JEAN MANINAT| EL UNIVERSAL
viernes 18 de octubre de 2013 12:00 AM
Una vez más el Gobierno quiere salirse del foso en que él mismo se ha hundido recurriendo a la coacción y a la amenaza en contra de la oposición y la sociedad, como si no se diera cuenta que a mayores aspavientos represivos, mayor es su descrédito nacional e internacional.
De nuevo, el presidente de la Asamblea Nacional (AN) actúa como si del patio de un cuartel se tratase y "castiga" a los diputados Julio Borges y Nora Bracho despojándolos de su derecho de palabra por un mes. Uno está al tanto del desprecio que pueden sentir en los altos mandos del PSUV por la esencia de todo parlamento democrático: precisamente la capacidad para parlamentar; hay suficientes muestras en al pasado, ciertas de una violencia inaudita, como para encajar sorpresa alguna a estas alturas. Pero sí llama la atención, y digamos que se agradece, la ausencia de destreza política, al menos un poco de sagacidad, la mínima viveza criolla, para darse cuenta que cerrándoles el micrófono en el recinto parlamentario, les están entregando unos potentes megáfonos provistos de una alta capacidad expansiva -aquí, allá y acullá- para seguir exigiendo un cambio de rumbo que nos saque de la lastimosa situación en la que han sumido al país con su ineptitud para gobernar. De no ser por una innata desconfianza en las teorías conspirativas (usualmente de una idiotez sublime) uno acogería la sospecha de que el jefe parlamentario rojo se esmera por desacreditar, más aún, la labor de su superior inmediato, con la esperanza de que tras el derrumbe sólo él resurja ileso, y sacudiéndole el polvo a la silla presidencial, pueda aposentar su ansiosa ambición en ella. Pero de regreso a la realidad, nos topamos con un grupo cómplice de jerarcas dispuestos a todo para mantenerse en el poder.
Por su parte, quien ejerce la máxima jefatura del gobierno en uno de los momentos más críticos de la reciente historia, lejos de arremangarse, hacer votos de silencio y ponerse a trabajar en serio de una vez por todas, se dedica a inventar magnicidios y fábulas conspirativas para señalar como enemigos de la patria a los líderes de la oposición democrática y amenazarlos con cárcel y ostracismo político. Se precia ahora de ser un dispuesto cancerbero, con llaves de todos los tamaños y variedades, para abrir y cerrar las celdas que alardea tener disponibles, a la medida, para encerrar a sus opositores que más lata le dan. Y uno se llegaría a preguntar por qué tanta energía represiva no la dirige a ponerle coto al reinado del hampa en las calles y de los pranes en las prisiones. Pero sería una pregunta inútilmente retórica: ante el estrepitoso fracaso de su gestión y el descontento de saltaperico que recorre la nación, quiere creer que la fuerza y la intimidación le otorgarían la autoridad que no ha adquirido en su fallido ejercicio del cargo. Y esa presunción nerviosa, unida a un pulso y un pensamiento de por sí temblorosos, constituye un peligroso detonante en medio de tanta incertidumbre.
Una vez más le toca a la oposición asumir el papel de garante y curador de los espacios que nos van quedando libres de la invasión autoritaria en marcha. Afortunadamente, los devaneos abstencionistas han ido cediendo a medida que el 8D se acerca y la comprensión del alcance de lo que está en juego en ese acto de votación se abre camino con fuerza. Y por dicha, los llamados a tomar la calle han adquirido la serenidad y reposo suficiente, como para que no constituyan la mezcla de cerillo y gasolina que algunos están buscando para tener una excusa adicional y completar de un tajo el desmantelamiento definitivo de la poca institucionalidad democrática que va quedando.
A pesar de los pesarosos, los líderes de la oposición democrática sentados o parados alrededor de la MUD, y con Capriles a la cabeza, vienen actuando con firmeza y sensatez, y desde sus diversos puestos en la contienda han logrado conformar -con las discrepancias y ópticas doctrinarias diversas que son de rigor democrático- un equipo cada vez más sólido y aguerrido que es la causa principal de la migraña que sufre el Gobierno y quiere curar con píldoras represivas.
