TRINO MÁRQUEZ| EL UNIVERSAL
lunes 21 de octubre de 2013 12:00 AM
Uno de los hilos conductores del largo, tedioso y mal leído discurso del señor Nicolás Maduro en la Asamblea Nacional, cuando solicitó que le concedieran poderes especiales, residió en señalar que estaba dispuesto a librar una denodada lucha contra el "rentismo" y su expresión social: la "burguesía parasitaria". Este objetivo compartió honores con la guerra a la corrupción, la otra razón para solicitar la habilitación.
No sé si Maduro sabe el significado del término rentismo. Démosle el beneficio de la duda y supongamos que sí conoce sus alcances. Entonces hay que anotar que la receta que propone para erradicarlo, junto con sus primos hermanos -el clientelismo y el mercantilismo- producirá efectos totalmente contrarios a los buscados. En vez de combatir la enfermedad, o al menos atenuarla, lo que hará será agravarla hasta convertirla en una epidemia más letal que la Peste Negra.
El rentismo se vincula a los privilegios y beneficios obtenidos por uno o varios grupos sociales, independientemente del esfuerzo realizado, el trabajo desplegado o el riesgo asumido en determinada actividad. La cercanía al poder y a los centros donde se toman las decisiones otorga prerrogativas que no pueden alcanzarse de ningún otro modo. El Estado reparte subsidios, concede licencias, otorga cupos, sin importarle la eficiencia o productividad del agente que recibe la gracia.
Lo que, siguiendo a Giordani, propuso Maduro en la Asamblea para pulverizar el rentismo, fue concentrar las importaciones en el Estado, mantener y acentuar los controles y la estatización de la economía, militarizar el proceso productivo y aplicar una política más restrictiva y policial. Su propuesta se orienta a atornillar el rentismo.
Las divisas serán otorgadas de acuerdo con el criterio del Ejecutivo Nacional a través del Estado Mayor del Órgano Superior de la Economía Productiva, presidido por el ministro de Transporte Acuático y Aéreo, general Hebert García Plaza. Al sector privado se le colocarán todavía mayores obstáculos para acceder a las divisas que permitan la compra de equipos y maquinarias, repuestos, materias primas. El goteo de dólares para atender las necesidades de las empresas será todavía más lento y espaciado. Alrededor del Estado Mayor revolotearán los favoritos del régimen, quienes aplaudan las bondades del socialismo bolivariano y les parezca que Maduro es un líder de proyección mundial y el marxismo del profesor Giordani, el último grito de la solidaridad y la justicia social.
Los ingresos petroleros los seguirá distribuyendo Maduro de acuerdo con criterios exclusivamente políticos y sectarios. La racionalidad económica fue abandonada. El sustento de las políticas públicas ya no lo aportan los economistas, sino los militares. Nelson Merentes fue despojado de todo poder real y sustituido en la Vicepresidencia del Área Económica por Rafael Ramírez, con el fin de reafirmar que Maduro continuará la línea radical trazada por Hugo Chávez después de 2006. Para ese propósito cuenta con la firme alianza de los militares. El Gobierno reemplazó la experiencia y el conocimiento por el dogma y la autoridad basada en la fuerza. La coalición entre los militares y el régimen se expresa en el hecho de que importantes empresas públicas y corporaciones son conducidas por miembros de las FAN: Diques y Astilleros Nacionales, C.A. (Dianca), CVG, Venalum, Sidor, Briqueta de Venezuela (Briqven), Ferrominera Orinoco y hasta Industrias Diana.
Como dice Carlos Goeder, los economistas sobran en este gobierno. Resultan un incordio que Maduro decidió excluir. Para seguir acumulando poder y repartir la renta petrolera mediante canonjías y prebendas, no hace falta nadie que se haya ocupado de estudiar cómo se conforman los mercados, cuáles son los mecanismos que a través de ellos se forman los precios, cómo puede aumentarse la producción y elevarse la productividad, cómo es posible incrementar la capacidad del personal y el apoyo de los sindicatos. Ninguna de las contribuciones de la ciencia económica importan. Lo relevante es buscar un firme aliado donde esté el poder de fuego. Las armas sirven para atemorizar, reprimir y disuadir.
