MIGUEL BAHACHILLE M.| EL UNIVERSAL
lunes 28 de octubre de 2013 12:00 AM
El régimen insiste en estimular la confrontación e intimidación sin inquietarse por develar su carácter antidemocrático. En otras palabras, incita a dirimir las diferencias no mediante el voto libre sino a través de la violencia. Chávez en 1998, incitado por Luis Miquilena, relegó durante la campaña su plan arrebatado del golpe de Estado y decidió competir con las reglas logrando el triunfo más allá de las pequeñas triquiñuelas. Como presidente, sentado sobre una enorme riqueza petrolera, logró controlar el poder a su antojo durante 14 años y seis más que quedaron frustrados por su muerte. A Maduro no le queda otra que insistir con las mismas ideas incongruentes prometiendo soluciones para más tarde "cuando la revolución dé sus frutos". Aunque "ese ideal" siempre fue una farsa es hoy cuando el pueblo, abatido por el desengaño, lo ha entendido.
Cuando chocan concepciones de épocas diferentes, siglos diecinueve y veintiuno, como ocurre hoy en Venezuela, surge la incertidumbre. Maduro, relativamente joven, apenas sabe a qué bando pertenece ni cómo podría zanjar sus contradicciones. Dice estimular el desarrollo de empresas privadas mientras arremete contra particulares. No es un milagro, pues, que el poder le resulte una carga inquietante que en el fondo no entiende. Está fuera de tiempo y lugar. A menudo "hace cosas" en mal momento, en lugar indebido, esgrimiendo acciones y palabras erróneas.
Maduro no ha podido desengancharse de la sombra que le dejó "su papá" aunque con ello hunda al país; aún más. La patria que tanto mencionan los revolucionarios está en un punto de quiebre no porque alguien lo decida sino porque la ruta escogida se descubre inviable. Ante la inflación que devora el ingreso de la mayoría y frente la inseguridad que atemoriza a todos, el régimen hace punto de honor exigiendo una ley habilitante para Maduro. ¿Bastaría esa ley para mitigar el estallido social que se expresa a diario con protestas públicas y cierres de calles?
Las revueltas están dirigidas precisamente contra los distintos establishments creados por el régimen. Cada uno inculpa "al otro" a la hora de rendir cuentas. Clásica actitud de evasión. Es un secreto a voces las divergencias que existen entre los grupos de intereses particulares dentro de este gobierno que, convertido en inorgánico y disoluto, no encuentra la ruta de la gobernabilidad. Creen suplantar su ineptitud lanzando conceptos vacíos como revolución, gobierno del pueblo, bolivarianismo, entre otras sandeces.
¿Quién responde por la debacle económica, alza del dólar, escasez, inflación, mal estado de planteles públicos, inseguridad y, en general, de la anarquía gubernamental que devora a todos los estratos de la sociedad venezolana? La única coartada, ya gastada y fuera de época, para justificar la debacle es la guerra patrocinada por "el enemigo". Nicolás y sus adláteres tienen la palabra "guerra" a flor de piel para todo evento. Qué penuria para el país que observa cómo se degrada no sólo el nivel de vida de la mayoría sino del mensaje de su tutor teóricamente elegido como guía. ¿Guiar qué?: ¿las ficticias guerras o el uso indigno de una jerga atolondrada?
El punto de quiebre tiene efecto social sólo cuando se genera a través del voto. Todo lo demás son especulaciones necias. ¿Suponen los majaderos abstencionistas que la inhibición sirve para asentar protesta alguna de inconformidad? Todo lo contrario. El régimen se frota las manos estimulando la abstención mediante amenazas y supuestas guerras que nadie advierte. ¡Pura patraña! Los oficialistas temen al 8 de diciembre porque están conscientes que esa fecha representa el inicio de su salida del poder y el punto de quiebre para la recuperación cívica del país.
Cuando chocan concepciones de épocas diferentes, siglos diecinueve y veintiuno, como ocurre hoy en Venezuela, surge la incertidumbre. Maduro, relativamente joven, apenas sabe a qué bando pertenece ni cómo podría zanjar sus contradicciones. Dice estimular el desarrollo de empresas privadas mientras arremete contra particulares. No es un milagro, pues, que el poder le resulte una carga inquietante que en el fondo no entiende. Está fuera de tiempo y lugar. A menudo "hace cosas" en mal momento, en lugar indebido, esgrimiendo acciones y palabras erróneas.
Maduro no ha podido desengancharse de la sombra que le dejó "su papá" aunque con ello hunda al país; aún más. La patria que tanto mencionan los revolucionarios está en un punto de quiebre no porque alguien lo decida sino porque la ruta escogida se descubre inviable. Ante la inflación que devora el ingreso de la mayoría y frente la inseguridad que atemoriza a todos, el régimen hace punto de honor exigiendo una ley habilitante para Maduro. ¿Bastaría esa ley para mitigar el estallido social que se expresa a diario con protestas públicas y cierres de calles?
Las revueltas están dirigidas precisamente contra los distintos establishments creados por el régimen. Cada uno inculpa "al otro" a la hora de rendir cuentas. Clásica actitud de evasión. Es un secreto a voces las divergencias que existen entre los grupos de intereses particulares dentro de este gobierno que, convertido en inorgánico y disoluto, no encuentra la ruta de la gobernabilidad. Creen suplantar su ineptitud lanzando conceptos vacíos como revolución, gobierno del pueblo, bolivarianismo, entre otras sandeces.
¿Quién responde por la debacle económica, alza del dólar, escasez, inflación, mal estado de planteles públicos, inseguridad y, en general, de la anarquía gubernamental que devora a todos los estratos de la sociedad venezolana? La única coartada, ya gastada y fuera de época, para justificar la debacle es la guerra patrocinada por "el enemigo". Nicolás y sus adláteres tienen la palabra "guerra" a flor de piel para todo evento. Qué penuria para el país que observa cómo se degrada no sólo el nivel de vida de la mayoría sino del mensaje de su tutor teóricamente elegido como guía. ¿Guiar qué?: ¿las ficticias guerras o el uso indigno de una jerga atolondrada?
El punto de quiebre tiene efecto social sólo cuando se genera a través del voto. Todo lo demás son especulaciones necias. ¿Suponen los majaderos abstencionistas que la inhibición sirve para asentar protesta alguna de inconformidad? Todo lo contrario. El régimen se frota las manos estimulando la abstención mediante amenazas y supuestas guerras que nadie advierte. ¡Pura patraña! Los oficialistas temen al 8 de diciembre porque están conscientes que esa fecha representa el inicio de su salida del poder y el punto de quiebre para la recuperación cívica del país.
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