JAIME DAREMBLUM - 22 de agosto de 2013 a las 12:00 a.m.
Durante un diálogo estelar en el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, en enero del 2009, el primer ministro de Turquía, Recep Tayip Erdogan, abandonó abruptamente el escenario al tomar la palabra el presidente israelí, Shimon Peres, invitado también para participar en la conversación.
Un evento para conocer el enfoque de dos destacados líderes de la región se frustró así, de manera brusca e inapropiada. El público, de centenares de empresarios, políticos y la crema del periodismo, quedó atónito. Al día siguiente, el líder turco, o mejor dicho su despacho, ensayó una excusa con el tema del diferendo por el radicalismo palestino.
Lamentablemente, esta clase de episodios son ya frecuentes con el líder turco. Hay abundancia de comentarios en la prensa internacional sobre la arrogancia de Erdogan. Y quienes conocieron a Hugo Chávez juzgan a Erdogan peor que al dictador venezolano quien, al fin de cuentas, era un connotado encantador de masas.
Perseguidor de periodistas. Sin embargo, la comparación con Chávez va mucho más allá. Erdogan ya ha acumulado fama de perseguidor de periodistas y de medios de comunicación adversos a sus ideas y su estilo de Gobierno. Esto último quizás es lo que guía la brújula de sus actuaciones.
Las señales de autoritarismo se han acrecentado al paso de su longevidad en el cargo. Llegado al poder con su Partido de Justicia y Desarrollo (conocido por las siglas turcas AKP), en 2002, Erdogan y sus colaboradores le proporcionaron al país prolongados períodos de prosperidad sin inflación.
No obstante, con su estadía en las alturas del poder, Erdogan ha tendido a olvidar, o abandonar, la regla de oro de la democracia turca: mantenerse vinculado con la ciudadanía con respecto a leyes o medidas que de alguna manera infrinjan la esfera privada tradicional del país. Por el contrario, su mano fuerte comenzó a sentirse a medio camino de la actual coyuntura.
A este respecto, y como una muestra de los comentarios en torno a Erdogan, un destacado politólogo turco describió así el problema en El País , a raíz de la ola de protestas nacionales del 2011 a la que nos referimos más adelante: “La protesta se dirige explícitamente al primer ministro Recep Tayip Erdogan, en el poder desde 2002, cuyo estilo de gobierno no es tolerado por la sociedad. Su estilo se ha hecho cada vez más autoritario y personal, de tal manera que él lo decide todo, sin buscar la concertación: desde un proyecto urbano de Estambul relativo a la plaza Taksim, punto de partida de las movilizaciones, hasta medidas de otro tipo, más generales, que constituyen intrusiones en la esfera privada, como las restricciones impuestas al derecho al aborto y al consumo de alcohol.”
Una copia de Chávez. Como una copia de los excesos de Chávez, Erdogan ha trascendido de las quejas por las críticas para atribuirlas a los ricos del país, a los Estados Unidos e Israel. Una empresa importante salió de la lista de los ogros mediante el nombramiento de un hermano de Erdogan en la dirección de su diario. Otros han sufrido las amenazantes inspecciones de fiscales de impuestos o la búsqueda de faltas y delitos imaginarios. Trabas administrativas en las dependencias estatales se han convertido en un martirio a la hora de realizar trámites mínimos.
En fin, es el tormento del Gran Hermano que se repite indefinidamente.
Con una cómoda mayoría parlamentaria, y sin consultas previas, en mayo último Erdogan impuso restricciones al comercio de licores. Envalentonado, decidió dos semanas después, sin ninguna consulta, demoler un símbolo del ambientalismo y de la cultura popular: la Plaza Taksim y su hermosa arboleda, para construir un cuartel del Ejército y un centro comercial.
Una pequeña manifestación de protesta fue removida del sitio por la fuerza, tras lo cual la manifestación dejó de ser pequeña para transformarse en un movimiento nacional masivo que virtualmente paralizo al país.
Contra la libertad. Los afanes de edificar una mayoría moral musulmana también son evidentes en la acometida contra el aborto combinada con un llamado a que cada mujer tenga al menos tres hijos. Pero hay mucho más. Erdogan es el abanderado de una guerra permanente contra las libertades fundamentales, incluidos los derechos de reunión y de protesta. Visto en conjunto con su empeño de crear una presidencia más fuerte, y de lograr una reforma constitucional que le permita competir en los comicios presidenciales del año entrante, un triunfo lo haría presidente con potestades como las de Putin y de su soñado régimen chavista.
Dichosamente, su estilo personal no le gana amigos. Añadir a Turquía a la congregación de gobiernos autoritarios sería un triste desenlace para el histórico país y la causa democrática en el mundo.
Ambassador Jaime Daremblum is a Hudson Institute Senior Fellow and directs the Center for Latin American Studies.
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