Juan Francisco Misle
Luego de quince días de paro laboral
forzoso en Estados Unidos, encerrado en casa, viviendo de mis ahorros, y
harto de Facebook, por fin regresé hoy jueves 17 de octubre de 2013 a
mi oficina en NASA, feliz y con las pilas cargadas, y dispuesto a
ponerme al día con todo el trabajo acumulado. No me había tomado mi
primer cafecito de la mañana, cuando el teléfono empezó a repicar
incesantemente con clientes demandando atención prioritaria a sus casos.
Del más absoluto y aburrido descanso en que transcurrieron mis dos
semanas de paro, pasé, de un solo golpe, sin anestesia, a un nivel de
stress elevadísimo que seguro irá cediendo conforme la normalidad vaya
ganando terreno. Definitivamente, en mi caso, el stress emocional suele
desatarse con los excesos, sea de trabajo o de manguareo.
Es por esa razón que puedo imaginarme bien la sensación de alivio, o como dicen aquí, de relief que experimentaron los actores clave de este culebrón washingtoniano responsables del shutdown del
gobierno norteamericano. Estoy seguro que esos personajes por fin
habrán podido dormir con tranquilidad la noche del 16 de Octubre luego
de que el Congreso acordó aprobar el Presupuesto Nacional, autorizar los
fondos al Ejecutivo Nacional para el pago de la deuda, y, muy
importante, retirar la exigencia del Partido Republicano que buscaba
impedir la implementación del llamado Obamacare, como se también se
conoce a la reforma del sistema de salud americano impulsada por el
Presidente Obama, aprobada como ley en 2012.
Lo cierto es que el presidente Obama no
había firmado aún el ejecútese a estos acuerdos, con su correspondiente
llamado a los trabajadores federales a reintegrarse a sus puestos de
trabajos, cuando comenzó otro debate nacional sobre los ganadores y
perdedores en este pandemónium. Los norteamericanos parecieran haber
descubierto la fascinación de los seres humanos por la competencia, los rankings, y los scores: “lo mejor y lo peor”; “what is hot & what is not“;
“lo máximo y lo diminuto”; “ganadores y perdedores”, etcétera. Es como
si un impulso primitivo les emergiera del bulbo raquídeo y los conminara
a plantearse el mundo en términos ordinales. Los campeones locales de
aquí son considerados los campeones “mundiales” en su categoría. La
prensa nacional bien habría podido abrir la mañana siguiente a ese
acuerdo titulando: “Obama retiene la corona”.
Es una aberración el asunto, pero hay
que admitir que reduce las complejidades políticas y técnicas de
cualquier jaleo en algo comprensible y codificable para el americano
promedio cuyo interés no suele posarse en temas que planteen demasiada
sofisticación intelectual. Acaso sea ésta una tendencia mundial, pero
sin duda un fenómeno similar al que se registra en Venezuela.
Cavilando sobre lo ocurrido, decidí
participar en el torneo de asignación de ganadores y perdedores de la
refriega que acaba de concluir. Y fíjense que escojo cuidadosamente la
palabra asignación en lugar de identificación pues cualquier selección
que se haga sobre el particular suele ser estar contaminada con las
preferencias políticas o ideológicas del sujeto participante, en este
caso las mías.
Este es, pues, mi line-up personal de victoriosos y derrotados:
Barak Obama: encabeza la lista de
ganadores si el balance se hace entre lo que obtuvo y lo que cedió en
la negociación con los congresantes del partido Republicano. Se aprobó
su propuesta para el Presupuesto Federal, y además consiguió
autorización para elevar el techo de la deuda, evitando así las temibles
consecuencias financieras vinculadas a un posible default americano.
Pero el asunto más importante para él, porque se tornó en una cruzada
sobre su prestigio personal, fue que no tuvo que ceder a las
pretensiones del ala más conservadora del Partido Republicano, el Tea Party,
de negarle los recursos presupuestados para el funcionamiento de la
primera etapa del Obamacare. Aunque fuera solo por esto —y sabemos que
los otros dos asuntos eran de mayor importancia global para EEUU— Obama
seguramente se habrá ido a la cama en la noche del 16 de octubre con un
tazón gigantesco, repleto de dulce de lechoza. Por
cierto, hay que decir que recibió un gran apoyo de Harry Reed, jefe de
la bancada demócrata del Senado norteamericano, otro ganador en esta
contienda.
