En: http://www.lapatilla.com/site/2013/08/29/vladimiro-mujica-la-incertidumbre-de-las-turbulencias-sociales/
Vladimiro Mujica
Las crisis sociales y políticas estallan de manera impredecible y su curso es siempre incierto. Nadie predijo el Caracazo ni sus consecuencias para la democracia. Tampoco la victoria apabullante de Hugo Chávez.
Uno de los aspectos más notables de la historia de los estallidos sociales es su carácter impredecible. Uno de los ejemplos más conocidos es que Carlos Marx predijo que la primera revolución comunista ocurriría en una nación industrializada como Inglaterra. En su lugar, la revolución bolchevique ocurrió en un país atrasado y semifeudal como la Rusia zarista. Otro tanto puede decirse de los levantamientos recientes contra los regímenes dictatoriales de Libia y Egipto, en la así llamada Primavera Árabe o el levantamiento en Siria. Y si es difícil predecir el estallido, aún más complejo es anticipar su resultado final. Un caso reciente especialmente impactante fue la revuelta popular en Egipto contra el régimen de Mubarak que en su momento fue saludada en Occidente como un movimiento de avanzada que apuntaba a establecer un gobierno democrático en Egipto. Ocurrieron elecciones que le dieron el triunfo a La Hermandad Musulmana, un movimiento fundamentalista que en menos de un año polarizó profundamente al país hasta el punto de provocar un golpe de Estado, con evidente apoyo popular, que lejos de calmar las cosas ha sumido al país en un caos que puede terminar en una guerra civil.
En nuestro país, las cosas parecían muy calmadas apenas unos meses antes del alzamiento cívico-militar contra lo que parecía el gobierno invulnerable de Marcos Pérez Jiménez. Nadie predijo el Caracazo y sus funestas consecuencias para la democracia venezolana. Nadie en el liderazgo tradicional predijo la victoria apabullante de Hugo Chávez, a pesar de que todas las alertas rojas estaban encendidas acerca del descontento de la gente y el deterioro de los partidos políticos tradicionales, dos elementos fundamentales en la aparición del caudillo bolivariano.
En el terreno de los resultados electorales, inclusive en naciones con democracias muy estables, y a pesar de los sofisticados mecanismos de medición de la opinión pública, es una tarea compleja y con frecuencia infructuosa la predicción de una determinada elección. Nadie predijo la derrota de Aznar en España o la irrupción del movimiento ultraderechista de Le Pen en Francia, por mencionar solamente dos ejemplos recientes.
A ello se le une el hecho de que, con contadas excepciones, muchas de las grandes revoluciones políticas de la Historia terminaron por abrir la puerta para que se instalara una nueva oligarquía en el poder.
Lo que sí es posible examinar con bastante precisión es el deterioro en la calidad de vida, en la fortaleza de las instituciones, en la educación, y en el estado de la economía.
Esto permite, en cierta medida, evaluar con relativa confianza el potencial para el conflicto originado en las tensiones sociales y el descontento de la gente. En el caso de Venezuela muchos de los medidores de infelicidad social hace rato que se encuentran en rojo y el gobierno parece no darse por enterado.
De hecho, a veces a uno le queda la duda de si el gobierno conscientemente provoca una situación cada vez más extrema en la ya precaria existencia de los venezolanos.
Que el gran riesgo de las inestabilidades sociales y sus estallidos no es solamente que son difíciles de predecir, sino que su curso es también imposible de pronosticar está lejos de ser un problema académico e ignorar ese riesgo puede tener consecuencias terribles en la vida de un país. El gobierno venezolano juega irresponsablemente a tensar la cuerda del conflicto pensando que del mismo saldrá victoriosa su política de imposición de un modelo de poder que al menos la mitad del país rechaza. Por otro lado, a la oposición democrática no le conviene en lo más mínimo impulsar un conflicto que se puede salir de cauce y control y degenerar hacia la violencia con mucha facilidad. Así las cosas, el país está viviendo en un desfiladero cargado de riesgos en el que probablemente la única apuesta sensata es continuar el juego democrático que la oposición ha estado empujando. Si las cosas se llegan a salir de este camino, será esencialmente responsabilidad del gobierno, pero todos lo vamos a lamentar.
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