Silencio y cárcel, son las ofertas electorales que los jerarcas del régimen ofrecen para estas Navidades. Participación electoral y organización democrática se anuncia como la respuesta que dará la mayoría creciente que quiere un cambio. El sonido de los votos siempre termina acallando al sonido del silencio. Así ha sido, así será.
De nuevo, el presidente de la Asamblea Nacional (AN) actúa como si del patio de un cuartel se tratase y "castiga" a los diputados Julio Borges y Nora Bracho despojándolos de su derecho de palabra por un mes. Uno está al tanto del desprecio que pueden sentir en los altos mandos del PSUV por la esencia de todo parlamento democrático: precisamente la capacidad para parlamentar; hay suficientes muestras en al pasado, ciertas de una violencia inaudita, como para encajar sorpresa alguna a estas alturas. Pero sí llama la atención, y digamos que se agradece, la ausencia de destreza política, al menos un poco de sagacidad, la mínima viveza criolla, para darse cuenta que cerrándoles el micrófono en el recinto parlamentario, les están entregando unos potentes megáfonos provistos de una alta capacidad expansiva -aquí, allá y acullá- para seguir exigiendo un cambio de rumbo que nos saque de la lastimosa situación en la que han sumido al país con su ineptitud para gobernar. De no ser por una innata desconfianza en las teorías conspirativas (usualmente de una idiotez sublime) uno acogería la sospecha de que el jefe parlamentario rojo se esmera por desacreditar, más aún, la labor de su superior inmediato, con la esperanza de que tras el derrumbe sólo él resurja ileso, y sacudiéndole el polvo a la silla presidencial, pueda aposentar su ansiosa ambición en ella. Pero de regreso a la realidad, nos topamos con un grupo cómplice de jerarcas dispuestos a todo para mantenerse en el poder.
Por su parte, quien ejerce la máxima jefatura del gobierno en uno de los momentos más críticos de la reciente historia, lejos de arremangarse, hacer votos de silencio y ponerse a trabajar en serio de una vez por todas, se dedica a inventar magnicidios y fábulas conspirativas para señalar como enemigos de la patria a los líderes de la oposición democrática y amenazarlos con cárcel y ostracismo político. Se precia ahora de ser un dispuesto cancerbero, con llaves de todos los tamaños y variedades, para abrir y cerrar las celdas que alardea tener disponibles, a la medida, para encerrar a sus opositores que más lata le dan. Y uno se llegaría a preguntar por qué tanta energía represiva no la dirige a ponerle coto al reinado del hampa en las calles y de los pranes en las prisiones. Pero sería una pregunta inútilmente retórica: ante el estrepitoso fracaso de su gestión y el descontento de saltaperico que recorre la nación, quiere creer que la fuerza y la intimidación le otorgarían la autoridad que no ha adquirido en su fallido ejercicio del cargo. Y esa presunción nerviosa, unida a un pulso y un pensamiento de por sí temblorosos, constituye un peligroso detonante en medio de tanta incertidumbre.
Una vez más le toca a la oposición asumir el papel de garante y curador de los espacios que nos van quedando libres de la invasión autoritaria en marcha. Afortunadamente, los devaneos abstencionistas han ido cediendo a medida que el 8D se acerca y la comprensión del alcance de lo que está en juego en ese acto de votación se abre camino con fuerza. Y por dicha, los llamados a tomar la calle han adquirido la serenidad y reposo suficiente, como para que no constituyan la mezcla de cerillo y gasolina que algunos están buscando para tener una excusa adicional y completar de un tajo el desmantelamiento definitivo de la poca institucionalidad democrática que va quedando.
A pesar de los pesarosos, los líderes de la oposición democrática sentados o parados alrededor de la MUD, y con Capriles a la cabeza, vienen actuando con firmeza y sensatez, y desde sus diversos puestos en la contienda han logrado conformar -con las discrepancias y ópticas doctrinarias diversas que son de rigor democrático- un equipo cada vez más sólido y aguerrido que es la causa principal de la migraña que sufre el Gobierno y quiere curar con píldoras represivas.
Silencio y cárcel, son las ofertas electorales que los jerarcas del régimen ofrecen para estas Navidades. Participación electoral y organización democrática se anuncia como la respuesta que dará la mayoría creciente que quiere un cambio. El sonido de los votos siempre termina acallando al sonido del silencio. Así ha sido, así será.
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