Jesús Durán Zorrilla
De las continuas declaraciones dadas por el presidente de la República, ministros, viceministros y diputados del gobierno, se evidencia la total negación de existencia de los problemas cotidianos que padece nuestro pueblo, lo que es un indicativo para ellos de que el trabajo que están realizando es completamente incuestionable y hasta nos causan la sensación de que debemos agradecérselos.
La ausencia de objetivos concretos y la permanente improvisación del gobierno han hecho de Venezuela un país donde la lucha por la supervivencia es parte de la cotidianidad. La anarquía y la inseguridad en las calles, la búsqueda desesperada de los medicamentos, la moneda nacional que no tiene valor alguno, la carencia de alimentos causada por expropiaciones indiscriminadas a haciendas y fincas agrícolas, la pérdida de la Fuerza Armada Nacional como reserva moral del país, los presos políticos, los exiliados, el desmantelamiento de toda una estructura productiva que tantos años de esfuerzo costó crearla, generadora de empleos, alimentos, medicamentos, ropa, calzado, repuestos, entre otros, que reducían en gran medida el volumen de las importaciones.
Sumado a lo anterior, el presidente de la República hace gala de su terquedad en sostener a toda costa el modelo económico socialista, ignorando el dolor y las carencias de un pueblo. Dicho comportamiento ha garantizado inevitablemente el fracaso en su periodo presidencial y la destrucción del país.
Una concepción elemental en materia económica es que no existen doctrinas particulares, como en este caso, el socialismo; que sea garantía de éxito para un país. El hecho de pensar y aplicar un sistema político-económico rígido, sea cual sea, sería inevitablemente la receta para el fracaso, por la esencial razón de que las economías internas de los países y la economía internacional es constantemente variable por una multiplicidad de factores impredecibles en muchos casos. Las economías se encuentran expuestas a variables de distinta naturaleza, haciendo conveniente, al menos en un país donde se procure el bien colectivo, que se tomen medidas económicas diversas o de carácter mixto, que procuren de la mejor manera subsanar o preservar la calidad de vida de los habitantes de un país.
Los venezolanos queremos tener el poder adquisitivo suficiente para ser autónomos y no depender de la caridad del Estado, queremos caminar en paz por las calles, queremos un sistema de justicia legítimo, autónomo y que actúe de conformidad con la ley; queremos una administración pública eficiente donde el ciudadano sea tratado con respeto y no sea asfixiado con obstáculos absurdos impuestos por los funcionarios y las leyes, queremos un país donde el ciudadano tenga capacidad de ahorro, entre otros aspectos que caracterizan a un país de verdad y no a una improvisación de país.
En un país donde las cosas funcionan bien, el ciudadano no presta atención a la política ni a los políticos, no tiene necesidad de eso, su preocupación es su cotidianidad, su familia, el trabajo, los estudios; y es precisamente la suma de esos esfuerzo particulares lo que empuja hacia adelante a un país, pero para que eso suceda deben existir condiciones tangibles de bienestar social y no de zozobra colectiva.
Tanto el presidente de la República, como sus ministros y diputados, han demostrado que están absolutamente divorciados de la realidad del pueblo venezolano, de los problemas que se nos presentan cotidianamente, y es ese precisamente el punto de quiebre donde se debe dejar de prescindir de los gobernantes, es el momento indicado para hacer de manera urgente el cambio hacia un gobierno que no le rehúya la realidad nacional y se dedique, con determinación y sin camisa de fuerza ideológica, a resolver la variedad de problemas que padecemos.
@duranzorrilla
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