Más allá del contraste abismal entre el histrionismo elegante de Obama y la grisura titubeante de Raúl Castro, la conferencia reveló la verdadera cara cínica de la dictadura cubana.
Opinión de Amir Valle en Deutsche Welle
Raúl Castro, una vez más, ofrece al mundo una imagen decadente y de intolerancia. Sus palabras iniciales, y la prepotencia con la que respondió de modo grosero a las escasas preguntas cuestionadoras que le hicieron durante la conferencia de prensa de este lunes 21, despejan definitivamente todas las dudas que existían sobre la verdadera posición del régimen cubano ante las concesiones sucesivas de la administración del presidente Obama.
Como el mismo Raúl Castro se encargó de recordar, quizás para quienes no hayan entendido bien cuál es la estrategia de La Habana, el régimen no está dispuesto a ceder en ningún área hasta que el gobierno norteamericano cumpla con todos los requisitos exigidos por el castrismo. Para que no quedara duda, remitió al editorial del periódico oficial Granma, órgano central del Partido Comunista de Cuba, editorial que todos los analistas del tema Cuba consideran un ejemplo del atrincheramiento ideológico ante los procesos de política blanda que para sus relaciones con la isla han asumido Estados Unidos y la Unión Europea en los últimos meses.
Un anciano que apenas podía leer un texto que obviamente algún asesor le había escrito con palabras demasiado rebuscadas para su poca cultura, eso vimos. Vimos su empecinamiento en defender como logros de los derechos humanos, los sistemas de salud y de educación que él mismo en sus discursos de los últimos años ha considerado fallidos y en retroceso.
Lo vimos también asumir la pose de líder todopoderoso continental. Por un lado, intentó exigir a Estados Unidos una responsabilidad sobre lo que consideró “intentos por desestabilizar Venezuela”, como si toda la región no conociera la enorme culpa del castrismo en la gestión desastrosa del gobierno de Maduro. Y por otro lado, se vanaglorió de su gestión en los procesos de paz en Colombia, olvidando con demasiado cinismo el protagonismo que tuvo su hermano Fidel Castro en la formación y el fortalecimiento regional de las FARC, así como el apoyo moral y material que recibieron los guerrilleros colombianos durante décadas desde La Habana, a pesar de que eran conocidos sus vínculos con el narcotráfico y el crimen organizado.
El contraste mayor, sin embargo, estuvo en el posicionamiento de ambos mandatarios. Mientras Obama hablaba de diálogo, de avanzar sin mirar al pasado, de construir puentes que fortalecieran la comunicación entre ambos sistemas, Raúl Castro dejó claro que Cuba no olvidaba el pasado, que las diferencias “no van a desaparecer”, pues eran totalmente opuestos los conceptos de ambos países sobre la política, la democracia y el ejercicio de los derechos humanos y, como si no bastara, negó la existencia de la represión bajo su gobierno y aseguró que no existían presos políticos en las cárceles cubanas.
Aún así, luego de hacer un amago de agradecimiento a la gestión de Obama, criticó que las medidas de Washington eran positivas, pero no suficientes, e insistió en que no habría normalización posible hasta la eliminación del bloqueo, la devolución del territorio de la Base Naval de Guantánamo, y el reconocimiento por parte de Estados Unidos del derecho de “los cubanos” a tener un modelo social asumido por voluntad propia y sin imposición alguna.
¿Qué pensarían de esas palabras esos miles de compañeros de guerra de los hermanos Castro que partieron al exilio, cumplieron largas penas de prisión o fueron fusilados en la isla cuando descubrieron que Fidel pactaba con la extinta Unión Soviética y convertía en roja comunista una Revolución que él prometió sería “tan verde como las palmas”?
Además de la típica agresividad burlona con la que acostumbran a tratar a los periodistas que los obligan a responder sobre la dura realidad que vive el pueblo cubano, y además de burlarse con una sonrisa prepotente del concepto esencial de los derechos humanos al cual se había referido el presidente Obama, Raúl Castro ninguneó las violaciones a las libertades de expresión, de asociación y otros derechos individuales, con el viejo pretexto de que ningún país del mundo cumple los 61 instrumentos internacionales establecidos para verificar los derechos humanos y que Cuba cumple con 47 de esos requerimientos.
A la insistencia de Raúl en seguir anclado en el pasado, exigiendo a todo el mundo que ceda a sus presiones de modo unilateral, es importante sumar las declaraciones del ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca, quien aseguró este mismo lunes 21 que las medidas económicas de la administración norteamericana perseguían fines políticos y que iban contra el predominio de la empresa estatal. Mintió de modo vergonzoso, además, al decir que el modelo de la economía controlada por el Estado es “el modelo económico que soberanamente ha escogido” el pueblo, cuando la historia misma demuestra que en materia económica y financiera el pueblo cubano jamás ha sido ni siquiera consultado.
Si el mundo sigue hablando de aperturas en el régimen de La Habana luego de este claro atrincheramiento y de la violentísima represión contra los opositores, algunos de los cuales siguen presos en estos momentos pese a que este martes 22 están invitados a reunirse con Obama, será sencillamente porque han aceptado ser cómplices de Raúl Castro, un general que, ya no hay dudas, sigue encerrado en el laberinto de su poder mientras el pueblo cubano agoniza en las calles de la isla o se lanza al mar buscando la esperanza.
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Amir Valle es un escritor, crítico literario y periodista, es considerado una de las voces esenciales de la actual narrativa cubana y latinoamericana de su generación. Actualmente reside en Berlín
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