Liderazgo republicano en el Congreso: La iniciativa política del Partido Republicano recayó en John Boehner, speaker of the House y
líder de la fracción mayoritaria en la Cámara de Representantes de
EEUU, y en Mitch McConnell, en la Cámara del Senado. Tanto Boehner como
McConnell terminaron siendo los mayores perdedores del torneo. Ellos
acogieron, sin cuestionarla suficientemente, la estrategia planteada por
el senador Ted Cruz, representante de Texas y líder del Tea Party,
que consistía en condicionar la aprobación del Presupuesto Federal a
que Obama aceptase eliminar los fondos requeridos para la entrada en
vigor de la nueva fase del Obamacare. Pocos días después los
republicanos agregaron otro condicionamiento (chantaje Obama dixit):
además de desbloquear la aprobación del Presupuesto, el Ejecutivo sería
autorizado a aumentar su capacidad de endeudamiento para honrar sus
compromisos financieros, si y solo si, Obama aceptaba postergar por una
año la implementación de la nueva ley de salud americana.
Esa radicalización en las demandas
republicanas precipitaron el cierre del gobierno, lo que fue percibido
como un grave error que Obama explotó hábilmente con aquella célebre
declaración que hizo al principio del proceso: “el gobierno no negocia
con secuestradores”. Pasada la primera semana del paro forzoso que
afectó a 800 mil empleados federales, quedaba claro que los republicanos
se habían colocado en un rincón sin otra salida distinta a tener que
ceder en sus exigencias, y tragarse sus propias amenazas. Si allí hubo
una situación de rehenes podría afirmarse que el liderazgo republicano
en el Congreso terminó siendo un rehén del Tea Party. La presión
política y social fue en aumento hasta que finalmente Boehnner aceptó su
derrota a la víspera del 17 de octubre, justo antes de que culminara el
período que autorizaba al Ejecutivo a adquirir nueva deuda. Las
aspiraciones maximalistas de los republicanos quedaron hechas añicos
“por ahora” y tendrán que esperar una nueva oportunidad de chocar los
guantes con Obama a principios del 2014 cuando expiren los acuerdos
negociados sobre estos temas.
Ted Cruz y el Tea Party: A pesar
de que su estrategia fue derrotada, ni Ted Cruz ni el Tea Party salieron
como perdedores. Cruz, un senador novato en el Congreso norteamericano,
consiguió una amplia notoriedad a nivel nacional que ya quisieran para
sí muchos de sus compañeros de bancada con mayor experiencia en
Washington. En su propio estado, Texas, la cotización del hombre está
por las nubes y su reelección como senador es un hecho que nadie
disputa. Ted Cruz se erigió como el líder más importante del Tea Party,
ala derechista del Partido Republicano, con gran influencia en la
población cristiana, blanca y protestante de los EE.UU. y cuya
plataforma ideológica es ultra liberal en lo económico y ultra
conservadora en lo social. Como críticos que son del establishment republicano
en Washington DC, han planteado que no se trató de una derrota de
ellos, sino de Boehner y McConnell, a quienes acusan de falta de
compromiso con los principios conservadores del partido.
Sería incompleto este análisis si no
incluyera entre los perdedores a la economía de EEUU. De acuerdo con la
agencia de riesgo Standard & Poor el cierre del gobierno significó
una pérdida de 24 billones de dólares en esas dos semanas. Esa misma
agencia estima que se produjo una caída de medio punto en el crecimiento
económico de EEUU en 2013, lo que tendrá un impacto negativo en el
resto del mundo. No solo eso, hasta el mismo Barack Obama sufrió una
merma en sus niveles de aprobación que lo llevó por primera vez a cotas
negativas en términos netos. La más reciente encuesta hecha por el think-tank Public Policy Polling (http://www.publicpolicypolling.com/main/2013/10/approval-of-obama-remains-consistent-americans-blame-congress.html#more)
hecha en octubre de 2013 muestra que el 52 % de los norteamericanos
desaprueban la gestión de Obama, en tanto que 45% la aprueban. Si Obama
no salió bien librado de esta pelea, la bancada demócrata en el Congreso
norteamericano tampoco salió ilesa: 56 % de los consultados desaprobó
su gestión, en tanto que 39 % la aprobó. Pero la peor parte, sin dudas,
se las llevó el Partido Republicano cuya valoración neta es de -36 %
(29 % los aprueban y 65 % los desaprueban).
Estamos en los rounds iniciales de esta
pelea y la ventaja es para Obama y los demócratas. El acuerdo alcanzado
fenece en enero y febrero de 2014, de modo que el Congreso y el
Ejecutivo americano tendrán que negociar otra vez sobre estos mismos
temas. Es difícil prever cuál será el resultado de este nuevo careo,
pero podemos apostar que la estrategia republicana será más prudente y
menos radical que la de octubre 2013. No hay que olvidar que el año
entrante habrán elecciones parlamentarias en los EE.UU.
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