OSWALDO PÁEZ-PUMAR| EL UNIVERSAL
lunes 19 de agosto de 2013 12:00 AM
No me refiero al manual que escribió Manuel Antonio, el padre de Teresita, sino a la nueva edición que bien podemos llamar corregida y aumentada que recientemente imprimió, o debo más bien decir, vomitó Pedro en la sede de la Asamblea.
Tampoco me refiero al lenguaje escatológico que el diputado ha empleado para hacer gala de su formación académica en los más reputados centros que hospedan a esas mujeres que el padre Louis J. Lebret consciente de que "estaban devoradas por la tristeza" no lograba entender porque se las llama "de vida alegre" y a las que don Miguel se refirió como "mozas del partido", sobre lo cual aclaró de una vez, que no era una alusión a las simpatizantes del PSUV pues están próximos a cumplirse los 400 años de su fallecimiento y el PSUV nació apenas ayer, como diría Fray Luis de León cuando se reincorporó a su cátedra en la Universidad de Salamanca, después de la severa prisión a la que lo sometió la Inquisición, que vista 400 años después resulta benévola si se la compara con la que sufren Simonovis, Forero, Vivas, Afiuni, los hermanos Guevara y tantos otros autores del único delito de los últimos 15 años, disentir del oráculo de Sabaneta, ya fallecido.
Seguramente quienes hayan tenido la paciencia de leer, especialmente ese largo párrafo anterior, que va y viene sin que haya asomo o indicio sobre lo que quiero destacar del Manual de Urbanidad que Pedro Carreño ofrece no en la forma tradicional, la impresa, sino la moderna, la verbal, que se grava en una cinta tan cara al régimen como la que ofreció parcialmente Mario Silva, me obliga a explicar de modo seco cuál es la diferencia entre el Manual de Manuel Antonio y el de Pedro.
No es el lenguaje que uno y otro emplearon, al fin y al cabo todo el que habla o escribe emplea el lenguaje que conoce. Es la quiebra de la regla según la cual "no se nombra la soga en la casa del ahorcado"; y Pedro ignorando las lecciones del Papa Francisco quien expresó "quien soy yo para juzgar a los homosexuales"; no solo los juzga, sino los injuria y le encomienda acción a aquel de quien Chávez dijera "que tiene los ojos bonitos".
Tampoco me refiero al lenguaje escatológico que el diputado ha empleado para hacer gala de su formación académica en los más reputados centros que hospedan a esas mujeres que el padre Louis J. Lebret consciente de que "estaban devoradas por la tristeza" no lograba entender porque se las llama "de vida alegre" y a las que don Miguel se refirió como "mozas del partido", sobre lo cual aclaró de una vez, que no era una alusión a las simpatizantes del PSUV pues están próximos a cumplirse los 400 años de su fallecimiento y el PSUV nació apenas ayer, como diría Fray Luis de León cuando se reincorporó a su cátedra en la Universidad de Salamanca, después de la severa prisión a la que lo sometió la Inquisición, que vista 400 años después resulta benévola si se la compara con la que sufren Simonovis, Forero, Vivas, Afiuni, los hermanos Guevara y tantos otros autores del único delito de los últimos 15 años, disentir del oráculo de Sabaneta, ya fallecido.
Seguramente quienes hayan tenido la paciencia de leer, especialmente ese largo párrafo anterior, que va y viene sin que haya asomo o indicio sobre lo que quiero destacar del Manual de Urbanidad que Pedro Carreño ofrece no en la forma tradicional, la impresa, sino la moderna, la verbal, que se grava en una cinta tan cara al régimen como la que ofreció parcialmente Mario Silva, me obliga a explicar de modo seco cuál es la diferencia entre el Manual de Manuel Antonio y el de Pedro.
No es el lenguaje que uno y otro emplearon, al fin y al cabo todo el que habla o escribe emplea el lenguaje que conoce. Es la quiebra de la regla según la cual "no se nombra la soga en la casa del ahorcado"; y Pedro ignorando las lecciones del Papa Francisco quien expresó "quien soy yo para juzgar a los homosexuales"; no solo los juzga, sino los injuria y le encomienda acción a aquel de quien Chávez dijera "que tiene los ojos bonitos".
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