El signo del socialismo del siglo XXI es cada vez más rentista y militarista. Esta mezcla resulta letal para las naciones. Los gobiernos militaristas siempre terminan llamando a los civiles para que les corrijan los entuertos. Esperemos que no pase demasiado tiempo antes de que esto ocurra.
No sé si Maduro sabe el significado del término rentismo. Démosle el beneficio de la duda y supongamos que sí conoce sus alcances. Entonces hay que anotar que la receta que propone para erradicarlo, junto con sus primos hermanos -el clientelismo y el mercantilismo- producirá efectos totalmente contrarios a los buscados. En vez de combatir la enfermedad, o al menos atenuarla, lo que hará será agravarla hasta convertirla en una epidemia más letal que la Peste Negra.
El rentismo se vincula a los privilegios y beneficios obtenidos por uno o varios grupos sociales, independientemente del esfuerzo realizado, el trabajo desplegado o el riesgo asumido en determinada actividad. La cercanía al poder y a los centros donde se toman las decisiones otorga prerrogativas que no pueden alcanzarse de ningún otro modo. El Estado reparte subsidios, concede licencias, otorga cupos, sin importarle la eficiencia o productividad del agente que recibe la gracia.
Lo que, siguiendo a Giordani, propuso Maduro en la Asamblea para pulverizar el rentismo, fue concentrar las importaciones en el Estado, mantener y acentuar los controles y la estatización de la economía, militarizar el proceso productivo y aplicar una política más restrictiva y policial. Su propuesta se orienta a atornillar el rentismo.
Las divisas serán otorgadas de acuerdo con el criterio del Ejecutivo Nacional a través del Estado Mayor del Órgano Superior de la Economía Productiva, presidido por el ministro de Transporte Acuático y Aéreo, general Hebert García Plaza. Al sector privado se le colocarán todavía mayores obstáculos para acceder a las divisas que permitan la compra de equipos y maquinarias, repuestos, materias primas. El goteo de dólares para atender las necesidades de las empresas será todavía más lento y espaciado. Alrededor del Estado Mayor revolotearán los favoritos del régimen, quienes aplaudan las bondades del socialismo bolivariano y les parezca que Maduro es un líder de proyección mundial y el marxismo del profesor Giordani, el último grito de la solidaridad y la justicia social.
Los ingresos petroleros los seguirá distribuyendo Maduro de acuerdo con criterios exclusivamente políticos y sectarios. La racionalidad económica fue abandonada. El sustento de las políticas públicas ya no lo aportan los economistas, sino los militares. Nelson Merentes fue despojado de todo poder real y sustituido en la Vicepresidencia del Área Económica por Rafael Ramírez, con el fin de reafirmar que Maduro continuará la línea radical trazada por Hugo Chávez después de 2006. Para ese propósito cuenta con la firme alianza de los militares. El Gobierno reemplazó la experiencia y el conocimiento por el dogma y la autoridad basada en la fuerza. La coalición entre los militares y el régimen se expresa en el hecho de que importantes empresas públicas y corporaciones son conducidas por miembros de las FAN: Diques y Astilleros Nacionales, C.A. (Dianca), CVG, Venalum, Sidor, Briqueta de Venezuela (Briqven), Ferrominera Orinoco y hasta Industrias Diana.
Como dice Carlos Goeder, los economistas sobran en este gobierno. Resultan un incordio que Maduro decidió excluir. Para seguir acumulando poder y repartir la renta petrolera mediante canonjías y prebendas, no hace falta nadie que se haya ocupado de estudiar cómo se conforman los mercados, cuáles son los mecanismos que a través de ellos se forman los precios, cómo puede aumentarse la producción y elevarse la productividad, cómo es posible incrementar la capacidad del personal y el apoyo de los sindicatos. Ninguna de las contribuciones de la ciencia económica importan. Lo relevante es buscar un firme aliado donde esté el poder de fuego. Las armas sirven para atemorizar, reprimir y disuadir.
El signo del socialismo del siglo XXI es cada vez más rentista y militarista. Esta mezcla resulta letal para las naciones. Los gobiernos militaristas siempre terminan llamando a los civiles para que les corrijan los entuertos. Esperemos que no pase demasiado tiempo antes de que esto ocurra.
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