercal el 20 de septiembre del 2004.
Lo cierto es que no ha habido un solo gran negocio, no se ha formado una sola gran centrífuga de capital, y no se ha suscitado un solo gran escándalo de corrupción en los últimos 14 años, donde, el nombre de Diosdado Cabello no haya salido a relucir con luces de neón o letras de molde.
¿Realidad, leyenda, o angustiosa preocupación por el poder que un nombre “sin atributos” adquirió arrimado a la sombra del árbol que fue el difunto presidente, Chávez, y que podía en cualquier momento dirigir esa fuerza aun contra sus amigos cercanos y que le eran más afectos y hasta familiares?
No lo sabemos, pues pudo haberse tratado de las secuencias, o consecuencias, de las guerras por atraer el favor del “Magnífico”, del “Supremo”, del “Único” y que, por alguna razón no deletreada, el hijo de “El Furrial” en el Estado Monagas, tuvo siempre en el bolsillo de su guerrera, o chaqueta.
Pero descendiendo al día a dìa, a la verdad o mentira que siempre es ínsita a los hechos y que solo se puede afirmar o negar con pruebas en la mano; ahí sí podemos decir que las cosas no resultan tan aéreas, ni flotantes para el actual presidente de la Asamblea Nacional, porque, en ese terreno, si es incontrastable sostener que hemos visto escrituradas y documentadas en contra suya no menos de 17 denuncias por “corrupción y daños al patrimonio nacional”.
Tengo en mis manos el llamado “Expediente Negro” sobre la gestión de Cabello durante los años en que fue gobernador del Estado Miranda (2004-0, presentado ante la Fiscalía General de la Repùblica en el 2009, por Rafael Guzmán, exprocurador de esa entidad y en el cual se denuncian “desde pagos dobles, compras sin soporte, sobreprecios, contrataciones de obras sin licitación, y hasta gastos para `proselitismo político”.
Y que desgraciadamente, no le merecieron la más mínima atención al Ministerio Público de aquella y otras épocas, y mucho menos a la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional.
Pero ahí está el hombre escaneado de cuerpo entero, con la arrogancia, arbitrariedad y egolatría que le son características y con el “Expediente Negro” como una espada de Damocles que algún día descenderá y volará de un tajo su carrera política.
Con un saco, o una bolsa al hombro, huyendo quien sabe si de miradas indiscretas o de imponderables que jamás permiten el “delito perfecto”, porque dejan huellas que dinamitan hasta las hipocrecías mejor empacadas,
Nervioso, insomne, ojeroso, confundido y preguntándose si Maduro, que tiene cuentas por cobrarle, no amanecerá un día pidiendo que le traigan “El Expediente Negro”.
“Cilia, por favor, llama a Elías y dile que me mande “El Expediente Negro”.
Porque, hay que recordar que Cabello, el propio Diosdado Cabello, fue el único funcionario del gobierno y dirigente del PSUV, que salió a cuestionar y poner en dudas que el difunto presidente, Chávez, hubiese nombrado sucesor a Maduro, y a decir cosas como: “No conozco ningún documento en el cuál conste que Chávez nombró un sucesor” , y “Si el presidente Chàvez està vivo, y no ha renunciado a la presidencia, no me explico porque hay al “alguien” por ahí diciendo que es su heredero”
Pero hay más, mucho más: Cabello lideró, o, por lo menos, fue el portavoz principal, de la rebelión de los “8 generales del Ejército” que se negaron a admitir que “un civil” (Maduro), fuera el sucesor de Chávez y, lanzaron a Wilmer Barrientos y a Cabello a la alharaca que terminó provocando el viaje del “designado y el aspirante” a Cuba a discutir la situación y a firmar el “Pacto de La Habana” bajo los auspicios del presidente cubano, Raúl Castro.
Deguello, en definitiva, para los “8 generales del Ejército” (los cuales solo esperarían por un retiro honroso) y para su portavoz, Diosdado Cabello, a quien le fue negado hasta el premio de consolación de ser presidente encargado de la República durante el mes que duró la campaña presidencial pasada y, desde entonces medra en la presidencia de la Asamblea Nacional, pero en sentido alguno para transformarla en el cuerpo legislativo responsable y de altísima calidad que le dé lustre a la presidencia de Maduro, sino en una suerte de detritus o vaudeville porno y homofóbico donde se ven escenas y oyen palabras que avergonzarían hasta el mismísimo, marqués de Sade.
Un muladar desde donde se denuncia una supuesta corrupción de la oposición y lo que se transpira es el pánico de Cabello de que el día menos pensado, quizá mañana, los fiscales del Ministerio Público vengan por él.
Y con el “Expediente Negro· bajo el brazo que, como pocos documentos demuestra hasta qué abismos de miseria puede llegar el poder, cuando se cree eterno y sin el control de los órganos del Poder Pùblico en cualquier circunstancia de tiempo y lugar.
Sabrá, entonces, Cabello, que la verdad acecha, y que no se puede escapar a ella ni aun quemando joyas de la arquitectura para que no se conozcan papeles comprometedores, ni acusando a los opositores de delitos que no existen, como es la homosexualidad,
Palabra con la que muchos “dignatarios” del régimen tienen una extraña obsesión (típica mentalidad puritana revolucionaria), como si fuera un enorme pecado cuya culpa quieren aliviar atribuyéndosela a otros.
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